Las décadas de 1920 y 1930 son referidas como significativas, pues llegaron a Petén empresas estadounidenses, pero la participación de estas disminuyó en 1974 y ahora se comercializa más con entidades japonesas.
Walter Hoil, guía de turismo, narró que entre 1960 y 1979 el quintal de chicle llegó a valer US$100 —el cambio se cotizaba a Q1 por US$1— y se exportaban miles de quintales por mes.
El cronista José Francisco Canek relató que se empleaban hasta dos mil hombres por temporadas, y la demanda de trabajo atrajo gente de Jutiapa, Jalapa, las Verapaces y hasta de El Cayo, Belice, y Campeche y Tabasco, México.
El catedrático Aroldo Hoil contó que su padre practicó este oficio, y le contaba que en julio y agosto, cuadrillas de chicleros entraban en las selva con arrieros y mulas, para construir los campamentos y pasar allí hasta meses. Algunos llevaban a su familia, y en ocasiones se visitaban entre campamentos.
Thelmo Contreras, quien trabajó como chiclero, recuerda que luego de la instalación del campamento salían las cuadrillas en busca de árboles de chicozapote, y regresaban por las tardes, con bolsas llenas de resina sobre la espalda.
Fernando Pinelo, de 90 años, cuenta que en su época los bosques eran vírgenes y los chicleros eran los únicos humanos en la selva.
El cronista Canek recordó que las empresas utilizaban a contratistas y subcontratistas para formar las cuadrillas de chicleros, y les adelantaban dinero para que les dejaran a sus familias, y para abastecerse de provisiones y medicamentos.
En la actualidad, la demanda de chicle natural se ha reducido y la producción está a cargo de dos cooperativas comercializadoras: Itzalandia y Coochicle, con la supervisión del Consejo Nacional del Chicle, el cual preside el Consejo Nacional de Áreas Protegidas.