También se acostumbraba que cuando la procesión del Nazareno pasaba frente al presidiario de hombres, las autoridades sacaban a los reos, para que pidieran perdón por sus faltas. “Esto ya no se puede hacer por la alta peligrosidad de los reos y la falta de las garantías de seguridad”, relató Castillo.
Otros casos
El vecino Andrés Barrios, de 75 años, de la cabecera de Sololá, contó que el Sábado de Gloria los padres solían golpear con un bejuco a los niños para que crecieran y para espantar el espíritu de Judas, apóstol que traicionó a Jesús, y cuya figura aún es quemada ese día en muchas partes del país.
Casimiro Morales, otro poblador de Sololá, relató que la tecnología dejó en el olvido los juegos conocidos como tipacha y taba.
Para jugar tipacha se hacían dos fichas de cera, a las que se les dibujaba caras, y se lanzaban al aire. El que resultara con dos, caras ganaba. En el juego de taba se trataba de utilizar un hueso de res que se hacía girar y al que señalara con uno de sus lados debía cumplir una penitencia.
Francisco Cajas, cronista de Quetzaltenanngo, recordó que durante la década de 1960, en las iglesias se cubrían las imágenes desde el Miércoles de Ceniza hasta el Sábado de Gloria.
Según Cajas, durante el paso de las procesiones era costumbre ver a los niños jugando tipacha, canicas o con matracas.
“Hace más de 50 años, para el Viernes Santo, de la catedral de Xelajú salía la procesión del Santo Entierro, que regresaba a eso de las 2 horas del sábado a la iglesia El Calvario, de donde salía el cortejo de la Virgen de la Soledad, la cual regresaba por la madrugada del otro día, para dar paso a la de Jesús resucitado”, explicó.
El historiador indicó que la transculturación y la tecnología han destruido esas tradiciones.
Chicotazos
Cristina García, vecina de Quetzaltenango, relató que una de las tradiciones que siempre recuerda es la que se practicaba el Sábado de Gloria, cuando el abuelo les daba chicotazos por portarse mal durante la Semana Mayor. “Nos formaba en fila a hijos, nietos, nueras y yernos, y nos daba dos chicotazos a cada uno”, afirmó.
Lucy de Orozco, también de Quetzaltenango, expuso que para Semana Santa sus abuelos acostumbraban enviar pan, chocolate, garbanzo, pescado, verdura cocida y tortillas pequeñas a familiares y amigos.