Sin imaginar que pasaría el boxeador Alexis Vasteni el pasado 27 de febrero publico en su cuenta de Twitter una fotografía suya con la leyenda “Preparado para un gran fin de semana”.
Dos derrotas que el boxeador enrolado en el ejército vivió como injusticias y que le llevaron a refugiarse en el entrenamiento como terapia, con la vista puesta en Río y en su soñado título olímpico.
Los padres del boxeador Alexis Vastine lloraban hoy la muerte de su hijo y la desgracia repetida, porque a principios de año habían perdido a su hija menor en un accidente de coche.
Lágrimas que el boxeador había conocido en su carrera, marcada por el sueño olímpico que se le escapó en dos ocasiones y que no podrá completar en Río de Janeiro.
Francia recuerda a Vastine llorando sobre el ring. Primero en 2008, cuando los árbitros le descalificaron en un combate que dominaba contra el dominicano Félix Díaz.
“No hay derecho”, repetía entre lágrimas el deportista que, cuatro años más tarde, repitió la escena cuando los jueces le dieron perdedor frente al ucraniano Taras Shelestuik.
Promesa de la Natación
A sus 25 años, Muffat había amasado ya un palmarés impresionante, tres medallas olímpicas, cuatro bronces mundiales, oro en piscina corta y todos los títulos posibles en Francia. Suficiente para que cuando anunció el pasado verano que abandonaba la competición provocara una estupefacción general.
“Quiero disfrutar de la vida”, afirmó entonces la atípica deportista.
En su agenda, aseguran sus allegados, figuraban muchos proyectos, como saltar en paracaídas o viajar a los cinco rincones del planeta. Y también participar en un concurso de “telerrealidad” donde un accidente de helicóptero en Argentina truncó su vida.
El nombre de Muffat saltó a la palestra cuando en 2005, con 15 años, batió a una Manaudou en la plenitud de su carrera.
Fue el inicio de un rosario de éxitos coronados con el oro olímpico en Londres 2012 en los 400 metros libre, acompañado de la plata en los 200 metros libre y el bronce en el relevo 4 por 200 libre.
Batalla perdida
Mucho más mediática y conocida en Francia que Muffat, la regatista Arthaud, de 57 años, era un símbolo de superación, de conquista de terrenos vedados a las mujeres.
En 1990 se convirtió en la primera mujer -y la única por el momento- en ganar la Ruta del Ron, una de las regatas en solitario más duras y prestigiosas del mundo, un triunfo que le otorgó fama y gloria lejos de los barcos, donde se movía como pez en el agua.
Apodada la “novia del Atlántico”, hija de una adinerada familia de editores parisienses, Arthaud es considerada en Francia como un icono de la vela y del feminismo.
Aparecía en los medios, escribió varios libros e, incluso, grabó algunas canciones junto a Pierre Bachelet.
Encontró la muerte en Argentina tras haberla esquivado en varias ocasiones. La primera cuando, con 17 años, un accidente de coche la sumergió durante meses en el coma y la dejó medio año paralizada y desfigurada.
Una prueba de la que salió completamente transformada y con la fuerza suficiente para afrontar otro tipo de vida del que le prometía su familia.
En 1986 volvió a coquetear con la muerte cuando, en plena Ruta del Ron, acudió a rescatar a otro marino en medio de una gran tempestad que estuvo a punto de tragarse a ambos.
Hace cuatro años, cuando navegaba sola por aguas del Mediterráneo, cayó al agua y vio cómo el barco se alejaba. Salvó la vida gracias a un teléfono móvil impermeable que había comprado unos minutos antes de embarcar y que le permitió pedir auxilio.
Retirada del mundo de la vela, Arthaud preparaba una regata por el Mediterráneo “hecha por y para las mujeres”.