Estas palabras tuvieron repercusión ya que fue el mismo entrenador sueco quien guió a la leyenda viviente del tenis hacia la cima.
Pero la comparativa tuvo efecto contraproducente en el propio Dimitrov.
“Cuando empecé a establecerme en el circuito, lo de Federer comenzó a escaparse de las manos”, reconoció el mismo tenista búlgaro, quien durante años fue calificado como el “Baby Federer” por su vistoso estilo de juego, en particular el golpe de revés a una mano.
Eterna promesa
A Dimitrov le costó cuatro años poder ubicarse entre los mejores 50 de la clasificación y otros 12 meses para llegar a estar entre los mejores 25.
A partir de allí la carrera del tenista búlgaro pareció despegar, sumando titulares por sus triunfos en la cancha y su relación con la rusa María Sharapova fuera de ella.
En 2014, consiguió títulos en tres superficies distintas, incluyendo en el césped de Queens en Londres, y sobre todo hizo semifinales en Wimbledon.
Llegó hasta la octava posición del ranking ATP. Su éxito deportivo, sumado a su confesa pasión por los autos, relojes y dispositivos electrónicos, lo convirtieron en una celebridad en Bulgaria y en uno de los tenistas más deseados del circuito.
“Es como David Beckham para nosotros”, le comentó en su momento la periodista búlgara Severina Grozeva al periodista de la BBC Sam Sheringham.
“Todo el mundo sigue cada partido y la prensa también está interesada en su vida personal”.
Pero los éxitos de ese año fueron un espejismo de lo que era capaz de ser, pero que no terminaba de serlo.
Cuando más cerca de la cima se encontraba, la carrera de Dimitrov comenzó a retroceder repentinamente, su clasificación a bajar, llegó la ruptura de la relación con Sharapova y después de Queen's y semifinal de Wimbledon, pasó más de dos años sin conseguir un título.
El cambio
Cuando cayó hasta el puesto 40 del ranking en julio de 2016, el tenista búlgaro tomó una decisión que tendría un efecto crucial para su juego: contrató como entrenador al venezolano Daniel Vallverdu, quien había trabajado con el británico Andy Murray y el checo Tomas Berdych.
La conexión dio frutos de inmediato y Dimitrov comenzó a ganar nuevamente partidos en el circuito.
No ha sido un camino en línea recta, pero a diferencia de lo que ha sido su carrera en 2017 el tenista búlgaro por primera vez ha sumado más alegrías que decepciones.
En el Abierto de Australia, el primer grande de la temporada, el búlgaro hizo semifinales, donde sólo pudo ser derrotado por un inmenso Rafael Nadal en el que será recordado como uno de los mejores partidos del año.
Su primer título lo obtuvo en el Abierto de Sofía para la locura de sus seguidores, mientras que en agosto sumó su primer torneo Masters 1000 al vencer al australiano Nick Kyrgios en Cincinnati, Estados Unidos.
La eliminación que sufrió en segunda ronda en el Abierto de Estados Unidos fue sólo un tropiezo que no impidió que clasificara a su primera vez a las finales del circuito ATP, la Copa de Maestros, donde logró la consagración que se esperaba de él desde hace 10 años.
“Este título le debe dar una gran confianza y se espera que le sirva de trampolín para desarrollar aún más el enorme potencial que siempre ha mostrado”, comentó Russell Fuller, especialista de tenis de la BBC.
Su próximo paso será conquistar un Grand Slam y el primero que parece en el horizonte es Australia.
Torneo al que el tenista búlgaro se presentará simplemente como Grigor Dimitrov, número tres del mundo.