Deporte Internacional

Michael Jordan celebra su cumpleaños 53

El mejor basquetbolista de todos los tiempos Michael Jordan festejó este miércoles su cumpleaños 53 y las redes sociales se encargaron de hacerle el día distinto con cientos de mensajes.

La exestrella del baloncesto nació el  17 de febrero de 1963 en Brooklyn, Deloris y James Jordan le dispensaron idénticas severas atenciones que a sus otros cuatro hijos mayores.

Antes de ir a Laney High School, en Wilmington, ya en North Carolina, aún tuvo tiempo de instruirse en el código del suburbio. Una riña durante un partido de beisbol casi le lleva a la cárcel —la evitó porque estaba casi completa— y, de camino, cortó la carrera del incipiente bateador.

Sus padres se lo pusieron en conocimiento: “Si no eres responsable de tus actos, no irás al instituto. Si no vas al instituto, solo te queda trabajar”. A los 14 años medía 1.75 metros y su futuro como estrella del baloncesto resultaba improbable.

Pero consiguió que lo reclamasen desde Wilmington junto a Sam Perkins, compañero de travesuras. No había opción: o Wilmington, o conducir autobuses como su hermano o mozo de gasolinera.

Y funcionó, solo la Naturaleza sabe cómo. Una extraña mutación se produjo en aquella bengala negra que no fumaba, no bebía, solo gozaba con una pelota de futbol, baloncesto o beisbol.

Nadie medía más de 1.80 en su familia. Pero, poco antes de finalizar su ciclo en Wilmington, Michael Jordan ya se elevaba a 190 centímetros. “A veces le pregunto a mi madre ¿cómo era de alto el lechero?”, bromeaba.

Pronto llegaron Dean Smith, North Carolina y la final de 1982 contra Georgetown, John Thompson y Patrick Ewing. Pero nada cambiaría en un hombre que, con el pie a medio cicatrizar tras la fractura de 1985 llegó a mentir a Jerry Reinsdorf, propietario de los Bulls: solo por el deseo de jugar, for the love of the game.

En 1984, Jordan se había hecho insertar en su contrato una cláusula que dejó atónito a Jerry Krause, general mánager de los Bulls: podría jugar a baloncesto fuera de temporada, siempre que lo deseara. “Nunca le consentiría eso a otro jugador”, rezongó Krause.

En cierta forma era como conceder a Bruce Springsteen que cantara donde le viniese en gana. Todo junto fue creando el culto al soplo de aire fresco llegado del sur, cerca de Graceland, la utopía de Memphis que entonces cantaba Paul Simon.
EE. UU. no solo se deslumbraba o rendía ante Jordan. Jordan le gustaba a todos.

La iglesia de Wilmington —Michael es católico a rajatabla— le dedicaba oficios y sermones especiales. América creyó en él: Michael Jordan, Hijo del Aire, que nunca se adornó con la parafernalia ambigua de Carl Lewis, hijo del viento, y no se ocultaba como hacía Michael Jackson: en la piel de Jordan no se detectaba una sola mancha.

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