“Nuestros entrenos empiezan cuando muy tarde a las seis de la mañana. Entonces tengo que salir de mi casa a las cinco, para eso me levanto a las cuatro, y a veces a las tres y media, para dejar uniformes listos. Ya después mi hermana me ayuda a llevar a mis hijos al colegio” , cuenta.
La jornada para Mirna es de mucha exigencia porque el entrenamiento es apenas un preámbulo de todo lo que resolverá durante el día: “El entreno acaba a las nueve. Después me tocan las tareas de casa: la limpieza, hacer el almuerzo, y luego nos vamos al entreno de la tarde”.
Alrededor de las seis de la tarde, Mirna vuelve al hogar acompañada de su esposo, el también marchista Erick Barrondo: “Cuando regreso a casa veo a mis hijos y me dicen, Mami, me dejaron esta tarea, me puedes ayudar?”.
Mirna Ortiz mide 1,58 metros y pesa 42 kilos. Es una atleta menudita, pero muy resistente. Lo ha demostrado en el deporte y en la vida desde los 13 años cuando empezó en la marcha, aunque entonces solo la practicó durante un año y medio.
“Vengo de una familia de escasos recursos y en 2002 preferí seguir estudiando”, recuerda Ortiz quien completó el estudio técnico de perito en contabilidad. “Me gradué en eso pero como en Guatemala tienes que adaptarte al trabajo que encuentres, me metí a trabajar como recepcionista en una emisora radial”.
Así pasó el tiempo y sucedieron varios acontecimientos: el nacimiento de Joshua, el fallecimiento de su madre, Isabel Flores, quien tanto la apoyó, y posteriormente la llegada de Ronin.
“Yo ya era totalmente ajena al deporte. Aún me gustaba y lo veía por los medios, y me conmovía, y sentía la espinita de volver, pero el tiempo no me lo permitía” , recuerda Mirna, quien se las veía complicadas para hacer rendir su sueldo de unos 250 dólares al mes.
Recién había comenzado el año 2011 y Mirna volvió a la caminata. Con muy poco tiempo de preparación habría de trascender en el plano internacional.
“Volví a la marcha antes de los Panamericanos de Guadalajara, y para sorpresa mía hago una medalla de plata con tan solo ocho meses de entrenamiento. Volvió la pasión por el deporte” , recuerda con emoción.
Entonces la deportista chapina tuvo que tomar otra decisión determinante: “Dejé de trabajar para dedicarme totalmente a la marcha”.
En simultáneo, Mirna vivió una época complicada porque al dedicarse por completo al deporte, los entrenamientos y los viajes la obligaron a alejarse de sus hijos, situación que fue utilizada por el padre de los pequeños para quitarle la custodia.
Joshua y Ronin fueron llevados a Jutiapa, una población muy cerca de la frontera con El Salvador.
“Tuve un año bien depresivo previo a los Juegos Panamericanos. Todos los días oraba con lágrimas en los ojos. Le pedía a Dios una oportunidad de salir adelante porque yo sabía que el deporte me podía llevar a tener mejores recursos que los que me podría dar un trabajo cotidiano” , reflexiona.
Pasaron alrededor de dos años “lejos de ellos, sin saber nada de ellos” , pero Mirna recuperó a sus hijos después de competir en Londres 2012 y ya con una beca.
“Gano 2 mil dolares al mes que en Guatemala se vuelve mucho dinero. Algunos me dicen que en mi país ese sueldo solo lo puede tener un doctor o un abogado. Ahora puedo darle a mis hijos lo que no imaginé que les hubiera podido dar con un trabajo normal” , dice Mirna con satisfacción.
Mirna Ortiz viajó a los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Veracruz-2014 como favorita para ganar los 20 km marcha femeninos y cumplió.
Antes de la competencia, Joshua y Ronin estuvieron presentes. “Ellos están en mi mente al inicio de mi competencia. Cuando compito pienso lo voy a hacer por mis bebés y ahí está la voz de ellos diciéndome mami, eres la mejor. Después durante la competencia mi concentración es total en mi técnica, que es algo fundamental en mi deporte por lo que puedan apreciar los jueces”.
Mirna dominó y acabó la prueba con un tiempo récord en los Centrocaribes de 1 hora 35 minutos 43 segundos. Con ello pudo cumplir lo que le pidieron sus hijos cuando se despidió de ellos antes de venir a Veracruz: “Me dijeron Mami, aunque nos dejes mucho tiempo, nosotros queremos una medalla. Es un regalo que ellos piden a cambio del tiempo que yo los dejo”.
Pero el compromiso de Mirna con Joshua y Ronin no he terminado con el oro de los Centrocaribes. “Tengo una meta: De aquí hasta que Dios me permita seguir marchando quiero asegurar el futuro de mis hijos para que no pase lo que en algún momento pasamos quienes provenimos de una familia con escasos recursos” .