Pero Richard Davies, quien fue presidente del Consejo de Asesores Económicos del Tesoro del Reino Unido (HM Treasury), economista del Banco de Inglaterra y editor de la revista The Economist, viajó no solo a uno, sino a nueve. Y muy variados:
BBC NEWS MUNDO
La fascinante aventura de Richard Davies, el hombre que viajó a las 9 economías más extremas del mundo y qué lecciones aprendió en el camino
Si ya es poco común que un economista salga a la calle a ver cómo funcionan en la práctica las grandes teorías y a conversar con los seres humanos que están detrás de las bases de datos, más raro aún es que viaje a lugares extremos para estudiar cómo sobrevivimos en las peores circunstancias y qué soluciones económicas inventamos.
Uno de los destinos fue el campo de refugiados sirios Zaatari, en Jordania. (Foto Prensa Libre: Richard Davies)
- Zaatari, un campo de refugiados sirios en Jordania
- La Prisión Estatal de Louisiana en Estados Unidos
- La región del Darién en la frontera entre Colombia y PanamáKinshasa en la República Democrática del Congo
- Aceh, Indonesia, epicentro de uno de los peores desastres naturales de la historia
- Glasgow en Escocia
- Akita en Japón
- Tallinn en Estonia y
- Santiago en Chile
“El capital financiero opera de maneras fascinantes en ambientes extremos”, le dice a BBC Mundo Davies, quien actualmente trabaja como investigador de la London School of Economics y la Universidad de Bristol.
En el recorrido, cuenta, descubrió cómo la gente se las ingenia para crear nuevos sistemas y cómo la fortaleza humana no conoce límites cuando una comunidad tiene que adaptarse y reconstruirse en medio de la adversidad.
Con esa experiencia publicó el libro “Economías Extremas”, el cual incluye sorprendentes historias como la de los presos de Louisiana cuya moneda de intercambio son las latas de pescado, o la de los refugiados sirios que transformaron la leche en polvo en un gran activo comercial para hacer negocios.
Para escribirlo recorrió 160.000 kilómetros y realizó más de 500 entrevistas que le dieron pistas sobre el poder de la resiliencia humana y las fuerzas económicas que pueden darle forma al futuro.
¿Cómo se le ocurrió la idea de hacer un libro tan poco tradicional para un economista?
Quizás se me ocurrió porque no siempre fui economista. Primero fui estudiante de medicina y ahí aprendí que hay información valiosa en los ejemplos extremos, algo que usualmente no investigamos en el ámbito económico.
Siempre buscamos los promedios como, por ejemplo, cuál es el efecto promedio de una reforma impositiva, o cómo una política puede afectar a una familia promedio.
Pero en campos como la medicina se investiga qué pasa en casos extremos cuando sobrevive un individuo que se suponía que iba a morir y esa idea de buscar el caso excepcional no la aplicamos en el ámbito económico.
Y por otro lado, mi hermana, que es directora de prisiones, ha visto como en las distintas cárceles se desarrolla una economía oculta, una economía que no es oficial.
Entonces pensé que ese era un buen ejemplo de resiliencia, en el sentido de que te ves forzado a construir un sistema.
Así fue como me puse a pensar en distintos lugares donde la gente tiene que enfrentarse a estas fuerzas extremas y a construir o reconstruir su entorno económico.
¿Por qué separó el libro en tres partes: sobrevivencia, fracaso y futuro?
Quería escribir sobre los grandes temas que van a afectar a la economía en el futuro, como los cambios tecnológicos, el envejecimiento de las sociedades, el aumento de la desigualdad. Por eso el capítulo final va en esa línea.
Luego me interesaba investigar el éxito de la sobrevivencia y ahí es donde incluí la prisión, el campo de refugiados y un desastre natural, ejemplos de cómo un grupo de personas logra vencer las peores condiciones.
Pero luego pensé que, como tenemos ejemplos en todo el mundo donde ocurre lo contrario, donde los sistemas fracasan, era interesante ver el otro lado de la historia y viajar a lugares que lo tenían todo para construir las mejores economías del mundo, pero fracasaron.
¿Cómo y por qué seleccionó esos nueve lugares en particular?
Lo hice aplicando un método cuantitativo usando datos.
Elegí primero los temas -desastre naturales, guerra y el sistema carcelario- y luego busqué ejemplos extremos de esos temas.
Por ejemplo, fui a Estados Unidos porque es el país con la mayor tasa de encarcelamiento del mundo; elegí Louisiana porque es el estado que lidera el ranking; y dentro de Louisiana escogí la Penitenciaría Estatal de Louisiana porque es la mayor cárcel de alta seguridad.
Lo mismo hice al buscar el mayor desastre natural del mundo, y por eso fui a Aceh en Indonesia.
Para el capítulo de los fracasos tenía varias alternativas que al final descarté.
Estuve a punto de ir a Buenos Aires. No es que Argentina sea comparable con Kinshasa en la República Democrática del Congo, pero es interesante porque Argentina podría haberse convertido en una superpotencia, pero no lo logró.
En cambio elegí Chile por el tema de la desigualdad, aunque estuve muy cerca de ir a México por la misma razón.
Al final fui estricto con el método de seguir los datos y por eso viajé a Santiago.
De todos los lugares donde viajó, ¿cuál le causó la mayor impresión a nivel personal?
Kinshasa. Es un lugar alucinante. Una ciudad de 10 millones de habitantes que en realidad es una gigantesca aldea. No hay nada. Está lleno de casas hechas con cartones y techos de lata.
Y en las calles puedes ver miles y miles y miles de personas negociando en medio de una pobreza abyecta.
Es increíble ver eso en una ciudad.
Yo he estado en partes muy pobres de varios países, como Kenia o Colombia, por ejemplo, pero Kinshasa impresiona por la cantidad de personas concentradas en el mismo lugar.
Como economista, uno piensa en el potencial de ese lugar.
Está a la orilla del río Congo. Se sabe desde hace muchos años que ahí se podría construir una represa y que la ciudad podría tener un desarrollo industrial, pero la gente ni siquiera tiene agua limpia para consumir.
Y cuando cae la noche, no hay electricidad y todo queda completamente oscuro. Es como estar en el campo o en el medio del desierto, pero es una ciudad gigante.
La historia de Kinshasa y del Congo es la historia del peor desastre económico del mundo. Estando ahí se hace evidente el valor de tener un buen gobierno.
De una manera muy distinta me impresionó la ciudad de Akita, en el norte de Japón, donde todas las personas eran mayores de 65.
O ir a Santiago, donde conoces gente en Las Condes y luego bajas a los barrios pobres y ves el gigantesco contraste. Fue muy, muy emotivo.
¿Y qué lecciones económicas aprendió en toda esta aventura que son valiosas para el resto del mundo en el contexto actual?
Del viaje que hice al campo de refugiados, a la zona del tsunami y la cárcel, que aparecen en el primer capítulo, aprendí que los individuos tienen una inmensa capacidad de construir su propia economía casi de la nada.
Si solo leyeras ese capítulo, podrías pensar que lo único que necesitas es un sistema de libre mercado y que es mejor que el gobierno se haga a un lado y que la gente haga lo que quiera, como una visión muy libertaria de la sociedad.
Y aunque hay algo de verdad en esa percepción, el viaje me mostró el valor de tener un sistema político estable.
Eso es algo que sabe todo el mundo, pero lo que aprendí directamente es la manera en que daña a la gente en la vida real.
Yo solía trabajar en el Banco Central de Inglaterra y uno de los temas fundamentales es la inflación. Pero en un país como el Congo, donde la moneda local no es estable, el costo de una alta inflación recae en los más pobres.
En ese país no hay apoyo del Estado y la única forma de sobrevivir es con el comercio informal.
Algunos compran grandes bolsas de carbón, que la gente usa para cocinar, y luego la venden por partes. El problema es que el dinero es tan volátil que el valor de la moneda puede cambiar rápidamente de un lugar a otro de la ciudad.
Entonces terminan vendiendo el carbón a un precio demasiado bajo, porque en horas el precio cambia. Y cuando van a comprar otra bolsa grande, el dinero ya no les alcanza.
¿Qué tan rápido se dispara la inflación?
En Kinshasa puede dispararse en una noche por la manera en que funciona el banco central. Se destruye de un momento a otro el capital que puede tener la gente más pobre del planeta.
Ellos viven bajo una lata al lado de una cloaca. Ellos sufren el impacto de malas políticas.
Otra cosa que aprendí es cómo funciona la corrupción en el terreno, cómo funciona desde arriba hasta llegar a los niveles más bajos.
Si vas manejando y quieres dar una “vuelta en u”, tienes que llamar a un policía y pagarle para que detenga el tráfico y te deje dar la vuelta. Esa es la manera de hacerlo, no hay otra.
En cualquier país eso sería un soborno. Pero en Kinshasa, sabes que el policía tiene hambre, que es tu vecino.
Eso cambia completamente la idea de qué es moral o inmoral. Ese policía no tiene otra manera de comer y si entrega un servicio útil, se hace el negocio.
Hay muchos ejemplos como ese. O cuando los niños egresan de la escuela, le tienes que pagar al profesor para que te entregue el certificado, pero no hay otra manera de que el profesor pueda sobrevivir.
Como es un lugar tan extremo, pone a prueba la idea de que la corrupción siempre es algo malo. En ciertos lugares del mundo, es lo único que se puede hacer para comer.
Si vamos al viejo dilema sobre qué funciona mejor, ¿libre mercado o un sistema con fuertes regulaciones?, ¿libre mercado o mayor control estatal?, ¿o dónde está el mejor balance entre esos dos caminos?… ¿cuál es su opinión?
Esa es la vieja pregunta, me gusta la manera en que lo pones porque es “la” pregunta. No tengo una respuesta establecida al respecto.
Muchos libros de economía y negocios suelen llevar un título al estilo de 10 reglas para conseguir algo, o 10 pasos para alcanzar lo que sea.
Pero ese tipo de fórmulas claramente no funcionan en economía.
Lo que espero es que el libro le dé a la gente algunas señales sobre esa vieja y gran pregunta: ¿cómo sacamos el máximo partido de los mercados sin permitir que operen desenfrenadamente?
Es una pregunta muy difícil de contestar.
La primera parte del libro contiene ejemplos que muestran que la gente a la que le encantan los mercados libres, gente como podría ser Milton Friedman o los libertarios, están -en parte- en lo correcto.
He visto de primera mano en los lugares donde he estado y he leído varias investigaciones que señalan que cuando la gente no tiene prácticamente nada, reconstruyen el sistema económico, y habitualmente lo hacen como un sistema capitalista.
Me refiero a la construcción de pequeños mercados donde comercias de manera libre y la razón de eso es que la gente tiene distintas habilidades, distintos bienes, diferentes deseos y necesidades, y los intercambian.
Incluso hay lugares donde inventan su propia moneda para poder comerciar.
Pero también es verdad que si permites que los mercados hagan lo que quieran, muy a menudo van a hacer cosas terribles.
Una muestra de eso es el medioambiente o la manera en que comerciamos el ambiente. Y el mejor ejemplo es lo que ocurre en la Región de Darién, en el límite entre Colombia y Panamá.
¿Qué políticas aplicaría en ese lugar?
Personalmente implementaría políticas muy extremas.
Habitualmente lo que hacemos es aplicar las medidas a la mitad, o dicho de otro modo, aplicar medidas que tienden hacia el incómodo camino del medio.
Por ejemplo, en la Región del Darien se permite un comercio limitado de árboles de madera dura. Yo lo prohibiría completamente.
Pero en otros casos como el comercio de drogas, se gastan miles de millones en tratar de bloquear esos mercados, cuando sería mucho mejor legalizarlos, permitir que funcionen, cobrar impuestos.
Estamos en una extraña situación donde tenemos algunos mercados que no deberían existir y otros que sí deberían existir. El desafío para el futuro después de la pandemia es hacerlo bien.
Lo más importante es que no hay una respuesta única para todos los lugares. Depende de su religión, su historia, su cultura.
Sin duda está lleno de ejemplos donde lo hemos hecho mal, eso está claro.
¿Y qué se hace con el descontrolado aumento de la desigualdad, que es un fenómeno común en sociedades muy distintas?
La pregunta es cómo defender la postura de que es necesario disminuir la desigualdad, cómo le puedes explicar a la gente que no está interesada en el tema que es importante.
La gente que critica la desigualdad, es como si le hablaran a una pared.
Si a mucha gente no le importa la desigualdad o incluso piensan que los más pobres merecen estar en una posición de desventaja, ¿cómo los convences de lo contrario?
Nunca vas a ganar esa discusión porque al otro lado simplemente no le interesa.
Para mí lo interesante es dar razones suficientes para que al otro lado le importe.
Y creo que hay suficientes y que no están relacionadas con que es malo o no es justo que los ingresos sean tan desiguales.
Disminuir la desigualdad es importante porque erosiona el capital social. Cuando un lugar tiene un bajo nivel de capital social, es menos resiliente para enfrentar grandes shocks.
Entonces la gente a la que le importa la desigualdad tiene que construir mejores argumentos para convencer a los que tienen ingresos más altos. Porque a la mayoría de las personas con altos ingresos no les preocupa el aumento de la desigualdad.
Pero a todos nos afecta si disminuye la resiliencia, si disminuye la capacidad de enfrentar turbulencias.
La evidencia muestra que cuando tienes altísimos niveles de desigualdad haces que la sociedad sea más débil.
¿Qué lecciones de su viaje podrían aplicarse a lo que estamos viviendo ahora en medio de la pandemia?
Cuando se trata de resiliencia le damos demasiada importancia al dinero y a los bienes físicos. Los humanos podemos sobrevivir y reconstruir teniendo casi nada. Esa es una razón para tener optimismo.
Pero al mismo tiempo, le damos poca importancia a las habilidades, las ideas, las redes, las tradiciones, las normas, los barrios, es decir, al capital humano y social.
En cuanto a la pandemia, en medio de todos los riesgos que presenta la covid-19, estoy preocupado de que vayamos a restarle importancia al daño que provoca en las habilidades e ideas, especialmente entre los jóvenes entre 18 y 24 años que están desempleados.
Estamos erosionando el capital humano. Y me preocupa que el espíritu de que estamos “todos juntos” que existía en la fase inicial de la pandemia, se haya deteriorado.
Quisiera llevarlo a un escenario ficticio. Si lo dejaran abandonado en cualquiera de esos nueve lugares… ¿cree que podría sobrevivir?
Creo que sí. Sería muy duro, sería realmente muy duro, pero creo que lograría sobrevivir.
¿Cuál sería el peor lugar?
Si me dejaran en Kinshasa sería muy difícil porque no hay trabajo. La gente hace lo que sea… como venderse agua entre ellos.
Cuando encuentran agua limpia, llenan un balde y luego la venden por partes en pequeños paquetes plásticos.No sería fácil vivir ahí.
Y creo que podría sobrevivir en la cárcel de Louisiana también, o en Glasgow.
Y de todas las personas que conoció durante su viaje, ¿cuál es su personaje favorito?
Probablemente Suryandi, el hombre que conocí en una playa de Aceh, Lampuuk, a unos 30 kilómetros de distancia del epicentro del terremoto, que vio olas de 30 metros de altura.
Anduve preguntando por un par de semanas si alguien conocía a alguna persona que hubiera sobrevivido en esa playa hasta que lo encontré.
El hombre vio la ola y alcanzó a escapar en su moto. Perdió a toda su familia, pero logró rearmar su negocio a partir de palos y piedras para vender pescado.
Cuando yo lo conocí ya tenía un restaurante grande con muchos clientes felices, una nueva esposa e hijos. Una increíble historia de resiliencia. Nunca lo olvidaré.
Recuerda que puedes recibir notificaciones de BBC Mundo. Descarga nuestra app y actívalas para no perderte nuestro mejor contenido.