115 años después de haber sido encendida, aun brilla tenuemente en una estación de bomberos en Livermore, EE.UU.
La “Bombilla Centenaria” suele mencionarse como evidencia de una supuesta siniestra estrategia de negocios conocida como “obsolescencia programada” o planificada.
Muchos creen que las bombillas y otros productos de la tecnología podrían fácilmente durar décadas, pero es más rentable introducir una vida útil artificial para que las compañías obtengan ventas repetidas.
“Es la teoría conspirativa de la obsolescencia programada”, dice Mohanbir Sawhney, profesor de Mercadeo de la Northwestern University de EE.UU.
Y es algo que existe, sí; pero con matices. Más allá de la cruda caricatura de compañías codiciosas deliberadamente desplumando a sus consumidores, la práctica tiene algunos puntos positivos.
En respuesta a los consumidores
Hasta cierto punto, además, es una consecuencia inevitable de que existan empresas sostenibles que le dan a la gente los productos que desean.
“Básicamente, están reaccionando al gusto de los consumidores”, dice Judith Chevalier, profesora de Finanzas y Economía de la Universidad de Yale (EE.UU.).
“Creo que hay casos en los que en cierta forma engañan al cliente, pero hay otras situaciones donde la culpa puede recaer en el consumidor”.
Como producto, las bombillas proporcionan un ejemplo práctico muy emblemático de obsolescencia programada.
Thomas Edison inventó las bombillas eléctricas comercialmente viables alrededor de 1880.
Esas primeras lámparas incandescentes -incluyendo la “Bombilla Centenaria”- eran de filamentos de carbono y no del tungsteno que se utilizaría extensamente 30 años más tarde.
Al ver que los consumidores no estaban dispuestos a pagar por reponerlas, las empresas de iluminación buscaron producir bombillas que durarán el mayor tiempo posible, dice el sitio especializado en antigüedades “Collector's Weekly”.
Sin embargo, el modelo de negocios cambió cuando la base de clientes creció. Las compañías vieron que podían ganar más dinero haciendo unidades desechables, pasando el costo de reemplazarlas a los consumidores.
Eso dio origen en la década de los 20 al tristemente célebre “Cartel Phoebus” con fabricantes como Osram, de Alemania, Associated Electrical Industries, de Reino Unido, y General Electric (GE) en Estados Unidos, que confabularon para reducir artificialmente la vida útil de las bombillas a 1.000 horas.
La práctica se generaliza
Los detalles de la trama aparecieron décadas más tarde en investigaciones gubernamentales y periodísticas.
Para Giles Slade, autor del libro “Made to Break”, (Hecho para romperse) “el cartel es el ejemplo más obvio” de los orígenes de la obsolescencia programada “porque esos documentos fueron encontrados”.
Y esa práctica afloró en otras industrias.
Por ejemplo, la competencia en el naciente mercado automovilístico de los años 20 hizo que General Motors introdujera el ahora familiar cambio anual de modelos en sus vehículos.
Aunque el término “obsolescencia programada” no comenzó a usarse hasta la década de los 50, para entonces ya había permeado las sociedades de consumo.
Y de distintas formas, sutilmente o no, aun existe en la actualidad.
Desde la llamada durabilidad artificial, en la que componentes frágiles caducan y repararlos cuesta más que reemplazar los productos, hasta las actualizaciones estéticas, los fabricantes cuentan con suficientes artimañas para seguirle sacando dinero a sus clientes.
La situación en tecnología
Un ejemplo son los teléfonos inteligentes, que suelen ser desechados después de apenas un par de años de uso.
Las pantallas o los botones se parten, las baterías mueren o sus sistemas operativos y aplicaciones repentinamente ya no se pueden actualizar.
Sin embargo, una solución está siempre a la mano: nuevos aparatos lanzados más o menos cada año y ofrecidos como el “mejor de la historia”.
Y Slade menciona los cartuchos de impresión como otro ejemplo de descarada obsolescencia programada.
Los microchips, sensores de luz o baterías pueden inutilizar un cartucho mucho antes de que toda la tinta haya sido usada, obligando a los consumidores a comprar unidades completamente nuevas.
Según Cartridge World, una compañía que recicla cartuchos de impresión y ofrece recambios baratos, solo en América del Norte 350 millones de cartuchos (ni siquiera vacíos) terminan en vertederos cada año.
Visión matizada
A pesar de esos notorios casos resulta demasiado simplista condenar la práctica de la obsolescencia planificada.
En una escala macroeconómica, la rápida renovación de productos potencia el crecimiento, crea empleos y tiende a fomentar la innovación y mejorar la calidad de los productos.
“Sin ninguna duda, como resultado de nuestro modelo de consumo hoy más gente que nunca cuenta con una mejor calidad de vida”, dice Slade.
“Desafortunadamente, la obsolescencia programada es también responsable por el calentamiento global y los desechos tóxicos”, agrega.
A menudo, la obsolescencia planificada no es manifiestamente explotadora ya que beneficia tanto al consumidor como al fabricante.
Chevalier destaca que las compañías ajustan la durabilidad de sus productos a las necesidades del cliente y sus expectativas, y pone como ejemplo la ropa infantil.
“¿Quién compra trajes súper duraderos a sus hijos?”, se pregunta. Con tal y de que no sean caros no importa si se manchan o pasan de moda ya que, en muchos casos, no les servirá a los niños por mucho tiempo.
La cultural del desecho
El mismo argumento se puede aplicar a productos electrónicos.
“Si alguna vez ha habido una verdadera obsolescencia, es en tecnología”, dice Howard Tullman director ejecutivo de la incubadora de startups 1871.
“Es casi como si la tecnología se cuidara a sí misma. Esto quedará obsoleto quieras o no”.
A muchos clientes, por lo tanto, no les importa pagar menos por un teléfono en el que la batería no tendrá una carga útil en tres años porque igualmente la tecnología avanzara demasiado rápido.
Mientras tanto, hay formas de estimular a los fabricantes para que extiendan la vida de sus productos.
En el mercado automovilístico, por ejemplo, Chevalier dice que “todo el mundo piensa y averigua en cuanto tiempo un auto se va a depreciar en comparación con otro”.
De hecho, los automóviles se mantienen ahora en circulación mucho más tiempo que antes.
A reciclar
A medida que ha aumentado la conciencia ecológica puede que los productos también se vuelvan menos desechables.
El Proyecto Ara de Google, por ejemplo, está desarrollando teléfonos inteligentes para cambiar componentes tecnológicos que queden obsoletos, en vez de tener que tirar a la basura el aparato antiguo.
Un enfoque empresarial hacia el reciclaje y la reutilización está dejando una gran huella, dice Sawhney.
Por ejemplo el fabricante de automóviles electrónicos Tesla tiene pensado devolver las baterías usadas en los autos de sus clientes y readaptarlas para almacenar energía en el hogar.
La compañía también auto-descarga y actualiza el software en los autos de sus clientes mientras los vehículos se cargan durante la noche.
Sawhney, quien es dueño de un Tesla, dice que la compañía planifica con antelación esos tipos de actualizaciones al incluir sensores “esencialmente a prueba de futuro” y hardware en el vehículo.
“En vez de venderme modelo tras modelo del auto, (Tesla) simplemente cambio el software”, dice Sawhney. “Es un antídoto a la obsolescencia programada”.
“En cierta forma hace que la obsolescencia sea obsoleta”.