Durante el último año, ambos se han enzarzado en una guerra comercial cuyas consecuencias se han hecho sentir en la economía global.
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Por qué la rivalidad entre EE.UU. y China no terminará con un eventual acuerdo comercial
Un acuerdo comercial entre Estados Unidos y China -si acaso llega a ocurrir- tiene pocas probabilidades de poner fin a la rivalidad entre estos dos gigantes económicos.
Xi Jinping y Donald Trump gobiernan países con dos modelos económicos muy distintos. (Foto Prensa Libre: Getty Images)
Pero muchos consideran que su disputa va mucho más allá del comercio y que representa una lucha por el poder entre dos visiones muy distintas del mundo.
Con acuerdo o sin él, se espera que esa rivalidad solamente se amplíe y se vuelva más difícil de solucionar con el tiempo.
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“Hemos entrado en una nueva normalidad, en la cual la competencia geopolítica entre Estados Unidos y China se ha intensificado y se ha vuelto más explícita“, señala Michael Hirson, director para Asia de la consultora Eurasia Group.
“El acuerdo comercial moderará una faceta de la lucha de poder entre ambos, pero sus efectos serán temporales y de alcances limitados”, agrega.
Los analistas creen que la rivalidad entre Washington y Pekín probablemente se trasladará ahora en el decisivo sector tecnológico, en el cual ambos intentan establecer su liderazgo mundial.
Los temas relacionados con la transferencia tecnológica han sido claves en las negociaciones comerciales que las dos mayores economías del mundo han sostenido durante los últimos meses.
“Ahora, de forma acertada, cada país reconoce que su prosperidad, su riqueza, su seguridad económica y militar va a estar ligada a la posibilidad de mantenerse a la vanguardia tecnológica”, señala Stephen Olson, investigador principal de la Fundación Hinrich, un organismo asesor en temas de comercio global.
La batalla tecnológica
Mucho dicen que la batalla entre China y Estados Unidos por el sector tecnológico ya se encuentra en marcha y que Huawei, el gigante chino de este sector, se encuentra en el medio de esa lucha.
Esa empresa ha sido objeto de un intenso escrutinio internacional recientemente, dadas las dudas que Estados Unidos y otros países han manifestado sobre la seguridad de sus productos.
Washington ha prohibido a las agencias federales usar productos de Huawei y ha estimulado a sus aliados a que hagan lo mismo.
Australia y Nueva Zelanda han bloqueado el uso de aparatos Huawei en las redes de la próxima generación móvil 5G.
Pero la empresa asegura que es independiente del gobierno de China. Su fundador, Ren Zhengfei, le dijo a la BBC en febrero que su compañía nunca realizaría actividades de espionaje.
La disputa alcanzó niveles frenéticos con el arresto en diciembre de la hija del fundador y, más recientemente, con la demanda legal de Huawei en contra del gobierno de Estados Unidos.
La empresa también lanzó una ofensiva de relaciones públicas, publicando un anuncio de página completa en el diario The Wall Street Journal para decirle a los estadounidenses que “no crean todo lo que oyen”.
“El término ‘guerra fría’ es excesivo en el contexto de las tensiones entre Estados Unidos y China, pero cada vez es más apropiado para describir su competencia en el sector de la tecnología”, señala Hirson.
Añade que la disputa sobre Huawei es “sintomática de esta intensificada competencia geopolítica”.
“Esta rivalidad es mucho más difícil de resolver que las puras disputas comerciales”, apunta.
¿Cómo llegamos hasta aquí?
Las preocupaciones de Estados Unidos sobre China han aumentado en los últimos años, al mismo tiempo que crecía la influencia china alrededor del mundo.
Su ambiciosa iniciativa de la Nueva Ruta de la Seda, su plan de “Hecho en China” para 2025, y la creciente importante de empresas como Huawei y Alibaba han alimentado estos temores.
El vicepresidente estadounidense, Mike Pence, resumió el ánimo de Washington en un discurso en octubre pasado, cuando dijo que China había escogido la “agresión económica”, en lugar de una “mayor asociación”.
Las esperanzas de que China asumiera un modelo más occidental han cedido su lugar al reconocimiento de que China creció enormemente junto a un sistema controlado por el Estado y no a pesar de este.
“China se ha vuelto mucho más explícita en sus ambiciones durante los últimos años”, afirma Andrew Gilholm, director de análisis sobre China de la consultora Control Risks.
“En consecuencia nadie imagina que China vaya a seguir el modelo de democracia liberal de Occidente o que vaya a converger hacia una economía de mercado de la manera que muchos esperaban que ocurriera hace unos pocos años”, agrega.
Algunos analistas creen que el alejamiento entre ambos estados era inevitable.
Sus distintos sistemas siempre han hecho de ellos unos incómodos compañeros de cama en la economía global. Al mismo tiempo, los choques entre las potencias establecidas y las emergentes han sido recurrentes en la historia.
“Lo que tenemos en frente es la fricción entre la economía tradicional de libre mercado, guiada por los principios del consenso de Washington versus -por primera vez- una enorme economía centralizada y tecnológica sofisticada, que está utilizando unas reglas de juego completamente distintas”, afirma Olson.
¿Y ahora qué?
Mientras se acelera la carrera tecnológica, los analistas esperan que Estados Unidos siga usando medidas no arancelarias para frenar a China.
Señalan que las restricciones sobre las inversiones de China en Estados Unidos, las limitaciones sobre la capacidad de las empresas estadounidenses de exportar tecnología a China y el aumento de la presión sobre las compañías de ese país son algunas de las herramientas que pueden utilizarse.
“Las medidas no arancelarias no captan la atención de los mercados de la misma manera que lo hacen los aranceles, en parte porque su impacto es más difícil de cuantificar, pero pueden tener grandes consecuencias”, señala Hirson.
Una nueva ley aprobada el año pasado en Estados Unidos podría facilitar esa estrategia.
La norma aumentó el poder del gobierno para revisar -y potencialmente bloquear- negocios en los que participen empresas extranjeras al ampliar la lista del tipo de acuerdos que pueden ser sometidos a evaluación por parte del Comité de Inversión Extranjera en Estados Unidos (CFIUS, por sus siglas en inglés).
El comité revisa inversiones extranjeras para verificar si constituyen un riesgo para la seguridad nacional.
El año pasado, incluso antes de que se aprobara la nueva ley, una negociación de alto perfil entre la compañía estadounidense de envío de dinero MoneyGram y Ant Financial, la empresa de pagos digitales de la china Alibaba, fue abortada cuando las partes no lograron la aprobación de la CFIUS.
Una relación compleja
El futuro de las relaciones entre Estados Unidos y China a partir de ahora dependerá del tipo de acuerdo comercial que alcancen.
Golpeadas por los aranceles que se han impuesto mutuamente, ambas partes han demostrado una voluntad de negociar desde que en diciembre acordaron una tregua.
Pero los analistas consideran que las relaciones entre ambas potencias podrían ser distintas en el futuro, con independencia de cualquier acuerdo comercial.
Podrían tener una “relación completamente cooperativa, próspera y mutuamente benéfica” en ciertas áreas pero seguir colocando barrera en otras, algo que Olson califica como “separación selectiva”.
El experto indica que una creciente cantidad de áreas podrían resultar cercadas, particularmente aquellas relacionadas con la tecnología.
“¿Es posible que Huawei alguna vez sea capaz de participar, de una forma significativa, en la construcción de la red 5G en Estados Unidos? Parece improbable”, apunta.