Hundido por la crisis subprime de 2008 y 2009, el mundo desarrollado cifró sus esperanzas en Brasil, que parecía despertar de un gran letargo: la economía creció en 2010 un impresionante 7.5% gracias a programas sociales del gobierno de izquierda que permitieron sacar de la pobreza a más de 40 millones de personas.
Envalentonada, la mayor economía latinoamericana peleó entonces con éxito para ser la sede del Mundial de fútbol en el 2014 y para que Rio de Janeiro recibiera los Juegos Olímpicos en el 2016.
Pero rápidamente las expectativas demostraron ser demasiado altas. Con un modelo de crecimiento basado principalmente en el consumo interno, Brasil solo creció al ritmo chino ese año.
Al boom impulsado también por el alza de los precios de los commodities siguieron cuatro años de magro crecimiento y desde el segundo trimestre del 2015 una recesión que S&P estima llevará a una contracción del 2.5% del PIB este año y se extenderá durante todo el 2016.
Hoy los precios de las materias primas se han desplomado en gran parte por la caída de la demanda china, las cuentas públicas no cierran y Brasil está sacudido por un escándalo de corrupción de escala en la estatal Petrobras, la mayor del país, que ha costado miles de millones de dólares y ha llevado a la cárcel a empresarios y puesto bajo investigación a muchos políticos de distintas fuerzas, incluido el izquierdista Partido de los Trabajadores, que gobierna desde hace 12 años.