A 400 km de Ceuta, en Melilla, Naima Fakhri, 46 años, es una madre de dos hijos que se torció un tobillo, pero aún así, carga con varias mantas de unos 20 kilos.
“Es una porquería. Algunas veces me pegan (la policía española) o no nos dejan salir” , dice, antes de añadir que “no hay otra cosa que esto” para ganarse la vida.
Ibrahim y Fakhri forman parte del ejército de marroquíes que cada día se dedica a esta especie de contrabando tolerado a las puertas de Europa. La regla es que pueden pasar con todo lo que puedan cargar sin pagar tasas.