Economía

Desde el graderío 

Vamos a suponer –por un momento solamente– que tenemos ante nosotros a un grupo de ciudadanos que de buena fe quieren hacerse del voto popular para poder ser servidores públicos en un país imaginario, gestionando nuestras múltiples demandas sociales y procurando hacer un uso lo más eficiente y transparente posible de los pocos recursos financieros, humanos e institucionales que todos ponemos a su disposición.

Si al supuesto anterior añadimos que el tiempo es escaso (¡sobre todo en política!), que el grupo de personas dispuestas a tamaño sacrificio es insuficiente, y que la cantidad de dinero que tienen es menor a la lista de necesidades de la sociedad acumuladas a lo largo de los años, entonces tiene mucho sentido intentar priorizar temas para concentrar energías. De eso se trata al final todo esto ¿no?, de gestionar escasez.

La pregunta del trillón de dólares pasa a ser entonces ¿cuáles debieran ser los criterios para elegir este tema y no aquel otro, para asignarle más recursos a la necesidad social “x” que a la necesidad social “y”? Y la respuesta, como usted seguramente intuye o ya lo ha pensado en más de una oportunidad, es simple y obvia: no hay. Precisamente allí reside la razón de ser del juego democrático, para tratar de convencernos que las prioridades identificadas por el candidato tal son mucho más urgentes y de mayor impacto social que propone el candidato cual.

Para terminar de complejizar todavía más esta imaginación, es necesario decir también que en la selección de prioridades sociales debe haber una altísima dosis de convicción, y a veces hasta un poco de fe, de que se está haciendo la elección correcta, pues los resultados que verdaderamente valen la pena, esos que transforman la vida de las personas de manera sustantiva, no llegan de inmediato. Generalmente son procesos largos que toman mucho tiempo.

Es así como el ciudadano votante tiene ante sí una de las mayores debilidades del sistema democrático: la paradoja de tener que elegir sin poder constatar los resultados de su elección y poder premiar o castigar a su elegido en el momento justo. Incentivo muy perverso pues desincentiva la participación de los votantes tanto como la necesidad de buen desempeño de los votados. Los gobernantes deciden y las consecuencias más profundas y duraderas no se hacen sentir sino años después, cuando ya se largaron.

Luego, si la corrección del rumbo no puede hacerse en tiempo real ni nada que se le asemeje, ¿qué instrumentos nos quedan a los ciudadanos para hacer una elección política y juzgar los méritos de un candidato versus otro, de un equipo versus otro, de un enfoque de desarrollo versus otro? Básicamente dos.

Primero, la narrativa que logra articular cada uno de los contendientes, ese cuento donde intentan convencernos que su visión de la sociedad y sus planes a futuro recogen las necesidades más importantes de la sociedad, y las soluciones propuestas son las que procuran el mayor bienestar para la mayoría.

Y segundo, la solvencia moral y profesional de los colaboradores cercanos al candidato. Gestionar un gobierno es tarea de muchas personas, y por lo mismo es fundamental entender quién llega a cada puesto. Así comienzan a gestarse expectativas en la población, tanto en cuanto a capacidad técnica como honradez y habilidad para constituir equipos de trabajo eficaces y eficientes.

Ahora salgamos de ese imaginario y aterricemos en un país real y concreto, Guatemala, por decir algo. Donde ni lo primero (narrativa) ni lo segundo (equipos) aplica. Porque en algún momento decidimos como sociedad que ya no es necesario discutir ideas y propuestas alternativas, sino más bien la tendencia es que todo más o menos se parezca, por aquello de que el que se aleja mucho del hato corre el riesgo de perderse y ser devorado. Y porque el uso y costumbre de nuestra muy noble y muy leal cultura política chapina tiende a ocultar los nombres de futuros empleados públicos hasta el último minuto.

¿Y entonces?, me dirá usted. Entonces, le diré yo, que es justamente allí en donde tenemos que seguir insistiendo desde el graderío. Para que los toros se pinten tal y como son y nos permitan hacer una elección sin esa enorme catarata en el ojo político del ciudadano común, votante medio, agente económico, como usted quiera verse o llamarse. De ese ejercicio depende mucho la perspectiva y futuro de nuestra democracia y desarrollo.

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