La población cayó por debajo de los 55 mil habitantes este mes, frente a los 78 mil de 1990. Pero casi la mitad de los que se quedan tienen más de 60 años y sólo 9 mil personas son menores de 18, según datos del municipio.
“Celebramos un funeral (simbólico) por Venecia en 2009, cuando caímos por debajo de los 60 mil habitantes y ahora que estamos en 55 mil estamos protestando otra vez. Si seguimos así, nos convertiremos en una ciudad fantasma como Pompeya”, afirma Matteo Secchi, de la comunidad Venessia.com.
El sábado, Secchi, de 46 años, y otros residentes decepcionados salieron a las calles en un acto bautizado como “Venexodus”, que recorrió las calles desde el puente de Rialto hasta los muros de la ciudad. Unas 200 personas participaron, muchas llevando maletas de forma simbólica.
La paradoja es que la principal amenaza para la subsistencia en la ciudad es al mismo tiempo su principal fuente de ingresos: el turismo. El número de visitantes se ha multiplicado casi por cuatro en los últimos 25 años, aumentando la “relación tóxica” de Venecia con este sector clave.
El auge del turismo beneficia a dueños de hoteles y de góndolas, así como a los de viviendas que venden o alquilan pisos a los extranjeros. Pero otros sufren la explosión de los precios, mientras muchos apartamentos se convierten en “bed and breakfast” y las tiendas son sustituidas por negocios para sacar dinero a los turistas.
“El turismo nos hace ricos a corto plazo, pero nos está matando a largo plazo”, asegura Secchi. “Mucha gente no quiere seguir viviendo en esta ciudad, solo quiere explotarla, como a una prostituta”.
Pero en medio de la niebla hay rayos de esperanza: Piero Dri, por ejemplo, forma parte de un grupo de jóvenes venecianos que han resistido a la presión de abandonar, y que encontraron oportunidades laborales más allá de las más obvias.
El joven de 33 años graduado en astronomía, se reinventó a sí mismo como fabricante de “forcole” o escálamos, esas estacas pequeñas y redondas que se fijan en el borde de una embarcación donde se ata el remo, que también produce con fines decorativos. Así, se ha convertido en uno de los cuatro en Venecia que mantienen viva esta tradición.
Otros jóvenes venecianos están asociados a Generazione ’90, otro grupo fundado hace cinco meses que debutó con un “flash mob” en el puente de Rialto: 1 mil personas acudieron en masa al principal mercado de comida de la ciudad para espantar, al menos por una mañana, a los turistas.
“No queremos sentirnos como extras” en un escenario de extranjeros, dice a dpa el portavoz del grupo, Marco Caberlotto, de 25 años.
Los ciudadanos residentes exigen un límite al flujo de turistas, así como viviendas que se puedan permitir pagar.
Sus demandas recibieron recientemente el respaldo de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), que alertó del peligro de que Venecia pierda su estatus de Patrimonio Mundial.
“El turismo en aumento constante está dominando y oscureciendo la tradicional sociedad urbana de esta histórica ciudad”, escribió la misión de la Unesco en el 2015, que pidió una acción drástica, incluyendo la prohibición de cruceros en la ciudad, que desembarcan a cantidades ingentes de turistas que solo pasan un día en Venecia.
El alcalde Luigi Brugnaro, un empresario convertido en político al que se ha llegado a comparar con Silvio Berlusconi y Donald Trump, respondió a la Unesco que se ocupara de sus propios asuntos.
Paola Mar, concejala de turismo de Brugnaro, se muestra más conciliadora y explica que el ayuntamiento está recabando consejos sobre cómo enfrentar la avalancha de turismo y los problemas para los residentes.
Opciones como aumentar los impuestos a los alquileres de estancia breve y a los establecimientos de “bed and breakfast” y la limitación del número de visitantes, llevan mucho tiempo sobre la mesa, pero nunca se han aplicado.
Paolo Lanapoppi, del grupo Italia Nostra, es escéptico de que pueda haber progresos a menos que las autoridades locales se sientan presionadas y sean puestas en evidencia por una degradación de la Unesco, que podría llegar en el 2017.
“Mi opinión personal es que los políticos de por aquí están en el bolsillo de la industria turística, que no tiene interés alguno en reducir el número de visitantes, mientras los intereses del resto de la gente, que se gana la vida de otras maneras, son cada vez menos atendidos”.