Economía

Irregularidades regulares  

Guatemala es un país de irregularidades regulares. Suceden cosas que son a ojos vista total y absolutamente irregulares, pero llevan tanto tiempo sucediendo que terminan internalizándose, volviéndose regulares y hasta predecibles.

Tres ejemplos, así rapidito, solamente para ilustrar el punto: 1) desde la transición democrática de los ochenta, esos comités electoreros, mal llamados partidos políticos, tiene una vida útil que no va más allá de diez o quince años, con lo cual la intermediación política es pobrísima en contenido además de intermitente; 2) proponga lo que proponga (¡literalmente!), el candidato que termina en segundo lugar en una elección se convierte en el siguiente presidente, casi como por derecho adquirido; y 3) cada gobierno debe enfrentar al menos una crisis mayúscula, para la cual obviamente no está preparado, y cuyo desenlace es igualmente inesperado –por no decir de película–.

El escándalo de “La Línea” fue el mechazo que detonó la debacle patriota, quienes estaban de un triunfalismo y arrogancia como no se veía en el Ejecutivo desde los tiempos de la firma de la paz. Por algo dicen que no hay que hablar demasiado rápido, ni escupir al cielo, ni jurar que de esta agua no beberé. Ahora, con la cola entre las patas, nos les ha quedado otra que pedir paciencia y calma, y hasta buscar iluminación divina.

Pero así como son de predecibles y nefastas estas regularidades en nuestra vida política, así también pareciera estar resurgiendo la dignidad perdida de nuestra clase media, que ya se atreve a indignarse públicamente, asolearse, dar cacerolazos y pedir el cambio. Si algo nos quedó claro a los guatemaltecos el sábado pasado es que, al igual que con las jornadas de aquel mayo del 93, hay límites que los políticos no deben cruzar.

Las fotos aéreas de la plaza de la Constitución son realmente conmovedoras. Transmiten una fuerza ciudadana que muchos creíamos en un coma profundo e infinito. Ni se diga de la explosión geométrica que tuvo lugar en redes sociales con análisis producidos casi en tiempo real, de mañana, tarde, noche y madrugada, para alimentar así el argumentario de todos nosotros los indignados.

Como bien leí en una de las muchas frases que circularon: cuando el gobernante pierde la vergüenza, el pueblo pierde el respeto. No cabe duda que eso es exactamente lo que ha sucedido en este país. El respeto se esfumó y las figuras del actual presidente y vicepresidenta están muy devaluadas. La ausencia de liderazgo ha sido patética. Simple y llanamente han quedado a merced y han sido devorados por toda esta energía social que anda suelta.

No es para menos. Menudo favor nos han hecho este par. No solamente conformaron un equipo infestado de forajidos de quinta categoría, sino que además contribuyeron al descarrilamiento de nuestra ya maltrecha democracia y enclenques instituciones. ¡Aquí está tu seguridad y tu empleo!, diríamos en buen chapín.

¿Se acuerda de aquella otra columna que escribí hace un mes titulada “¡Maldita corrupción!”? Sí, esa en donde decía que (sic) “además del daño que la corrupción ocasiona per se, el efecto de más largo plazo es que impide el florecimiento de una saludable diversidad política. La sociedad deja de interesarse por la coherencia de los planteamientos programáticos de sus elites dirigentes y comienza a pedir lo básico: un mínimo de decencia.” Bueno, si entonces me hizo falta un ejemplo, pues allí tiene este botoncito de muestra.

¿Y ahora qué? ¿qué y hacemos después de la protesta? Esas son las preguntas que están en el ambiente. No es cosa menor, porque de la respuesta que demos derivarán consecuencias inmediatas pero también de más largo plazo. Será el precedente que indicará si como sociedad supimos o no aprovechar esta ventana de oportunidad hasta hoy abierta, pero que ya hay quienes comienzan a tratar de cerrarla, sigilosos, tras bambalinas, a empujoncitos suaves, con esa paciencia cínica que los ha caracterizado siempre. Están apostándole a que el clamor ciudadano será otra más de nuestras irregularidades regulares.

Es hora de romper con ese oráculo. Que no sea solamente honradez lo que exijamos. Este es el momento de protestar, pero también de proponer y mucho más aún de reformar.

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