A escasa distancia en auto del centro colonial de Santiago, Josefina Arocha Saco vuelca una densa leche azucarada en una máquina de preparar helados armada con un viejo acondicionador de aire, una fuente de una mesa de vapor de una cafetería y una palanca de transmisión metálica hecha a mano.
Si suficientes escolares compran helados a cuatro centavos de dólar, puede cubrir los costos de su licencia, pagar los impuestos y ganar más de lo que ganaba como maestra. “Hay de todo, todo el mundo puede sacar patente” para desarrollar alguna actividad privada, declaró Arocha. “Es más abierto, más libre” .
Lejos del boom turístico y de las inversiones que llegan del exterior a La Habana, los residentes de la región oriental de Cuba luchan por salir adelante en medio de una economía tambaleante. A algunos les va mejor que a otros en una provincia más pobre y aislada que la capital.
Si bien muchos santiaguinos han abierto negocios al amparo de las reformas económicas de los últimos cuatro años, a la ciudad no han llegado los grandes inversionistas extranjeros ni el dinero de cubanos emigrados que abren negocios en La Habana, desde restaurantes finos hasta spas y gimnasios para la creciente clase de cubanos ricos.