Hemos observado diferentes formas de monumentos o edificaciones para guardar o albergar la estructura ósea de las personas, ya que lo único que permanece son los huesos, lo demás desaparece.
Esculturas de diferentes épocas, conjuntos arquitectónicos hechos para perdurar, inscripciones evocadoras y, con frecuencia, una especial ubicación en el espacio urbano, que son auténticos museos al aire libre, museos que también cuentan al visitante la historia de una ciudad y le muestran parte de su cultura y de su patrimonio.
Los hay faraónicos y elegantes, como muestra imperecedera de la capacidad económica y el poderío social o político que ostentaron sus ocupantes.
También los hay medianos y populares. De manera que en los mausoleos podemos clasificar diferentes estratos económicos de nuestra sociedad, referidos a las clases alta, media, baja y popular.
Los hay edificados sobre la tierra o en forma de sótano o catacumbas, como suelen llamárseles, siendo estas últimas muy curiosas, dada la intriga y misterio que encierran sus diseños, como las catacumbas de San Pablo y Santa Ágata, en la Isla de Malta, las de París o las de Roma.
Alguna vez visité una de ellas y me acuerdo de que un inquieto escalofrío no dejó de molestarme mientras permanecí abajo.
Están, por supuesto, los cementerios privados, que establecen sus propias normas y reglamentos, teniendo algunos la propiedad en el subsuelo, o en grandes nichos o panteones.
Sin embargo, la mayoría de cementerios en los departamentos y otros pueblos son municipales o bajo el régimen de propiedad privada, y se ha dado el caso que algunas corporaciones han intervenido determinados camposantos.
En la actualidad existen normas y regulaciones para poder edificar, por lo que algunos mausoleos han sido declarados Patrimonio Histórico, como sucede en Quetzaltenango, en donde ya no se permite realizarle cambios a fachadas, diseños o formas de los mismos, sin la autorización de un comité designado para ese efecto, con la intención de que los visitantes puedan ver desfilar bellas fórmulas arquitectónicas y plásticas, así como propuestas expresivas e ideológicas, además de apacibles rincones y sorprendentes paisajes a través de sus calles internas.
En Europa hay cementerios muy emblemáticos, como el parisino del Père-Lachaise, donde está enterrado nuestro premio Nobel de Literatura, Miguel Ángel Asturias, conjuntamente con Enrique Gómez Carrillo, Moliére, Oscar Wilde, Honoré de Balzac, Georges Bizet, María Callas, Frédéric Chopin y tantos famosos, o el de Bonaria, en Cagliari, del que un viajero dijo: “Las tumbas aquí son de una riqueza excepcional”.
Ahora bien, ¿quiere usted saber cuánto cuesta un pedacito de tierra en un cementerio? Muchísimo más que la tierra para poder vivir. Resulta que un pedacito de 2 m de ancho por 2.50 m de largo, o sea 5 m2, puede costarle más de Q100 mil en algunas áreas privilegiadas.
Estamos hablando de Q20 mil el m2; o sea, más de mil US$800 la vara cuadrada. En un departamento puede costarle Q50 mil ese pedacito; o sea, Q10 mil el m2 —casi mil dólares la v2—.
Un cementerio tiene gastos de mantenimiento, áreas verdes y otros controles, sobre todo por la sobrepoblación a la que han llegado en los últimos años, situación que ha llevado al colapso a varios de ellos, que se han visto obligados a tomar medidas escabrosas y muy cuestionadas, tales como sacar a los cadáveres de los nichos, embolsarlos o no, e irlos a tirar a fosas comunes.
De cualquier manera, los cementerios forman parte de la cultura e historia de nuestro país, por lo que es importante que las autoridades no pierdan de vista este patrimonio.