Este es un ballet blanco, romántico, diseñado por Michael Fokine (Mijail Mijalovoch Fokin, 1880-1942), autor de más de 70 coreografías de gran aceptación, entre ellas La muerte del cisne, El pájaro de fuego y El espectro de la rosa.
Las Sïlfides es el primer ballet que se creó sin argumento, y también fue el primero en el que no se usó música clásica como acompañamiento. Su partitura, escrita por Friédéric Chopin, consiste en una polonesa, tres valses, dos mazurcas, un nocturno y un preludio. Había también una tarantela, pero últimamente ya no se incluye.
Este ballet se estrenó en 1908, en el Mariinski de San Petersburgo. Desde entonces el mundo de la danza ya no fue el mismo; se abrieron caminos de libertad expresiva.
El trabajo transmite las sensaciones que un joven poeta experimenta mientras sueña. (Como todos los poetas, que son poetas, sueña con mujeres: la amada, la patria, la muerte). Su ensoñación en este caso son las Sílfides. Espíritus perfectos de hermosas mujeres que en una noche de luna e ilusión danzan en el bosque, envueltas en sus vaporosos velos blancos.
La puesta en escena la semana pasada fue un remontaje de Nancy Urla, guatemalteca graduada del Royal Academy of Dance, Londres. De entrada fue extraño ver el telón de fondo pintado con una escena marina en lugar de un bosque, como era de esperar. Fue rara emoción cuando falló por completo el sistema de reproducción y amplificación de sonidos del teatro. La bailarina que ejecutaba un solo en ese momento —Claudia Yax— con gran profesionalismo continuó la danza en silencio sin perder un paso o cambiar un ápice la expresión de su rostro, de clásica belleza. El público solidario la acompañó batiendo enardecidamente sus palmas. Así fue.
El Calendario Danzante
La novedad de la noche fue el estreno de un nuevo ballet creado por Richard Devaux, El calendario danzante, donde se expone una interesante percepción del Oxlajuj B’aktun.
El maestro diseña una coreografía que toma como centro un sol vivo y como cuerpo el calendario maya en movimiento. Habla de transición, de evolución. De un planeta con graves problemas ecológicos que con ayuda de viejos sabios mayas reencuentra la vida. La tierra reverdece, se inicia una nueva era.
Para acompañarse musicalmente, Richard escogió la partitura de Oxígeno, del vanguardista compositor francés Jean Michel Jarré. Este concierto, si así se le quiere llamar, fue creado en la bullente época de los 60’s. Es el primer trabajo totalmente interpretado por medio de sintetizadores y además fue un tempranero llamado de atención hacia la desidia con la que se trata al planeta Tierra.
Armar este trabajo con el Ballet Guatemala fue arriesgado, pues se utilizó una compañía de danza clásica para montar un ballet moderno; de movimientos abstractos. Es como si a un pintor retratista se le pidiese que hiciese un trabajo impresionista, es arriesgado. Los pinceles son los mismos, los colores también, pero la educación de los pintores es diferente. Uno es perfeccionista, exacto, el otro es emocional. La misma relación existe entre el bailarín clásico y el moderno. El clásico sigue técnicas rígidas, virtuosas, usa zapatillas de punta. El otro baila descalzo, anhela libertad.
El ambiente sobrio, neutral, facilita enfocar la atención en los danzantes. La iluminación rica. El plástico que cubre las tablas del escenario durante las presentaciones de ballet fue colocado con descuido. Estaba arrugada en varias partes con los consiguientes tropiezos para el desarrollo de la danza. El vestuario, bien hecho, dice lo que hay que decir. El nivel técnico del cuerpo de danza es bueno, susceptible de mejora.
Este doble programa se volverá a presentar el sábado 18 y domingo 19 de agosto. El 11 y 12 se tienen en cartelera dos trabajos nacionales: Momentos, de Nancy Urla, y Amor Brujo, del mismo Richard Devaux.
El 25 y 26 sube a escena el Quijote, coreografia de Petipá, música de León Minkus. Un clásico.