No importa que falten otros dos años para las próximas elecciones. No importa que sea ilegal andar en campaña con tanta anticipación. Total, nadie los va a censurar ni va a deshabilitar su participación como candidatos, porque los que tendrían harta obligación de hacerlo se cubren con la misma chamarra. La misma chamarra y las mismas tácticas. Criticar a la administración de turno, anunciar proyectos irrealizables, abordar y apoyar visiblemente a figuras y empresas económicamente favorables a sus intereses y, desde luego, prometer. Prometer y prometer.
Pero, ¿y las necesidades de la comunidad humana, en función de quien se supone que debe existir y debe actuar un sistema público? No es asunto de ofrecer lo que se considera conveniente; es cuestión de estudiar lo que requiere la comunidad, con la seriedad de quien investiga primero y propone luego. Tomemos el caso puntual de la cultura, el arte, la ciencia y la educación.
¿Estos, que se postulan antes de tiempo, están preparados para escuchar y tomar conciencia de las inaceptables condiciones en que se desenvuelven (o intentan desenvolverse) los trabajadores de la cultura, los artistas, los científicos y los maestros en este país? Y, una vez indagado a profundidad el tema, ¿cuentan con la voluntad para implementar las acciones conducentes a sacar de la precariedad cultural, artística, científica y educativa a nuestra sociedad? ¿O se quedará todo, como tantas veces, en lemas de campaña?
Acaso, lo que habría que pedir es que hagan otro tipo de campaña. O, acaso, más simplemente, que nos “hagan la campaña” de tomar nota, de averiguar, de estudiar la situación antes de ponerse en campaña.
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