Para Irma, “todo pasó muy rápido” pues recuerda que aquel de 10 de mayo pudo ver que su hijo estaba bien, pero quizá en los días posteriores se contagió. Falleció el 29 de mayo.
“Para que yo me sienta más fuerte… solo el tiempo (…) Dios me dará las fuerzas para seguir en la lucha”, dice Irma, de 90 años.
En su memoria y su corazón queda la convicción de que José Alfredo fue un buen hijo, el que siempre le decía que la quería mucho, que la llevaba a comer en familia los domingos y que todo el tiempo estuvo pendiente de ella.
José Alfredo, menciona Irma, fue un médico que se dedicaba a sus pacientes. Y por eso se solidariza con aquellos que lo hacen ahora en la emergencia sanitaria por el coronavirus a pesar de los riesgos que enfrentan y que, como José Alfredo, han perdido la vida.
Ahora que está en su casa, imposibilitada de viajar a Canadá para estar junto a su hija, tanto por la pandemia como por su edad, Irma repasa los recuerdos, fotos y recortes de prensa que retratan a Mollinedo Paniagua como un médico con espíritu de servicio.
El deceso de Mollinedo también dejó una pérdida en el gremio médico debido a los aportes que hizo para la Medicina y la salud en Guatemala.
Se graduó de médico y cirujano en la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac) y se especializó en nefrología en la Universidad Autónoma de México (Unam).
A su regreso a Guatemala impulsó el programa de diálisis peritoneal y fue pionero del trasplante renal de paciente cadavérico en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS) en 2006.
Previamente, en 1982, fue uno de los primeros médicos que participó en el trasplante renal y en los 90 fundó el programa de trasplante en el hospital Herrera Llerandi.
Gracias a su espíritu de servicio se volvió una realidad la Unidad Nacional de Atención al Enfermo Renal Crónico (Unaerc).
Médicos recordaron a Mollinedo como un mentor, un especialista innovador y actualizado en la ciencia médica, una persona seria pero muy sensible y un médico comprometido con el servicio al prójimo.