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El reto de Guatemala ante las víctimas de adopciones irregulares: ¿cómo recuperar la memoria histórica?

El exfiscal del Ministerio Público Julio Prado reflexiona acerca de las adopciones en el país, las debilidades del sistema de justicia y de su último libro "La noche viene sin ti".

Durante varios años, mujeres víctimas de robo de niños han exigido justicia frente al Organismo Judicial. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL).

Durante varios años, mujeres víctimas de robo de niños han exigido justicia frente al Organismo Judicial. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca PL).

Cuando uno imagina hablar con una persona que conoce la justicia de primera mano, prepara preguntas de todo tipo, desde qué piensa del sistema judicial actual, cuál sería la solución para hacerlo más productivo, hasta cuáles son los casos que más le han impactado.

Pero a Julio Prado no es necesario preguntarle tanto, él desvanece algunas dudas por medio de la literatura.

En su último libro, La noche viene sin ti, aborda el tema de las adopciones irregulares en Guatemala, una forma de trata de niños que operó durante muchos años en el país hasta que se aprobó la Ley de Adopciones, en el 2007.

Durante un largo tiempo hubo niños robados, madres amenazadas, engañadas o incluso castigadas en sus comunidades. Según el informe Actores involucrados en el proceso de adopciones irregulares en Guatemala a partir de la entrada en vigor de la Ley de Adopciones, de la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), el 60% de los linchamientos en el país durante el 2007 tuvo relación con presuntas sustracciones de niños.

¿Por qué excavar en cosas oscuras de este país, como las adopciones ilegales?

Porque hay muchas preguntas por resolver. No es que esté buscando respuestas, sino más preguntas como ¿qué es lo que vamos a hacer con estos niños, que ahora son adultos, y buscan respuestas para su identidad?

Ellos se preguntan “¿quién soy?, ¿por qué me abandonó mi mamá?” Y aunque las respuestas son relevantes para su identidad, no podemos resolverlas tan fácil, porque hay muchas debilidades en el sistema registral que permitieron que se falsificaran años atrás.

Muchas madres pensaron que no se trataba de una adopción, sino de un internado en el que sus hijos estarían hasta los 18 años. Bajo ese engaño y poco entendimiento del proceso de adopción no supieron que sus hijos no volverían.

Creo que eso es algo que me interesaba abordar, sobre todo porque parte de la historia de estos casos los conocí cuando fui fiscal de adopciones, durante seis años. Mi interés era contar la parte de la historia que yo conozco.

¿Qué respuestas obtuvo al escribir el libro?

Creo que varias, pero la que más me ha impactado al hablar con los niños, ahora adultos adoptados que están buscando respuestas, es que su voz, más que de sentencia, es de saber la verdad. Se cuestionan qué fue lo que pasó con ellos o por qué sus mamás los dieron en adopción.

Esto se refleja en una certeza al momento de tener los documentos en la mano y saber que hubo una adopción supervisada por la Procuraduría General de la Nación (PGN). Además, en muchos casos, sobre todo entre los años 80 y 90, esas respuestas no tienen ninguna posibilidad de encontrarse.

Me parece importante que todavía no estemos preguntándonos qué vamos a hacer para resolverles sus preguntas a estas personas y cómo vamos a recuperar la memoria histórica de esas adopciones.

Julio Prado se declara apasionado de la literatura y el Derecho. (Foto Prensa Libre: cortesía Julio Prado).

¿Por qué publicar su novela en este momento? 

Porque después de haber dejado el Ministerio Público podía con mayor soltura dedicarme al oficio de escribir, y la historia ya había madurado lo suficiente como para poder contarla. Además, el momento del libro me parecía que debía ser ahora porque el proyecto de la editorial Alfaguara apareció como una oferta de contar una historia sobre el sistema de justicia, y esta era la mejor que tenía al momento de escribir.

Para mí es la mejor porque muchas vidas se cambiaron al momento de recuperar niños que habían sido robados o darles la verdadera identidad a los que la estaban buscando.

También me interesaba contarlo ahora porque hay muchas dudas sobre cómo debería funcionar el sistema de justicia, y, para mí, habría que partir sobre cómo funciona actualmente. Quería que el lector tuviera la historia de primera mano, que tuviera la voz del fiscal contándole que así es el sistema de justicia y que supiera que lo que se exige en un sistema disfuncional como este en que el operador entregue el máximo, que es su propia vida.

Esto no necesariamente significa que lo vayan a matar, sino que tiene que prescindir de su familia, tiene que estar atento a que la búsqueda de la verdad puede traer consecuencias negativas a su vida, y eso me parece que es una política pública insostenible.

¿Qué tanto se parece la vida del fiscal Gonzalo Ríos, que conocemos por medio de la novela, a la vida de Julio Prado? 

Es una novela semi biográfica, entonces la mayor parte de los hechos están contrastados con casos en los que tuve acceso cuando fui auxiliar fiscal, entre ellos casos importantes como el del Hogar Primavera. También hay parte de mi vida privada en la historia.  

No es un retrato fiel, hay una intención narrativa, entonces hay ficción. Algunos detalles de los casos quizá pertenecen a otro, pero los uní para poder explicarle al lector. Entonces, si bien tienen un parecido importante con los hechos que ocurrieron en mi vida, no es necesariamente una biografía ni intento hacer periodismo.  

¿Cuál es el mensaje de optimismo en el libro?

Lo que le quiero dejar al lector es que, durante una época muy oscura y no tan lejana, hace menos de 15 años, en Guatemala se robaban niños para venderlos, pero ya no ocurre porque fiscales y jueces guatemaltecos tuvieron la valentía de enfrentarse al sistema que lo permitía.

El mensaje de optimismo es que sí podemos llegar a tener justicia, pero que no debería tener un alto costo para quienes la buscan. Hay gente que está dispuesta a entregar todo para que haya justicia, y lo que hay que hacer es pensar que a veces, aunque parezca oscuro el panorama, hay posibilidades de que se sepa la verdad y que se puede impactar de manera positiva en la vida de las víctimas.

¿Cuáles son sus influencias literarias?

Soy un lector enamorado de la literatura de Juan Rulfo, me parece que con los dos libros que publicó es uno de los escritores que más me sigue impactando. También soy lector de escritores contemporáneos de narrativa hispanoamericana.

Para esta novela pensé mucho en Alberto Fuguet, con un libro que se llama De tinta roja, y también en Santiago Rafael Roncagliolo, que escribió Abril rojo. Me parecieron novelas que tocaban temas duros, pero con cercanía por el lenguaje. Los dos son escritores que tienen que darle más gracias al cine que a la propia literatura.

Por su influencia, creo, pensé mucho más en el cine que en la literatura. Por ejemplo, pensé en The Wire, una serie que me fascina y que, según revistas especializadas, es la mejor que se ha escrito.

¿Aceptaría la propuesta de adaptar la historia de La noche viene sin ti al cine?

Por supuesto. Creo que lo que se busca es que las historias se difundan más y el cine a mí me parece un lugar sagrado, donde he tenido la oportunidad de conocer la humanidad a través de los ojos del cineasta. Entonces, creo que, si hay una oferta interesante, en donde el guion no sufra demasiado y la historia conserve su espíritu, por supuesto que me gustaría 

¿Qué es el sistema de Justicia en Guatemala para usted?

Es un servicio público que, como los demás, tiene alto deficiente y logros importantes que hay que resaltar. Uno de ellos es haber terminado con las adopciones irregulares. En el sistema de justicia, si bien hay casos que no tienen los resultados que la ciudadanía espera, hay mucha gente trabajando para que el sistema siga funcionando.

Estos casos pueden estar fuera del radar del día a día porque son historias más íntimas y menos públicas como la corrupción, pero siguen teniendo resoluciones y equipos comprometidos en resolverlos.

En otras ocasiones ha descrito al sistema de justicia como un laberinto. ¿Cuál es el laberinto que viven los fiscales de Guatemala actualmente?

Lo describo como un laberinto porque el problema es que la prevención no es una prioridad en las políticas públicas de atención al crimen. Entonces, mientras no haya prevención, los casos seguirán surgiendo, lo que significa que los fiscales, por más que hagan bien su trabajo, no van a ser capaces de enfrentar el gran número de casos que se les van a venir.

Podrán trabajar bien a lo mejor 10 casos al mes, pero creo que esa sensación de impotencia al ver que los números de casos no bajan es la misma que sentiría alguien encerrado en un laberinto de donde no logra salir nunca. Es frustrante y hay que aprender a manejar eso para administrar bien los recursos que se tienen en la Fiscalía.

¿Usted agradece haber bajado la intensidad de este laberinto al dejar de ser fiscal?

Sí. No me imagino a alguien cubriendo noticias en la guerra durante 16 años. Sé que estos periodistas tienen que, eventualmente, llegar a tener una vida menos intensa. Reconocer eso también es importante para la salud. Después de estar 16 años en el Ministerio Público, creo que, si siguiera, no tuviera la misma entrega, porque a lo mejor ya estuviera muy cansado.

Para mí fue importante reconocer que ya era hora de retirarme, y sí, estoy muy agradecido. La Fiscalía no solo fue una escuela de derecho, sino una escuela de vida.

Tengo muchos amigos que siguen trabajando porque el sistema funcione y mejore, entonces creo que también es un justo reconocimiento a su trabajo, el tratar de escribir esas historias para que se conozca cómo es la vida de un fiscal que está intentando resolver cosas.

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¿Cuáles son las situaciones del Organismo Judicial que deberían cambiar actualmente?

Hay que mejorar la supervisión que se hace sobre los jueces, para verificar que lleven adecuadamente los procesos. Habría que pensar en un período más extenso de las autoridades, a partir de las salas de Apelaciones hasta la Corte Suprema de Justicia, porque ya sabemos que el desgaste de tener que elegir cada cinco años impone vulnerabilidad en los jueces y, por lo tanto, una posible intromisión en sus funciones.

Si eligiéramos jueces por 10 años se podría aminorar la presión que puede sentir un juez de conseguir su reelección. También habría que mejorar la distribución de los juzgados en la República, poniendo más donde se necesitan más. A la vez, mejorar los procesos, sobre todo civiles, que son sumamente burocráticos y podrían simplificarse, para lograr una justicia más eficiente y rápida.

Hablando de la temática del libro, ¿cómo era el modus operandi de las redes ilegales dedicadas a las adopciones irregulares?

Fue cambiando con el tiempo. Yo conocí la de los años 2000. En esta época había varias agencias de adopción extranjeras que tenían contacto con abogados guatemaltecos, y estos podían gestar los casos de adopción, por lo que se transformaron en focos para   conseguir niños.

Respecto de cómo los conseguían, creo que el problema fue la demanda, porque fue tanta que las madres que querían dar a sus hijos en adopción no se daban abasto. Esto, hablando de las adopciones irregulares. Entonces contrataron a pandilleros para que se robaran a los niños.

A los menores de edad los declaraban en abandono, lo que hacía que pudieran tener una identidad falsa.

El abandono era decretado por un juez y luego entraban en una casa hogar, probablemente en una de las que tenían los abogados que hacían contactos con las agencias de adopción, hasta que llegaban a su destino fuera del país.

Había otras formas de operar. Por ejemplo, había personas que se dedicaban a conseguir niños en los departamentos del país y eran llamadas “jaladoras”. Usualmente eran mujeres que les ofrecían a mujeres embarazadas la oportunidad de darles una mejor vida a sus hijos —así les llamaban ellas— a cambio de un pago de 10 mil quetzales. El principal destino eran Estados Unidos, Israel y Bélgica. También había niños en Canadá y Arabia Saudita.

Varias personas dicen que los niños están mejor en su hogar de adopción…

Creo que en buena parte de los casos es cierto, pero lo que no está bien es que el costo sea no saber su verdadera historia. Para mí, la adopción es una acción noble, y la adopción internacional funciona, siempre que tengamos la garantía de que los padres están informados, que se buscó recurso familiar y no se encontró, que la adopción era la única opción y que en el país destino el niño tenga la posibilidad de tener contacto con nosotros, para que cuando sea adulto y busque respuestas a su identidad pueda tenerlas sin problema.

¿Existen ahora controles en el proceso, debido a la Ley de Adopciones? 

Sí, existen controles rigurosos. Además, existe el Registro Nacional de las Personas (Renap). Este logra un proceso más seguro que los registros a mano en las municipalidades, en donde no se podía constar que una persona tuviera identidad. Eso hizo un cambio importante en los mecanismos anómalos que se daban en las redes para conseguir niños en adopción.

ESCRITO POR:

Andrea Jumique Castillo

Periodista de Prensa Libre especializada en temas de salud, bienestar y cultura, con 5 años de experiencia.