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Historias de camposanto

Cuatro tumbas alegóricas del Cementerio General de la capital cuyos personajes tuvieron un fin trágico.

Una de  tres fosas comunes de las víctimas del incendio del maniconio. (Foto Prensa Libre: Esbín García)

Una de  tres fosas comunes de las víctimas del incendio del maniconio. (Foto Prensa Libre: Esbín García)

Algunos mauselos del Cementerio General de Guatemala guardan historia de personajes  del siglo pasado. Algunos relatos son de sufrimiento, soledad e intriga.  Acompañamos  al criminólogo  Ricardo Mendoza  en un recorrido por cuatro emblemáticas tumbas.

Mendoza contó en detalle algunos pasajes  del expresidente Manuel Estrada Cabrera, el incendio del Manicomio y  un famoso asesinato ocurrido en 1930.

  • El fuego consumió el manicomio

El 14 de julio de 1960, los habitantes del centro de la capital fueron despertados por las sirenas bomberiles.
Un incendio de grandes proporciones consumía  el Hospital Neuropsiquiátrico, conocido en esa época como  el Manicomio y que estaba ubicado en la 12 calle, entre la avenida Elena y 1a. avenida de la zona 1.

Según registros, el Hospital atendía a unos mil 600 enfermos mentales. Al día siguiente las portadas de los periódicos daban cuenta de más de 200 víctimas.

Una placa sobre un panteón recién pintado con cal, en el Cementerio General, honra la memoria de quienes murieron carbonizados. Es una de las tres fosas comunes que se abrieron para depositar los cadáveres.

  • Cayetano Asturias, ¡al paredón!

La olvidada tumba  de Cayetano Asturias  tiene  fecha  2 de mayo de 1931;  ese día  fue fusilado.

Según la historia, el 21 de julio de 1930 los diarios publicaron sobre el asesinato de doña Mercedes Estrada de Blanco —cuyos restos reposan en la planta baja de un mausoleo familiar a menos de un kilómetro de su asesino— y de sus dos empleadas.

 Asturias murió cerca de donde hoy reposan sus restos, en el paredón del Cementerio General.

Por esas muertes fueron acusados Juan Emilio Blanco y Eduardo Felice Luna, cuenta  el  criminólogo.
El fusilamiento de Asturías, Blanco y Luna ocurrió el día del cumpleaños de Eloísa Velásquez, La Locha, amante de de  Luna.

  • Bello como ángel, malo como Satán

La tumba de Francisco Gálvez Portocarrero  podría pasar inadvertida para cualquier persona, salvo para los  cazadores de historias del viejo Cementerio General. En  una de las avenidas principales se encuentra el sepulcro de quien Miguel Ángel Asturias describió en El Señor Presidente como “bello como un ángel y malo como Satán”.

“El que le hablaba era un ángel: tez de dorado mármol, cabellos rubios, boca pequeña y aire de mujer en violento contraste con la negrura de sus ojos varoniles. Vestía de gris. Su traje, a la luz del crepúsculo, se veía como una nube. Llevaba en las manos finas una caña de bambú muy delgada y un sombrero limeño que parecía una paloma”, contaría el leñador que con ayuda de Miguel Cara de Ángel rescató a el Pelele, uno de los famosos mendigos   que el Nobel de Literatura dibujó en el  Portal del Señor, al inicio de su libro.

Gálvez Portocarrero fue uno de los defensores del régimen de Manuel Estrada Cabrera y fue linchado por una turba el 20 de abril de 1920.

El general Felipe S. Pereira, aliado a los unionistas, atizó  a la plebe y frente al entonces Colegio de Infantes, “en la plaza de armas, ya habían sido destrozados el licenciado Francisco Gálvez Portocarrero y Jorge Lobo”, refirió Hernán Del Valle, autor del libro Carlos Herrera, Primer Presidente Democrático del Siglo XX.

  •  Los  muchachos de 1907

En mayo de 1907, los hermanos Enrique y Jorge Ávila Echeverría, junto a Julio Valdés Blanco y Baltazar Rodil, pasaban las noches escondidos en el tapanco de una casa. Lo hicieron durante un mes, para evadir a la Policía.

 Para el régimen de  Manuel Estrada Cabrera, eran los principales sospechosos de haber tramado el fallido atentado con bomba al que “el benemérito” y uno de  sus hijos sobrevivieron.   

El Gobierno había tendido un cerco alrededor de la pequeña capital de Guatemala, que no se extendía más allá del Centro Histórico.

Durante la  huida, los muchachos se refugiaron en una casa del Callejón del Judío, pero una de las empleadas los delató.

La mañana del 20 de mayo fueron rodeados por las fuerzas de seguridad. Habían acordado suicidarse antes que ser capturados, porque sabían que de todas formas serían torturados y condenados a muerte.
Fue Enrique quien  propuso a sus compañeros pegarse un balazo  en la sien. Así murieron, “sonrientes y de cara al sol”, cuenta el criminólogo.  

La tumba que guarda los restos de Jorge,  un joven médico, y su hermano Enrique, que era abogado, se encuentra a pocos metros  de la entrada al Cementerio General.

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