Se oyen nombres desconocidos. Si sonara el nuestro, parecería de otra persona. Los apellidos se suceden en voz alta con largos intervalos de silencio: Rodríguez, Galdámez, Chigüichón.
El noticiero parlotea en un televisor cuya misión —fallida— es que la gente no se aburra. Es hora del noticiero y sus amigables presentadores se despiden con una sonrisa fresca después de la noticia de tres muertos.
Un paciente cuenta, sentado en la banca de espera, cómo se le zafó la llanta trasera de la moto, le cayó sobre el tobillo y le dieron dos días de descanso, pero tiene fisura y no sabe si podrá volver tan pronto. Y el jefe no le contesta.
Su drama se hace una hoja más en la hojarasca de expedientes, radiografías, recetas, resultados de análisis y su respectivo carné de paciente. En otro corredor, el orondo reloj sesentero marca las 12 menos 10. Y son las dos y 10.