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La bala que hirió a toda una familia

Miguel Ángel Díaz Felipe, de 38 años, sobrevivió a un ataque armado, el 11 de enero de este año, en una funeraria, frente al Parque Colón, zona 1, pero su historia se ha convertido en un duelo permanente.

Miguel Ángel Díaz Felipe, de 38 años, relata sus dificultades acompañado de una de sus hijas. (Foto Prensa Libre: Edwin Bercián)

Miguel Ángel Díaz Felipe, de 38 años, relata sus dificultades acompañado de una de sus hijas. (Foto Prensa Libre: Edwin Bercián)

En la agresión dirigida contra otras personas resultaron heridas seis personas, entre ellas Rafael Rojas —empleado de la funeraria y compañero de trabajo de Díaz Felipe—, quien falleció en el Hospital San Juan de Dios.

A pesar de haber vencido a la muerte, la vida de Díaz Felipe cambió radicalmente: uno de los cuatro balazos recibidos le lastimó la columna vertebral y ahora, a 11 meses del ataque y de recibir terapias en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social (IGSS), la mitad de su cuerpo no responde.

La fortaleza de Díaz Felipe son su esposa y sus tres hijas, quienes lo han apoyado en su recuperación; sin embargo, en ocasiones lo invade la tristeza porque él era el pilar económico de la familia.

Víctima colateral

Díaz Felipe, originario de Chiquimula, trabajaba desde hacía nueve años como supervisor de transporte de una funeraria. El segundo fin de semana de enero último regresaba de supervisar el parqueo, junto a Rojas, y vieron en la entrada principal un vehículo blanco al que no le prestaron mayor atención.

En enero próximo, Miguel Ángel Díaz Felipe regresa a rehabilitación al IGSS.

En ese mismo mes espera terminar de instalar tubos metálicos en su habitación y sanitario, para apoyarse.

Su mayor anhelo es conseguir ayuda para que sus hijas puedan continuar estudiando.

“En cuestión de segundos, las personas a bordo sacaron varias armas de fuego y dispararon. Aunque su objetivo eran los familiares de una mujer y un niño a quienes estaban velando, me balearon a mí y a Rafael”, narra.

Agrega que en ese momento lo que recordó fue que no se había despedido de su familia. Su único consuelo fue pedir ayuda a Dios mientras era trasladado a un hospital.

“Entre mis reflexiones pienso en el daño que puede hacer una sola bala (…) Las personas que disparan nunca conocen que los afectados serán todos los miembros de la familia, y desconocen la lucha que uno como padre hace para darles su comida”, afirma mientras se seca las lágrimas.

Díaz Felipe asevera que los hospitales del Seguro Social se han convertido en su hogar. Los primeros cinco meses los pasó en el de accidentes, y a partir de julio, en el de rehabilitación.

Considera que la mejor lección que aprendió durante su convalescencia en el IGSS es la independencia que requiere para adaptarse al nuevo tipo de vida que le dejó aquel fatídico día.

“No niego que en ocasiones me deprimo, pero lo que me han enseñado es que con mi problema puedo salir adelante. Ahora instalé en mi habitación y en el sanitario varios tubos para apoyarme”, comenta a la vez que intenta una sonrisa mientras su hija lo abraza.


Sin recursos

Aunque ahora su esposa trabaja, su mayor preocupación es que sus hijas, de 13 y 15 años, no podrán estudiar en el 2016, ya que no cuentan con los suficientes ingresos para inscribirlas. A la única que darán estudio es a la pequeña.

Su situación le ha permitido conocer los obstáculos que existen en Guatemala para que las personas con capacidades especiales se puedan movilizar.

“Son muy estrechos los espacios para ingresar a los sanitarios, y muchos de los lugares no tienen tubos que permitan apoyarnos para trasladarnos de la silla al baño”, refiere.

Díaz Felipe pide a las personas que tienen la intención de hacer daño que recapaciten, pues, como en su caso, “las heridas jamás se curan”.

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