Su destino era sombrío en una comunidad marginal donde ya empezaba a delinquir por “la necesidad de dinero” y la escasa oportunidad de empleo.
Pero como los giros de su baile, su vida cambió cuando de jovencito, ante los problemas que padecía en su comunidad, se trasladó con su pequeño hermano al municipio de Jocotenango, Antigua Guatemala. Allí entró al centro Los Patojos.
“Empecé como un alumno, como un integrante más del grupo y mi pensamiento cambió”, comenta Ángel, quien llevó el baile a la asociación y desde hace dos años lo enseña a jóvenes vulnerables de ser reclutados por grupos de delincuentes como las violentas maras.
En Guatemala existen entre 8 mil y 10 mil pandilleros, que se han incorporado por “necesidades afectivas (…) y búsqueda de mejores ingresos por la vía ilegal”, entre otros factores, según un informe de Naciones Unidas sobre juventud.
Solís afirma que encontró en Los Patojos una transformación o, como lo llama él, “un cambio rotundo de lo malo a lo bueno”.
Estrellas y meteoritos
La asociación fundada hace seis años funciona en una antigua casa familiar y en la actualidad recibe más de un centenar de niños y jóvenes que todas las tardes, con métodos lúdicos de educación, “aprenden a conocer su realidad y a transformar su estilo y calidad de vida”.
“No somos una guardería. Aquí hablamos de temas tabú como drogas, embarazos a temprana edad, religión y memoria histórica”, comenta Rafael Fuentes, director de Los Patojos.
Guatemala es uno de los países de América Latina con más casos de menores de 14 años embarazadas, con 3 mil 100 en 2012, según la ONU, con base en informes de salud local.
“Estrellitas”, “Los Valientes”, “Meteoritos”, “Mollejas” y “Amalgamas”, son los nombres que “democráticamente” eligieron los niños para identificar los grupos divididos por edades y grado educativo, detalla el director del proyecto y agrega que también velan por la nutrición de Los Patojos.
Juan Pablo Romero, de 29 años y cofundador del centro, indica que su interés por evitar que la niñez y juventud de su comunidad caiga en la delincuencia lo llevó a pedirle a sus padres dividir su propia casa.
FOTOGALERÍA: Patojos que trabajan por un mejor destino
“Ese de allí era mi cuarto (dormitorio)”, dice Romero al señalar uno de los salones donde los niños más pequeños reciben clases para relacionar figuras, contiguo al espacio usado para el taller de teatro.
Según el activista, la capacitación a los niños en procesos educativos, artísticos y comunitarios los lleva a organizarse “por sí solos y allí existe la esperanza”.
Para sostenerse, el centro Los Patojos gestiona y recibe donaciones extranjeras que no interfieren en su labor, afirman sus dirigentes.
Con esas recolecciones adquirieron un terreno en el municipio, donde planean construir un centro comunitario para el desarrollo artístico y capacitación en trabajos técnicos y, en un futuro, una universidad.
Romero destaca que capacitar a los jóvenes en diferentes oficios los hace desistir de emigrar a Estados Unidos, donde muchos mueren en la travesía. Unos 120 mil guatemaltecos, una buena parte muy jóvenes, salen cada año en busca del llamado sueño americano, según la Organización Internacional para las Migraciones.