Ingresó a ellas a los 15 años en busca de “felicidad”, pero asegura que encontró lo contrario. “Quería ser como ellos, me gustaba cómo se vestían y cómo se divertían; y cuando entré, no fue como yo pensaba”.
Quería tener poder y respeto infundiendo miedo, pero en realidad el que tenía miedo era él, pues ya no vivía con tranquilidad. “Es horrible, no puedes asomarte a cualquier lado, no solo por los contrarios, sino también por la Policía”, recuerda.
Drogas y robos son algunas de las cosas que se ven dentro de estos grupos. Con la vista perdida, Cristian recuerda que luego de asaltar a las personas vendían las cosas y se repartía el dinero, pero cuando se quedaba sólo lloraba. “Sentía una culpa bien fea”.
Esa debilidad que no podía demostrar frente a sus amigos, pues de lo contrario su vida también corría peligro.
Lección de vida
A los cuatro años de haber integrado esta banda, Cristian recibía una lección. Las estrechas calles de La Limonada, la colonia que antes recorría caminando o corriendo, a partir de ahora lo haría por medio de una silla de ruedas.
“Me balearon en un bus. Andábamos robando con tres amigos, uno murió en ese momento, y dos quedamos heridos. Uno de los sobrevivientes no aprendió la lección y murió tiempo después. “Yo quedé así –en silla de ruedas-”.
El fuerte sonido de unos disparos dentro de un bus y el frío de una bala que perforaba su espalda hicieron que Cristian recordara a Dios y le pidiera en ese momento que lo perdonara.
Tirado en el suelo y ahogándose con su propia sangre pedía auxilio a las mismas personas a quienes momentos antes le había quitado sus pertenencias. “Solo escuchaba a la gente decir 'que se muera ese ladrón', y con justa razón”, resalta. Llegaron los bomberos y lo trasladaron al hospital.
La bala perforó la columna vertebral y quedó entre la costilla y el pulmón; desde hace siete años Cristian se moviliza en una silla de ruedas.
Una segunda oportunidad
Luego de la vida en las calles y de un incidente que casi le cuesta la vida, Cristian, de 26 años, ha aprendido mucho, como a valorar a su familia pues luego de lo que le pasó son los únicos que han estado con él. “Trato de vivir y de agradar a Dios por la oportunidad que me dio de estar vivo, porque no muchos corren con esa suerte”.
Al verse en la necesidad de ayudar a Cristian, el mayor de cuatro hermanos, el padre Otto Aceituno de 45 años, aprendió a elaborar zapatos y hoy en día es el fundador de la zapatería La Limonada, que distribuye su mercadería en Guatemala y Estados Unidos.
Además le ofrece trabajo a niños y jóvenes que viven en la colonia La Limonada que quieran reformarse y tener un mejor futuro. Ahora padre e hijo luchan por salir adelante y trabajan juntos en el negocio familiar.
Una vez por semana Cristian y su familia dan charlas motivacionales en su vivienda para personas que quieran dejar las calles. También para quienes llegan por primera vez a trabajar a la zapatería.