Otras tormentas como Stan, en el 2005, dejaron daños y pérdidas en la agricultura por más de Q7 mil millones, y en 1998 el huracán Mitch representó más de Q9 mil 200 millones de pérdidas en la producción alimentaria.
Aunque distintos en sus manifestaciones, esos fenómenos tienen una causa común: el cambio climático, reflejado en los fenómenos El Niño y La Niña, que se caracterizan por la falta y el exceso de lluvia, respectivamente.
Clima
Los cambios bruscos de temperatura y las condiciones atmosféricas tienen fuerte impacto en los ciclos agrícolas, y con ello aumenta el riesgo de pérdidas, además de la inseguridad alimentaria, al no tener una certeza de la capacidad productiva.
La temperatura del océano Pacífico es la que ocasiona fuertes inviernos o extensas sequías.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el calentamiento global tiene efectos negativos sobre el sector agropecuario, que en países como Guatemala suele moverse a escala de subsistencia.
Estudios sobre el clima publicados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe indican que en el 2005 la temperatura alcanzó niveles óptimos, pero las variaciones siguientes significaron pérdidas en los cultivos.
El mismo estudio revela que el aumento de un grado centígrado en la temperatura representa la pérdida de hasta seis dólares en la rentabilidad de la tierra.
Incertidumbre
La Niña permanece en el Pacífico desde octubre del 2011, y de acuerdo con la Organización Meteorológica Mundial, no se sabe qué rumbo podría tomar el próximo invierno, aunque se prevé que inicie temprano.
“Se desconoce exactamente cuál será el estado del océano Pacífico después de mayo. Por esa razón no se puede dar preferencia a ninguna posibilidad”, refiere el informe, que enfatiza la necesidad de prevenir desastres.
El costo de los fenómenos es alto para la región, que paradójicamente, por sus condiciones forestales, es bajo emisor de gases de efecto invernadero.