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Opinión: La importancia de la consistencia en los proyectos de energía en Guatemala

Un proyecto de energía puede tomar fácilmente 5 años desde su etapa de conceptualización hasta su inicio de operación comercial; no hay margen para la improvisación ni las decisiones de última hora.

Guatemala necesita una estrategia energética sólida y que no requiera una década para el inicio de su operación. (Foto Prensa Libre: Freepik)

Desde nuestra infancia, nos han enseñado el valor de la consistencia como una fuerza impulsora para alcanzar nuestras metas. A excepción de los raros talentos de la historia, el éxito generalmente se forja a través de años de práctica, entrenamiento y aprendizaje constante, respaldados por disciplina y perseverancia inquebrantables.

El sector energético no es diferente; avanzar hacia el futuro energético que anhelamos y necesitamos requiere un compromiso constante para con un plan definido, sostenible y de larguísimo plazo. Si tomamos en cuenta todos los retos (y timonazos) que hemos tenido como país en las últimas décadas, el sector de energía es de los pocos que se ha mantenido sólido y resiliente ante cambios en políticas públicas y tormentas políticas.

Es posible que esa estabilidad en el sector eléctrico nos haya llevado a, de cierta manera, bajar la guardia, lo cual hoy se pone a prueba con la declaración de estado de emergencia por parte del Administrador del Mercado Mayorista (AMM) en marzo recién pasado cuando el sistema eléctrico de Guatemala superó por primera vez el umbral de los 2 mil MW de demanda máxima.

Como referencia, entre los dos últimos grandes bloques de licitaciones de largo plazo que son la columna vertebral del crecimiento de nuestro sistema eléctrico -la PEG-2-2012/PEG-3-2013 y la PEG-4-2022- tuvieron que transcurrir casi diez años. Aun cuando se toman buenas decisiones, diez años es demasiado tiempo entre una y otra. Un proyecto de energía puede tomar fácilmente 5 años desde su etapa de conceptualización hasta su inicio de operación comercial; no hay margen para la improvisación ni las decisiones de última hora.

Hoy en día, la diversificación de tecnologías de generación se presenta como una necesidad imperativa para mantener una matriz energética robusta, que resista embates de la naturaleza cada vez más violentos y que permita la flexibilidad de absorber un crecimiento en la demanda. Los proyectos solares y eólicos surgidos de las licitaciones PEG son muestras perfectas de cómo la consistencia en la implementación de políticas puede dar lugar a resultados tangibles y positivos para el país, así como para las comunidades donde se ubicaron. Es vital seguir apostando por estos proyectos, respaldados por reglas claras y contratos bancables que sigan invitando la participación de inversionistas, locales e internacionales, serios y comprometidos.

Debemos entonces centrar nuestra atención en minimizar los impactos ambientales de los nuevos proyectos de energía, optando en primer lugar, por tecnologías probadas como la generación renovable “tradicional” (como la eólica y solar a gran escala), distribuida (paneles solares en techos de casas, bodegas, fábricas y otros), biomasa (como la de la caña de azúcar), biogás (de los vertederos municipales o tratamiento del agua) o incluso con pequeñas centrales hidroeléctricas que pueden ofrecer beneficios significativos a nivel local.

Sobre la opción de generación distribuida, el caso de Puerto Rico resulta interesante de mencionar. Luego del paso del Huracán Fiona en 2022 que dejó el sistema eléctrico del país totalmente colapsado (que ya venía golpeado por el Huracán María y el terremoto, en 2017 y 2020, respectivamente), Puerto Rico ha tenido que abrirse a soluciones energéticas de todo tipo para solventar la crisis. Las empresas distribuidoras de energía tuvieron que flexibilizar sus requisitos de conexión para usuarios que buscaban instalar sus propios paneles solares para autoabastecerse de energía. Para no sufrir de los constantes apagones, todos los meses más de 4 mil nuevos usuarios puertorriqueños, toman la decisión de instalar en sus casas particulares, oficinas y comercios, paneles solares que en total generan cerca de 30 MW para su autoconsumo. Esto significa que, por año, se adicionan en la isla aproximadamente 350 MW de paneles solares de autoproductores. Este dato resulta aún más impresionante si tomamos en cuenta que, según los datos más actualizados de la Comisión Nacional de Energía Eléctrica (CNEE), el número de usuarios autoproductores en Guatemala crece apenas a un ritmo de 300 usuarios por año equivalentes a unos 2.5 MW.

Hay muchas diferencias entre los sistemas eléctricos de Puerto Rico y Guatemala pero el caso Puerto Rico en generación distribuida nos sirve para exponer tres condiciones esenciales para su expansión: 1) ya existen hoy tecnologías probadas y seguras que nos pueden ayudar a fortalecer nuestros sistemas eléctricos, 2) se requiere una regulación clara para el tratamiento de la energía generada por estos pequeños productores, y 3) se deben de promover mecanismos de financiamiento apropiados para estos equipos como el leasing, por ejemplo, de manera de facilitar su amplia adopción.
En estos primeros párrafos solo hemos hablado del futuro del sector energético de Guatemala desde el punto de vista de la estabilidad del sistema, la sostenibilidad y nuestro impacto en el planeta. Sin embargo, aterrizándolo a las necesidades de hoy, un sector eléctrico sano y planificado es uno de los pilares (de ahí infraestructura) para la atracción de inversiones y el crecimiento económico.

Mi experiencia en el desarrollo de proyectos me ha demostrado que la incredulidad inicial al hablar de proyectos vanguardistas -como cuando se desarrolló el primer proyecto eólico en Guatemala o ahora que hablamos de proyectos revolucionarios para producción de amoniaco verde-, puede transformarse en realidad cuando se tienen las condiciones apropiadas y se toman decisiones firmes. De manera similar, el concepto de nearshoring en Guatemala puede parecer un sueño lejano, uno que los políticos solo usan para vendernos un sueño de crecimiento económico inalcanzable. Todo lo contrario, como país tenemos una gran oportunidad para capturar una pequeña, pero significativa, parte de esa ola de inversiones hacia este lado del mundo.

Para capturar esa oportunidad hoy y alimentarla durante los próximos 20 años, en materia energética tenemos también a disposición nuevas oportunidades con el desarrollo de tecnologías emergentes como las baterías, el amoniaco, los Smart grids y muchas otras. Estas innovaciones prometen ser alternativas viables en las próximas décadas, ampliando aún más nuestro espectro de posibilidades energéticas. Sin embargo, debemos ser muy cuidadosos y no podemos depender de soluciones milagrosas para resolver nuestros desafíos energéticos. Debemos seguir actuando con consistencia y visión a largo plazo, tomando decisiones hoy que impacten positivamente en el futuro de nuestra sociedad, nuestro país y nuestro planeta.

¿Seguiría usted gastando por arriba de sus capacidades pensando que seguramente en los siguientes meses o años ganará la lotería y entonces se resolverán todos sus problemas? Suena ridículo cuando lo describimos de esta manera, pero entonces ¿por qué seguimos tan despreocupados de las consecuencias que nuestras decisiones de hoy en materia energética tendrán en el futuro?

Cuando un sistema eléctrico se deja llegar cerca del límite (ni siquiera en el límite mismo), el país en su conjunto se vuelve frágil y menos atractivo. Es esencial reconocer que el éxito de cualquier iniciativa que busque impactar positivamente en el sector eléctrico dependerá de acuerdos de país, con un horizonte como ya lo dijimos tantas veces en estas letras, no de largo, si no de larguísimo plazo.

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