Justicia

Lucha contra las pandillas: “La mano dura ha sido rentable política y electoralmente”

José Miguel Cruz es un politólogo salvadoreño que desde la década de 1990 trabaja el fenómeno de las pandillas centroamericanas.

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José Migue Cruz, pandillas, Triángulo Norte

El politólogo salvadoreño, José Miguel Cruz, ha estudiado y analizado el fenómeno de las pandillas en Centroamérica desde 1996. Foto cortesía.

José Miguel Cruz es el director de investigación del Centro para América Latina y el Caribe en la Universidad Internacional de Florida, Miami, Estados Unidos.

Ha trabajado el tema de pandillas centroamericanas desde 1996 y ha publicado artículos sobre la violencia en la región, en especial el Triángulo Norte.

Es un experto salvadoreño en el área de violencia criminal, pandillas, policía, democratización y opinión pública en América Latina.

Cruz lideró, entre 2019 y 2020, el “estudio de desconexión de pandillas en Guatemala”, en el que explicaron que es posible que un pandillero abandone las actividades delictivas y rehabilitarse.

Cruz analiza en esta entrevista la coyuntura que vive El Salvador, bajo estado de excepción, y Guatemala, con el repunte de la criminalidad que generan la Mara Salvatrucha y el Barrio 18 y las reacciones estatales para ello.

¿Qué ocurre con las pandillas ahora en el Triángulo Norte?

Basado en los estudios que he desarrollado, y en forma general y estructural, es importante señalar que hay diferencias en los tres países a la forma en que se enfrentan a la Mara Salvatrucha y el Barrio 18, y en el caso de Guatemala, a los imitadores.

El fenómeno de las pandillas de El Salvador no es el mismo del guatemalteco y Honduras, Significativamente, el problema más grave lo ha tenido El Salvador porque las pandillas están presentes en el 80% del territorio nacional. En Honduras, y particularmente Guatemala, la presencia es mucho menor.

En el caso guatemalteco se reduce al área metropolitana, la Ciudad de Guatemala y algunos municipios del suroccidente. Ahí se concentra la actividad. En un mapa sombreado por presencia de pandilleros El Salvador está casi lleno en su totalidad. Esto no quiere decir que tengan el control total. En cambio, en Guatemala, la presencia más allá de la región metropolitana alcanza a Retalhuleu y Quetzaltenango. No hay, por ejemplo, en el oriente, ni en el norte y el altiplano.

El problema de las pandillas en Guatemala es urbano, algo parecido a Honduras en donde se han conectado mejor con el narcotráfico, cosa que no ha ocurrido en Guatemala. Ciertamente están metidos en el negocio de la droga, pero más en el narcomenudeo en los espacios urbanos y no tienen mayor interacción como en Honduras con narcotraficantes.

En Guatemala es un híbrido de crimen local, urbano, donde predomina la extorsión, el narcomenudeo y la lucha territorial. Eso sí, solo en Guatemala hemos detectado a los imitadores. El tema de las pandillas es un fenómeno serio de seguridad, pero es muy distinto en los tres países.

Ha surgido la hipótesis de que los pandilleros perseguidos en El Salvador por el gobierno podrían asentarse en Guatemala sin problema. ¿Qué considera?

Mi impresión, estudiando el fenómeno de las pandillas desde hace varios años en Centroamérica, es que los grupos en Guatemala no han avanzado más porque las condiciones no han sido las apropiadas para que se desarrollen como en El Salvador o incluso en Honduras.

Aunque lo que sucede en El Salvador pone presión, y puede generar brotes en Guatemala, no estoy seguro de que eso implique en un desarrollo al nivel salvadoreño.

En Guatemala hay muchos otros actores criminales que generan violencia y no solo las pandillas. Hubo un tiempo en que las pandillas avanzaron lo suficiente, pero en los últimos años se han replegado. Incluso, muchas de las entrevistas que hicimos con jóvenes pandilleros y expandilleros, entre 2019 y 2020, nos indicaban que la MS-13 estaba desapareciendo en Guatemala y la que crecía era el Barrio 18.

La mano dura contra las pandillas viene desde 2000 y no ha dado resultados. ¿Por qué insisten con esos planes?

Porque es rentable electoral y políticamente. La mejor prueba es, particularmente el caso salvadoreño en donde hubo una mayor sofisticación y desarrollo de ese tipo de políticas, Es el país con más problemas por esto, completamente fracasado, se convirtió en una cuna de pandillas, en el número uno de los países más violentos del mundo. Eso se traduce en que esas políticas no funcionaron. ¿Por qué insistir en eso? Porque trae réditos políticos electorales.

Eso sucede ahora con la popularidad del presidente Nayib Bukele. Su discurso, por el tercer año de gobierno, fue exclusivamente sobre la guerra contra las pandillas, porque solo ésta le genera mucho ruido político e ignora al mismo tiempo que su Gobierno ha negociado con las pandillas. El hecho que tengamos pandilleros después de 20 años de mano dura solo refuerza el fracaso de esas políticas.

¿Y cuál considera que debería de ser el camino para cambiar esto?

Esa ha sido la pregunta del millón. La respuesta debe ser integral, que implique el uso de la fuerza, pero con base en la ley y el estado de Derecho, e inversión fuerte en prevención.

Se debe evitar que los jóvenes se metan en las pandillas. Modificar las condiciones estructurales, lidiar con la exclusión, la pobreza, la falta de servicios. Fomentar la educación, proveer salud a las poblaciones más vulnerables y eso implica una gran inversión en programas preventivos. Todo esto no ha sucedido. Los programas más importantes de prevención de la violencia en el Triángulo Norte los ha financiado Estados Unidos, no los Gobiernos, que usualmente solo le dan recursos a los ejércitos y las policías, al componente de aplicación de la ley y la represión.

¿Cuál debería ser el abordaje?

Las pandillas son diferentes en cada país. El abordaje debe ser distinto, pero eso no significa que las condiciones que llevan a los jóvenes a meterse en ellas sean distintas. Son muy parecidas: jóvenes sin oportunidades, cuyas familias los han maltratado, abusado e ignorado.

Hablamos de falta de educación de calidad, de exclusión. Eso se da en todos lados. Ahora la diferencia en Centroamérica es que los jóvenes que enfrentan este tipo de problemas son la mayoría de ciudadanos.

¿Sale más barato la mano dura que programas preventivos y de largo plazo?

Sale más barato y en el muy corto plazo más efectivo para ganar votos, pero a la larga sale mucho más caro.
Si El Salvador, por ejemplo, o el Triangulo Norte, hubiese implementado programas de prevención, de cambio, sociales en la juventud hace 20 años ahora no tendríamos ahora la cantidad de muertos que tenemos.

A raíz del incremento de extorsiones y el hallazgo de cuerpos desmembrados las autoridades han requisado prisiones, pero la respuesta ha sido con más violencia. En tu experiencia ¿cree que todo está conectado entre la cárcel y las calles?

Sí, sin duda. En los tres países lo que sucede en las prisiones repercute en las calles y viceversa, Las cárceles en Centroamérica son nodos de actividad criminal. En el caso guatemalteco no es la excepción y lo sabemos porque famosos jefes criminales, y no me refiero solo a las pandillas, si no recuerda al fallecido Byron Lima, seguían operando adentro de la prisión. Hay sujetos que han seguido operando porque la cárcel les ha dado los espacios para mantener el control en la calle. Mucho del crimen en Guatemala se planifica desde adentro de las cárceles.
Lo único que podría cambiar es el nivel de organización. En Guatemala no es igual a El Salvador.