La película lleva 34 premios, incluido uno del jurado de Cannes. Hace un par de semanas, Karen, quien cumplirá 18 años en enero próximo, estaba en París para el estreno de la cinta.
Allá, en el brillo de la Ciudad Luz, ella extrañaba su casa en Ciudad Quetzal, San Juan Sacatepéquez, en donde vive junto con sus padres y seis hermanos. “No pierdo de vista mis raíces; eso lo tengo muy claro”, expresa la joven, que llegó en autobús urbano a la entrevista en Prensa Libre.
¿Cómo ha sido la experiencia de la cinta y el éxito que ha generado?
Pues para empezar, es como un almohadazo en la cara. Fue muy sorpresivo, más para mí, pues mi mundo es de otro tipo. Cuando empezó a darse el éxito de la cinta, me pregunté si de verdad este tipo de trabajo podía impactar tanto. Hasta ahora, ha habido cada vez más sorpresas. Pensé que solo sería el Festival de Cannes, pero fue creciendo. También ha significado un compromiso serio, porque yo no conocía la industria, pero mostramos interés y nos hemos involucrado, así que nos han aceptado.
¿A qué te refieres cuando dices que eres de otro tipo de mundo?
Siempre trabajé de forma independiente en cuestiones de activismo político y juvenil, y cosas comunitarias. Estas oportunidades te despiertan cierta desconfianza, porque piensas que aquí en este país no suelen suceder. No es común que alguien aparezca invitándote a un casting para una película. De pronto te das cuenta de que sí es verdad, y decides hacerlo y meterte en ese mundo que desconoces.
¿Cómo surgió la oportunidad de la audición?
El primer día de casting, que fue en Caja Lúdica, yo tenía que ir allá para la inscripción de un foro de política pública de juventud que se estaba haciendo por la Política Nacional de la Juventud. Entonces, la productora en línea de la cinta estaba allí, y ella me vio y me preguntó si quería participar en la audición. Dije que no. No quería, ni yo ni Brandon —el otro protagonista de la cinta—; pero al final fuimos porque uno de mis profesores, Pablo Silva, me instó a que participara.
¿En qué consistió?
Pues, primero me pregunté qué se hacía en un casting. Me preguntaron si alguna vez había considerado irme del país para buscar mejoras; mi respuesta fue negativa, y expliqué que no era necesario para mí. Luego me preguntaron del contexto de la comunidad en la que vivía y qué papel representaban los jóvenes allí. Fueron preguntas más de contexto sociocultural.
Me pidieron los números de mis papás y les hablaron desde el inicio. Al mes, vino el director e hice un casting de casi dos horas con él, en el que ya me tocó cantar, bailar y más. Yo ya había trabajado teatro y danza contemporánea. Al día siguiente citó a mi mamá y, finalmente me seleccionaron. Me fui casi seis meses, en el 2011.
¿Cómo surgió tu interés por el teatro?
Mi mamá es devota católica y nos llevaba mucho a la iglesia, principalmente en diciembre. Me gustaba la pastorela, y desde la primera comunión me involucré en sociodramas e iba a algún curso de teatro, cosas pequeñas para niños.
¿Qué papel representaba?
Recuerdo un año en que me tocó hacerla de botella: yo representaba el vicio. Fue raro y gracioso, porque yo le decía al protagonista: Ven conmigo, yo sí te quiero. Y cuando ya estaba perdido, huía de él; no lo conocía.
Además de esos cursos, ¿qué otra preparación tuviste para actuar?
Cursé la secundaria en el Instituto Privado en Educación Básica de Ciudad Quetzal (Eprodep), al igual que otros de mis hermanos. Este proyecto nació de la inquietud de mujeres de la comunidad, y tenía cursos optativos. Elegí, por ejemplo, aprender a andar en zancos y, poco a poco, me involucré en más cuestiones artísticas y de liderazgo juvenil comunitario. Hay un gran vínculo con Caja Lúdica, y hay muchos intercambios culturales con ellos.
También estudié tres años cultora de belleza. Hice hasta mis 300 horas de práctica, y allí me di cuenta de que estar encerrada no es para mí.
¿Y es cierto que el salón de belleza es como una sesión de psicoanálisis?
Ese trabajo de las prácticas me ayudó a ser más observadora, a escuchar, a conocer a las personas. Había señoras que de la nada empezaban a contarme sus tragedias. Así empecé a ver muchas formas de ver la vida.
La película, ¿cómo te ha cambiado la vida?
Mucha gente me quiere ver distinto, pero la esencia de mi personalidad es ser sencilla. Me ha tocado aprender cómo hacer para manejar o hablar de todo eso que he ido conociendo y que otras personas no han tenido la oportunidad, sin que parezca que lo hago para restregárselo en la cara a alguien. Otra cosa también es que el rodaje de la cinta me enseñó a escuchar más y a dejarme sorprender por las personas. Aprendí a escuchar otros puntos de vista, a personas de otros países y con otras realidades. Te cambia la perspectiva.
Algo importante es que a mí no es que me gustara la actuación para cine. Sí me gustaba ver películas, pero cuando fui a lo de La jaula, supe por qué es que la gente que hace cine lo hace. Descubrí que una vez que estás dentro ya no te quieres salir, y no hay que dejar ir las oportunidades.
¿Qué planes hay?
Quiero terminar mis estudios en la Escuela Nacional de Arte Dramático —está en primer año—.
Algo sorpresivo para mí fue que cuando estaba en el Festival de Cannes. Los actores famosos me decían que querían ver mi próxima película, entonces pensé: ¿Por qué no intentarlo? Hubo gente que empezó a preguntar cómo contactarme después de ver la cinta.
Éder Campos, uno de los productores, se tomó más en serio lo de velar por mí y ayudarme en esta carrera. Propuso buscar una representación para mí en México, y me hicieron una sesión fotográfica para un portafolio.
Prefiero buscar las oportunidades, y no solo sentarme a esperar. Recibí invitación de un Festival en Guadalajara, de un campus de talentos. Ya llené la solicitud. Si se da, pues bienvenido, y si no, seguiré tratando de abrir puertas.
Ese es mi consejo para los jóvenes, que no desistan de sus sueños. A veces no creemos que las cosas nos puedan estar pasando a nosotros, o dejamos pasar oportunidades por miedos. Hay que arriesgarse e intentarlo.
Comunidad y familia
La raíz de su personalidad
“En mi comunidad aprendí de la cortesía. Siempre me han dicho que los buenos días y tardes se les deben a todo el mundo, y el por favor y el gracias te abre puertas”, expresa Karen, quien vive en Ciudad Quetzal, catalogada como área roja, pero a la que describe como un entorno marcado por la convivencia, en el que se mueve mucho la cultura callejera positiva.
“En realidad, Ciudad Quetzal sí está marcada por sucesos, pero muchas veces no vienen de la gente que vive allí, sino de gente que llega a hacer cosas negativas”, dice.
La coprotagonista de La jaula de oro vive allí junto con sus padres y siete hermanos. Su familia la ha apoyado en cada uno de sus pasos y decisiones.
“La familia es mi refugio, y te regenera. Han sabido dejarme ir, y se trata de no traicionar esa confianza que me han dado”, afirma con gran seguridad.
Sobre su vida
Karen está orgullosa de su familia. Es la segunda de ocho hermanos. Su padre es electricista y su madre trabaja como promotora comunitaria.
Vive en Ciudad Quetzal. “Toda la ciudad es una zona roja, pero no nos damos cuenta hasta que algo nos pasa”, dice.
La secundaria la cursó en el Instituto Privado en Educación Básica de Ciudad Quetzal, centro orientado a la promoción del protagonismo crítico de niños, niñas y jóvenes.
En su primer año escogió Zancos como curso optativo.
Se capacitó como cultora de belleza. Quería estudiar magisterio, pero este año entró en la Escuela Nacional de Arte Dramático.