No era para menos. El concierto de “La Papaya” fue un espectáculo abierto a todo público, en la plaza central de la ciudad “Capital Iberoamericana de la Cultura”. Musicalmente muy completo y vibrante, el evento le hablaba a quien hubiera querido apersonarse, sin costo alguno, para apreciar el arte de nuestros territorios, pequeños en comparación con otros, pero ricos en manifestaciones culturales. La música, la ejecución, la interpretación, formidables. ¿Dónde estaban los músicos, los bailarines, los actores de teatro, que tanto demandan apoyo para sus iniciativas? ¿Dónde andaban los promotores culturales, los curadores, las autoridades, los representantes de instituciones y organismos de educación y formación artística? ¿A dónde se había ido el gran público que hubiera cabido esperar para la ocasión?
La metáfora va más allá de lo lírico: si existe una posibilidad de unir a pueblos con raíces comunes, pero con peleas tan absurdas como poco constructivas, esa posibilidad se debe cimentar en la cultura, el arte y la educación. Las angustiadas movidas de militares, comerciantes, fanáticos políticos, religiosos y deportivos no dan para más. Gracias, maestros y maestras de la Orquesta de la Papaya, por ponerlo tan en evidencia.
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