REVISTA D
Magda Angélica: “Un artista siempre está muriendo y renaciendo”
Por casi tres décadas esta guatemalteca ha surcado el camino de la reinvención de su obra musical y la constante investigación sobre el sitial de la cultura en la historia y la sociedad.
La música de Magda Angélica fusiona instrumentos tradicionales mesoamericanos con otros contemporáneos. (Foto: Cortesía Magda Angélica)
Hay cosas que en lugar de que tú las elijas, te eligen”, manifiesta la cantante Magda Angélica García von Hoegen en una de las oficinas del Instituto de Investigación en Ciencias Sociohumanistas de la Universidad Landívar, donde trabaja y coordina un grupo de investigadores encargados de recabar información para el diseño de la política cultural de dicho centro de estudios superiores.
Si bien su despacho forma parte del escenario académico que le ha precedido por más de 14 años, la también comunicadora social con especialización en Historia de América Latina y mundos indígenas cuenta con una trayectoria de más de 25 años.
“Hubo un momento, como a mis 7 años, que sentí que ese era mi camino. En el colegio donde estudiaba se hacían festivales de la canción y fue donde escribí mi primer tema. Desde entonces ha sido una constante en mí ver la música como un camino de expresión y de profunda libertad. Creo que también se ha convertido para mí en un espacio para generar encuentros profundos a nivel de alma”, comparte.
Al explorar las venas espirituales y creativas de su trabajo, las cuales han alimentado producciones como Éter, su más reciente disco lanzado en el 2023, Magda Angélica habla de las formas de nacer y morir en la música, la manera en que este arte perfora la rigidez del mundo y qué tanto el arte como la cultura siguen provocando un debate aletargado y utópico con sus efectos sociales en el país.
¿Cuántas veces puede renacer un artista?
Todo el tiempo. No es que idealice el sufrimiento, pero creo que un artista siempre está en crisis, cuestionándose las cosas. Yo empecé haciendo música más pop. Siempre quería decir lo que pensaba, pero no entraba por completo en los parámetros la música comercial.
En esa primera etapa tenía un grupo de músicos, bailarinas, vestuario, pero sentía que no llegábamos a donde yo quería conectar. Así fue como se dio un primer renacimiento del proyecto. Hicimos una serie de conciertos quitando toda la vestimenta de la música y quisimos que la canción sobreviviera por sí misma, por los contrastes emocionales y de los instrumentos.
Otra forma de renacer me ocurrió cuando fui a México y hubo mucha confluencia de una herencia que yo traía desde niña, por haber crecido con dos mujeres que dejaron un legado importante en mi vida al explicarme el pensamiento maya con su vida y ejemplo.
Fue un legado espiritual muy fuerte con el cual empecé a hacer música basada en estas búsquedas espirituales y hasta la fecha me han acompañado guías espirituales mayas. Después me interesé en buscar distintas raíces del mundo a nivel de pensamiento y musical.
Creo que otro renacimiento importante me ocurrió cuando descubrí la música como forma de sanación. En el 2023 compuse Éter, un disco coral en el que no hay voces, solo armonías vocales. Entonces, creo que un artista siempre está muriendo y renaciendo. Cada etapa es distinta.
¿Cómo logra su música llegar a la sanación?
Creo que la sanación es un camino para contactar con áreas humanas con las que no estamos acostumbrados. Por ejemplo, en nuestras culturas se sobrevalora lo racional, pero se demerita ese contacto con el cuerpo donde también se construye conocimiento, afectividad y emociones.
A mí me pasaba que en los conciertos habían personas que llegaban a decirme que algo se había sanado dentro de ellas. Entendí que no se necesita ser un iluminado para apoyar a otros. Aprendemos del dolor y con esto no quiero decir que idealice el dolor, pero solo una persona que ha pasado por la oscuridad puede acceder a la luz.
Magda Angélica propone con su música una mezcla de magia y encanto para la sanación del escucha. Sus álbumes son 'Jardín interior' (1996), 'Ángeles de barro' (2001), 'Tejedora de sueños' (2005), 'Ilhuikatzin' (2007), 'K’aslem' (2012), 'Esencias en 432' (2019) y 'Éter' (2023).
Ha presentado conciertos en Guatemala, México, Costa Rica, Panamá y países de Sudamérica. Su música forma parte de proyectos audiovisuales en Australia, México, Suiza y Estados Unidos.
Recibió los premios Arco Iris Maya como Artista revelación; Tzig, Botón de Oro y Premio Estela por Mejor canción.
Lo que estamos haciendo con la música es compartir experiencias. También en mis piezas hay un proceso científico y de estudio. He estudiado diplomados para trabajar terapia del sonido.
He aprendido que no solo el sonido, sino también la vibración de los instrumentos, tienen efectos sobre la vida. Los instrumentos pueden generar estados de equilibrio. Buscamos promover una afinación de las frecuencias internas y trabajo sonidos etéreos para encauzar e integrar los sonidos.
Ha hecho referencia a crisis, dolor y sanación. ¿Hasta qué punto es un reflejo de lo que somos?
Me recuerda mucho a una idea de Charles Pierce, fundador de la Semiótica, que dice que el ser humano se debate entre estados de duda y creencia. El estado de creencias nos da seguridad y nos hace sentir afianzados, pero solo en el estado de crisis se puede crecer, porque es vista como un cuestionamiento.
Es muy cómodo vivir sin cuestionarse, porque uno está en su zona de comodidad y ahí se mantiene siempre, pero a veces las zonas de comodidad van matando de forma progresiva. Tampoco podemos permanecer todo el tiempo en un estado de duda, porque nos volveríamos locos. Parto de esas ideas. Mis búsquedas personales se reflejan en el producto artístico.
¿De qué manera se ha ido nutriendo su trabajo de investigación como parte de su ejercicio artístico?
Cuando egresé de la carrera no había mucha apertura para relacionar el arte con la comunicación. Eran otros los enfoques, y al cursar la maestría en México me sentí muy feliz porque ingresé proponiendo un estudio de identidad femenina en el discurso de las rockeras mexicanas. Me sentí feliz porque allá había más apertura a esta posibilidad en la línea de lo cultural y de entrar a estudios del arte.
Cuando terminé la maestría me sentía muy contenta de poder hacer confluir los temas que me interesaban del arte con la investigación. Cuando regresé a Guatemala hubo una apertura por parte de la Universidad Rafael Landívar en cuanto a iniciar una línea de investigación en arte, entonces todo el trabajo ha sido en torno a esos temas.
Ahí he entrado a analizar procesos creativos y de políticas públicas culturales, en lo cual tampoco pensaba que me iba a involucrar. Ahora estoy terminado un estudio sobre esos temas y en fecha reciente se publicó un libro sobre el papel de los colectivos artísticos en artes escénicas, a partir de la firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala.
(…) solamente en el estado de crisis se puede crecer porque necesariamente es vista como un cuestionamiento. Es muy cómodo vivir sin cuestionarse porque estás en tu zona de confort y ahí te mantienes siempre, pero a veces las zonas de confort van matando progresivamente”.
Magda Angélica, artista musical e investigadora cultural
¿Por qué sería valioso insistir en la investigación artística en el país?
En las distintas épocas se puede leer, no siempre en un texto escrito, la realidad y la historia de un país a través de sus expresiones artísticas. Otra cuestión es que tenemos el gran desafío de profundizar cómo, a partir del arte, también se puede generar conocimientos en Guatemala, pues no se entiende que la educación artística no siempre es para formar artistas.
Ojalá que sí, pero digamos que no está solo dirigida a quienes tienen una vocación artística, sino que fomenta habilidades y competencias de aprendizaje en distintos ámbitos. La música, por ejemplo, es matemática.
Podríamos entender, además, que los estudios sociales tienen mucha relación con el arte porque a través de ellos se pueden entender los procesos históricos y las problemáticas sociales.
Creo que los artistas tienen una vocación profunda de generar fisuras dentro de un sistema para que las cosas se puedan ver de una manera diferente o develar lo invisible, como lo dice Sabrina Castillo Gallusser.
Asimismo, deberíamos entrar en una discusión en torno a qué se considera arte en Guatemala y qué no, puesto que sería un punto de partida para construir una sociedad más incluyente. Porque se menoscaban mucho, por ejemplo, las expresiones artísticas que vienen como un legado de siglos atrás de los pueblos originarios y a veces se le llama artesanía.
Esto sería un asunto vinculado a la discriminación que seguimos debatiendo. Otro ejemplo es que en este país, en pleno siglo XXI, todavía debatimos si un elemento cualquiera es “culto o inculto”.