Política

Raquel Zelaya: “Nunca las guerras han sido las soluciones”, dice al recordar la firma de los Acuerdos de Paz

Fungió como Secretaria Ejecutiva en la Firma de los Acuerdos de Paz en Guatemala, a 25 años de ese acontecimiento, hoy hace remembranzas de ese trascendental acontecimiento, y reflexiona sobre el proceso actual que ahora el país debe afrontar.

Raquel Zelaya presidente de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (ASIES), participó en la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, el 29 de diciembre de 1996. (Foto: Prensa Libre: María Reneé Barrientos Gaytan).

Raquel Zelaya presidente de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales (ASIES), participó en la firma del Acuerdo de Paz Firme y Duradera, el 29 de diciembre de 1996. (Foto: Prensa Libre: María Reneé Barrientos Gaytan).

Guatemala vivió 36 años de conflicto armado interno, y en 1996 se logró ponerle fin a esa guerra, ante los compromisos adquiridos entre la Unidad Nacional Revolucionaria Guatemalteca (URNG) y el Estado de Guatemala, siendo partícipes diversos sectores de la sociedad.

Una de las personalidades que integró la mesa de negociación fue Raquel Zelaya, quien con su preparación profesional y espíritu de transparencia, responde al llamado que ella misma considera un privilegio en su involucramiento del proceso de reconciliación.

¿Qué recuerda usted de aquel 29 de diciembre de 1996?

La primera actividad que realicé por la mañana fue asistir a la iglesia a escuchar misa a Ciudad Vieja, para luego participar en la firma del acuerdo de cronograma que se llevaría a cabo a las 10 horas en un hotel capitalino, como parte del protocolo que implicaba la firma de los acuerdos de paz en Guatemala.

Por la tarde, el acto fue impresionante, muchas personalidades nacionales e internacionales acompañaron el proceso, como el secretario general de las Naciones Unidas. Y en la plaza había un ambiente más popular, de reencuentro y esperanza, a donde también asistieron guatemaltecos que habían estado mucho tiempo fuera del país.

Se percibía todo un simbolismo de ese acompañamiento diverso. De alguna manera el movimiento insurgente, que había sido parte de una guerra muy cruenta. A la vez había un sector que se mantenía muy crítico al proceso de paz.
Habían preocupaciones sobre las propuestas de la Ley de Reconciliación que no era una Ley de Amnistía, era una Ley donde las partes reconocían los excesos que se habían cometido.

Imagen de la firma de la paz que se firmó el 29 de diciembre de 1996. (Foto Prensa Libre: Hemeroteca)

¿En qué forma participó usted en las negociaciones de paz?

Estando en la Asociación de Estudios Sociales (Asíes), participé en ese proceso de negociación. Estuve involucrada luego en la Comisión de negociación del acuerdo socioeconómico. Me sentía segura de contribuir desde este espacio que se vinculaba a mi profesión.

Al terminar esta fase, le agradezco al presidente Arzú esa oportunidad de contribuir con la sociedad. Sin embargo, me expresa su interés y confianza para continuar en ese proceso, en la negociación con el ejército y la sociedad democrática, posteriormente fui nombrada secretaria ejecutiva de la Paz.

En cada fase aprendí a escuchar, documentarme, leer y buscar la asesoría profesional y creible.
Cuando llego a la Secretaría de la Paz, los acuerdos pactaban 32 comisiones, 5 de ellas paritarias, que eran para los lugares sagrados, la oficialización de idiomas, descentralización y participación; una comisión de fortalecimiento de justicia, y pacto fiscal.

Casi 200 personas aceptaron participar en esas comisiones. En los acuerdos se establecían los detalles de cómo se debería de hacer. Se buscó que aunque se detuviera nunca tuviera retroceso.
Cuando se hizo en uno los procesos electorales una gran campaña para documentar e inscribir mujeres que el padrón electoral llegó a tener en ciertas comunidades hasta más mujeres inscritas que hombres, son situaciones donde se da instrumento de formación ciudadana a la vez.

¿Qué pasó por su mente al momento de suscribir los acuerdos de paz?

En el momento percibí mucha presión, al cuidar tantos detalles, y la vez reflexionar sobre el hecho de ser una persona muy privilegiada al poder estar en esa mesa, de poder aprender la historia del país, de tratar de interpretar las aspiraciones de la sociedad para nuestro futuro común.

Fue una mezcla de emociones, que con el tiempo pude digerir un poco más. Que de hecho mi pluma con la que firmé tenía la ilusión de conservarla y no puse atención en qué momento se extravió.

Fue como un sentimiento que ojalá esa fuera una verdadera semilla de cultivar un proceso de paz. Porque en todo ese año se logró la mediación de Naciones Unidas, fue muy efectiva, con contribuciones que a la mesa fueron llevando el Banco Mundial, el BID, la FAO, Unicef, como consultas externas calificadas.

Hubo un momento de tensión, pero a la vez donde había un grupo de guatemaltecos construyendo, dibujando la sociedad que quisiéramos tener.

Ese momento de la firma es una carga emocional, porque quizá uno no tiene los méritos para estar allí, pero si Dios y la vida lo permitió, uno tiene que sentirse comprometido.

Si uno recibe esa enorme posibilidad, de acá en adelante tiene la tiene que focalizar para que esos acuerdos que estaban en papel, en la medida de lo posible fueran haciéndose procesos. Aunque no fueran en avance, por lo menos retener, que nunca tuvieran retroceso.

¿Qué representó el conflicto armado de 36 años y por qué nunca más debería repetirse?

Fuimos un escenario de guerra fría en Centroamérica, donde la exclusión política fue un componente importante para que el conflicto se prolongara por 36 años.

Por ejemplo, cuando no fue reconocido el triunfo de la democracia cristiana con el candidato Efraín Ríos Montt.
Es un momento en el que jóvenes demócratas afirmaban que habían accedido a que un candidato fuera General, y aún así se burló la voluntad popular.

Esas exclusiones causan desengaño y desilusión a mucha juventud, no porque fueran unos marxistas convencidos, sino porque realmente estaban decepcionados de que no había forma de lograr una apertura democrática, por lo que algunos se van sumando a la insurgencia.

Todo ese conjunto de exclusiones, en una sociedad que le falta mucho caminar en su reconocimiento multicultural, genera condiciones para que surja un conflicto, que a la larga lo que hace es incrementar los rezagos y las brechas, ya que no se consigue inversiones y turismo en áreas de conflicto.

El autoritarismo cierra los espacios a Guatemala, y llegamos a ser un país aislado.

¿Y por qué nunca más se debe de repetir?

Tenemos en la historia guatemalteca y en la de otros países, que nunca las guerras han sido las soluciones, se soluciona cuando hay acuerdos, se firma la paz y se cumple lo acordado.

Es importante evitar que se repitan condiciones que originaron las posibilidades del conflicto, y entender que el papel de mediador, de puente de personas que acercan posiciones deberían de ser más reconocidas y valoradas

¿Qué lecciones dejaron los diálogos y acuerdos de paz?

Hay que admitir que como proceso admitido la guerra terminó, no se volvió a secuestrar ni a cobrar impuesto de guerra. Con los acuerdos de paz se logra un cese al fuego, la reincorporación de la guerrilla a la legalidad, pero los retos son los mismos.

Las personas tienen la percepción de que se firmó la paz y se solucionaron los desafios, pero no es así. Lo que hay es un escenario distinto, más amable, propicio y positivo, para solucionar los problemas que vienen. No es mágicamente.

Vale la pena leer los informes de la misión de verificación, porque para mí eran los que nos juzgaban, y objetivamente nos decían qué si y que no se había cumplido, casi nunca se mencionan.

En tres años, 16 leyes salieron del Congreso en Cumplimiento de los Acuerdos de paz. El primero era el reconocimiento de documentar a las personas que no tenían identidad, por haberse quemado los archivos de municipalidades.

Dos testigos daban fe de la identidad de la persona, en especial cuando los padres habían fallecido.
Hay un documento valioso que hizo la comisión de fortalecimiento de justicia que se llama de Justicia para la Paz. En ella participaron personalidades del mundo, derechos humanos de la justicia.

“Es necesario que la historia se conozca desde una perspectiva lo más integral posible, porque cada uno lo escribe desde su perspectiva. Se necesitan intercambios que nos lleven a pensar y reflexionar sobre las debilidades y rezagos. La prioridad actual es el tema de las mujeres y las poblaciones indígenas, sin el empujón inicial de los acuerdos de paz no se hubiera podido tener”.

¿A 25 años de distancia, cuáles son los retos de Guatemala como nación pluricultural?

Los acuerdos fueron hijos de su tiempo. Cuando negociamos era una guerrilla ideológica no una guerrilla vinculada a expresiones del crimen organizado.

Y por otro lado, en la mesa, el tema del narcotráfico y el crimen organizado no se vio en el escenario con la preponderancia actual.

Se dibujó una agenda que sí reflejaba las aspiraciones de los guatemaltecos, en temas de justicia, derechos humanos, social, reforma política, pero realmente la penetración del crimen organizado en todos sus expresiones y diversos niveles de la sociedad, se convierten en uno de los principales retos que ahora tenemos.

Otro tema a tratar es la corrupción, que siempre ha estado presente, pero ahora hay más posibilidades de ponerle el reflector en los hechos por el descaro con que se comente. Hay poco sentido de servicio público en todos los niveles, hay carencia de respeto hacia lo público, antes los jueces y maestros eran referentes de las comunidades, eso lamentablemente en muchos casos se ha perdido.

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