Guatemala

“Se debe desafiar al miedo para buscar la verdad”

El tiempo es acelerado en el periodismo. Avanza y casi nadie se percata de que lo escrito suma contantemente sin inmutar al autor. Se acumulan las experiencias y los apuntes del día a día van dando forma a una visión bastante completa de lo que pasa y de las causas y consecuencias. Eso lo acumula mucho un periodista primero de noticias y luego comentarista.

Mario Antonio Sandoval cumple 50 años de ejercer el periodismo. (Foto Prensa Libre: Edwin Vercían)

Mario Antonio Sandoval cumple 50 años de ejercer el periodismo. (Foto Prensa Libre: Edwin Vercían)

El 3 de enero, Mario Antonio Sandoval Samayoa cumplió 50 años de periodismo. Del joven reportero al sereno analista hay mucho por aprender y mil horas por conversar. Este docente, exdirector de Prensa Libre, director de la Academia Guatemalteca de la Lengua y presidente de Guatevisión habla de su carrera.

En el mínimo de palabras: ¿por qué resultó periodista?

Por herencia y porque me gustó y me quedé. Me gradué en septiembre del 65 y empecé el 3 de enero del 66, que era el primer día hábil del año.

¿Convencido o arrepentido de la decisión?

Creo que fue buena. La afiancé el día que vi a Isidoro Zarco asesinado. Me dije: “él dio su vida por esto y voy a continuarlo”. Decidí nunca abandonar la profesión. Al principio, creía más en el periodismo informativo y después me di cuenta de que se debe informar pero lo más importante es comentar y analizar para orientar.

¿Una decisión de vida a causa de un terrible evento de muerte? ¿Cómo lo explica en un país que vivía en irrespeto a la vida y los derechos humanos?

En ese tiempo, con ese humor negro de los periodistas, definíamos como “zopilotear” a la tarea de los reporteros de policía, porque nos tocaba ver violencia política y muertos de ambos bandos. Me convencí de que valía la pena luchar para que esa matanza terminara. Hoy sigue, por otras causas. Terminó la violencia ideológica, la del enfrentamiento en que Guatemala pagó con muertos su posición geográfica por la guerra fría. En el camino quedó la sangre de muchos periodistas.

El proceso se afianzó con los acuerdos de paz pero comenzó con la caída de Lucas en el 82, hace 33 años. Hoy, el 60 o 70 por ciento de los guatemaltecos ha vivido en un país sin temor a la publicación de opiniones. En esos tiempos represivos nuestra preocupación no era qué tipo de letra usar, sino meditar si una palabra provocaría ira en cualquiera de los dos bandos, que asesinaban a sus contrarios. Eso ya no existe, pero era un riesgo real. Escribir una columna firmada era prueba grande de valor, entereza y convencimiento profesional e ideológico.

¿A quiénes de sus colegas caídos recuerda más?

Hay muchos y es injusto olvidar a alguno, dado el grado de su sacrificio por la libertad de expresión. Puedo mencionar a Isidoro Zarco, Mario Monterroso Armas, Mario Rivas Montes, Irma Flaquer y muchos otros colegas de todos los periódicos y radios. La televisión abierta no tuvo ese problema.

La primera etapa de la guerra, en los sesentas, se vivió en el oriente. Luego pasó a la capital en los años 70, con víctimas de todos los sectores. Desde los 80 y hasta su final se masificó al trasladarse a las comunidades indígenas. ¿Cómo vio ese proceso?

Comencé a tener conciencia en la secundaria. Cuando se vino la guerra a la capital yo ya era reportero. Recuerdo un ataque que la guerrilla hizo a la sede de la Policía Nacional, en la 6ª avenida y 14 calle de la zona 1. Desde el parque La Concordia, los guerrilleros dispararon contra ese edificio simbólico en una acción desafiante.

Los reporteros de Prensa Libre salimos corriendo en busca de la noticia. La gente huía del parque, y nosotros íbamos hacia los balazos. Tuve que guarecerme en una puerta porque pasaban muy cerca. Aún hoy no me explico cómo pude caber en el quicio. Era parte del trabajo diario. Las calles eran el campo de batalla.

Sabíamos que si un bando mataba a alguien por la mañana, por la tarde venía la revancha con la muerte de alguien del otro bando. Una vez fue asesinado un oficial militar de alto rango a las 9 de la mañana y a las 11 otro grupo ametralló un bus adentro de la Usac, en la zona 12, donde murieron estudiantes inocentes. La perversa lógica de entonces nos marcó a muchos periodistas.

Después de esa época, salí de Guatemala. Estudié en EE. UU., en Alemania y en Quito, para completar mi formación. Estaba harto. Hay que entender que mataban periodistas, abogados, estudiantes, sindicalistas, policías, embajadores, políticos y muchas otras personas. Era un tiempo siniestro.

¿Cuándo cambia usted del periodismo informativo al de opinión?

Dejo la calle y comienzo a trabajar en la corrección de noticias para luego pasar a asistente del subdirector. Empiezo a pensar en opinar, algo que medité porque nunca quise ser héroe. Desgraciadamente, a ellos solo los recuerdan su viuda y huérfanos. Por la dinámica social, a los caídos pronto nadie más los recuerda.

Ríos Montt, al llegar, promete que respetará la apertura y aprovecho yo para escribir opinión. Mi columna, Catalejo, solo tenía resúmenes de noticias de otros países y salía cuando había lugar. En ese 1982 decido opinar, sin la idea de influir en nadie y con la claridad de que las secciones editoriales en ese momento eran leídas talvez por un 10 por ciento de los lectores.

También se fortaleció la caricatura, que es la forma más feroz de crítica y que impacta más que los comentarios porque el mensaje es instantáneo. Mejora enormemente la sección editorial de la prensa guatemalteca, que yo creo es la mejor de Centroamérica, dada la variedad y diferencias de pensamiento, estilo, trabajo y temática que tienen los columnistas.

La caída del muro de Berlín en 1989 debió haber marcado el final del enfrentamiento armado, pero eso ocurre nueve años después, lo que resulta ser un atraso porque aunque la guerra fría había terminado, aquí seguía la lucha. Los que murieron entre el 89 y 96 son las víctimas más innecesarias, de ambos bandos pero sobre todo los civiles inocentes.

Usted comenzó a hacer periodismo de opinión en la época de Ríos Montt. Hoy contra él pesan juicios por genocidio y violaciones a los derechos humanos. ¿No hay contradicción en empezar a opinar y exponerse?

Ríos Montt nos engaña al decir que respetaría todos los derechos por ser cristiano. Muchos aprovechan para opinar y le dan el beneficio de la duda, pero él establece el delito de desacato, o sea que criticar a un funcionario es incurrir en irrespeto a la autoridad. Por eso, la ley actual de emisión del pensamiento señala que no constituye delito alguno cualquier crítica a burócratas por sus acciones.

En el 83 llega Óscar Mejía Víctores, quien por la influencias que sobre él ejercían civiles que tenían una concepción muy clara de cómo se veía Guatemala hacia el exterior respeta la libertad de expresión.

Pensó alguna vez en retroceder ante la aparición del Fuero Especial, etc?

Talvez un par de veces; creo que todos lo pensamos. Nadie lo hablaba pero todos lo hicimos. No suena heroico ni valiente, pero así es la vida. Una vez dado el primer paso, optamos todos por quedarnos, para no ser los primeros en abandonar el fortalecimiento del periodismo de opinión.

En dos ocasiones recibí amenazas directas de muerte. Una, por escrito, en 1980, y estaban incluidos monseñor Rodolfo Quezada Toruño, presidente de la Comisión Nacional de Reconciliación, y Ramiro de León Carpio, procurador de los Derechos Humanos. La otra me la hizo personalmente Jorge Serrano, luego de cuatro horas de discusión al final de una cena a la que me invitó.

¿Es el periodismo una carrera antinatural porque va contra el instinto?

Sí, aunque también va a favor del instinto del querer conocer, investigar, enterarse de cosas que muchos no quieren que se sepan. Uno de los lados de esa moneda es que se debe desafiar el miedo para buscar la verdad.

Se dice que los periodistas escriben la historia a la carrera. ¿Es frase suya?

No. La escuché alguna vez y me gustó mucho porque es cierto. Los periodistas al estar informados escribimos historia, ese inmenso rompecabezas del cual uno todos los días va poniendo las piezas desperdigadas. Por eso es que en la historia es tan importante el periódico y los demás medios de comunicación.

Según los historiadores, los hechos se hacen historia cuando pasan 50 años porque antes de eso es casi imposible descalificarlos. Si algo pasó en 1966 hoy lo analizamos en forma distinta a como lo hubiéramos hecho en 1967, 1970, 1976 o 1980. Ahora la velocidad de la tecnología permite la comunicación instantánea. Por ello se debería reducir ese lapso a unos 10 años, en vez de 50.

¿El país que vio al comienzo de su carrera como periodista noticioso, el que vio cuando empezó a escribir opinión y el que ve hoy, ¿qué tan diferentes son?

Son muy diferentes. Mucho. Y hay causas como el exagerado crecimiento poblacional, porque cada vez se necesitan más escuelas, más trabajos para que no haya emigración. Algo que cambió es la actitud ciudadana respecto del país.

En el caso de los políticos, a los de los años 1960, 1970 o 1980, podemos criticarlos por muchísimas razones. Hoy el desprestigio es gigantesco por el desparpajo, la forma grosera, abusiva, de enriquecimiento, brutal y sobre todo obvio. Es una diferencia terrible. Otra, es que las generaciones de hoy han perdido la fe en los procesos democráticos y en la democracia. Es una pena.

En lo económico, no podemos saber qué tan bueno está el país porque es imposible conocer cómo podría haber estado si la población fuera de 10 millones, no 16. Para analizar esto y sugerir cambios, hay que ver facetas políticas, ideológicas, religiosas y morales. El narcotráfico es otro factor terrible.

Prensa y democracia tienen relación complicada. ¿Cuál ha sido su principal aporte al desarrollo y fortalecimiento de la democracia?

Ninguno en especial. Ninguno diferente al de cualquier periodista que vea su tarea como la de informar y comentar, para el beneficio colectivo. No hablo de colectivismo, claro, sino de una multicentenaria idea ética.

Creo que todo periodista inconscientemente busca algo de eso. Así como el maestro quiere educar, el periodista desea informar, opinar, y que cada quien saque conclusiones. Obviamente algunos colegas se colocan en la débil posición de que “mi palabra es la última palabra”.

El periodismo debe decir la verdad, tomando en cuenta que la Verdad con mayúscula, pura y única, no existe. Siempre hay otra verdad tras esa y otra más tras esa. Todos los que quieren hablar de una Verdad en cualquier campo —político, económico, social— están condenados a tener problemas.

El periodismo ha sido castigado brutalmente, por temas como el del semanario francés Charlie Hebdo. ¿Qué opina?

Mucho se puede hablar de eso. Por un lado un periodismo demasiado liberal en un país muy liberal, Francia. Cuando hay gente de una sociedad radicalmente conservadora y de una religión intolerante, ocurre el ataque. Según ellos, no atacan a la libertad de expresión, sino a los herejes, que no dicen la Verdad.

Hay que tratar de entender por qué actúan así, no para justificarlo sino explicarlo. Hace 70 años los pilotos kamikazes japoneses sacrificaban su vida por el emperador. Lo consideraban acto glorioso, pero desde el punto de vista cristiano occidental era fanatismo total.

En esos ataques los periodistas, con criterio laico occidental, no valuaron el terrible riesgo. La masacre dejó viudas y huérfanos, y el mundo perdió el beneficio del pensamiento de ellos. Al adversario o enemigo se le debe juzgar más desde su punto de vista que del nuestro. No significa que debemos adaptarnos.

¿Debe ser el periodismo una actividad prudente y respetuosa o irreverente y atrevida?

Me inclino por lo segundo, pero tampoco debe ser temeraria. Nadie puede exigir al periodista que arriesgue su vida, aunque esto está implícito, por ejemplo, en la corresponsalía de guerra al estar en el frente de batalla. Se debe tender a la irreverencia, pero esta no debe ser calificada por el periodismo, sino por quien la recibe.

En muchos países hay códigos específicos para limitar la libertad del periodismo y de expresar el pensamiento. ¿Cree que debería haber un código?

Sí. Los códigos de ética son voluntarios. Si violarlos implica castigo son en realidad leyes y por tanto obligatorias. Quien rompe un código ético sólo puede ser criticado. Debe haber códigos deontológicos, cuya aceptación es voluntaria, así como el castigo al romperlos.

Los medios deben tener normas internas. Si un diario decide no aceptar publicidad de armas, está en su perfecto derecho. Un anunciante no puede exigirle que acepte un anuncio de AK 47.

-¿Cree necesario y conveniente tener un código deontológico para la prensa en Guatemala, para fortalecer las libertades ciudadanas y la democracia?

Sí. Comparto que una acción ética es aquella que significa renunciar a algún beneficio. Por ejemplo, no aceptar dinero por hacer algo incorrecto es una decisión ética más difícil que aceptar dinero limpio. Otro factor del código deontológico es que implica consenso.

Me agrada la existencia de códigos deontológicos, de normas para que no perdamos el tiempo en discusiones. Otra ventaja es la voluntariedad de la aceptación del periodista al código del medio, pero también cada quien puede hacer uno propio, basado en sus principios y valores personales.

Entremos al tema del correcto manejo del idioma: usted ha impulsado esto sistemáticamente en el diarismo. ¿Por qué?

Porque “de casta le viene al galgo”… Mi abuelo, Lisandro Sandoval Chinchilla, escribió un Diccionario de Guatemaltequismos y otro de Raíces Griegas y Latinas y de otros Orígenes del Idioma Español. Mi papá, Mario Sandoval Figueroa, periodista y poeta, también se interesaba mucho en la corrección del idioma.

Yo lo hago por dos razones. Uno, porque la corrección del lenguaje ayuda a la comunicación. Si no estamos de acuerdo o no sabemos el significado real de una palabra, la comunicación se va a dificultar.

Segundo, por orgullo de hispanoparlante. Por ejemplo, las conjugaciones verbales del español son casi perfectas, pero complejas. La diferencia entre comiere y comiese, existe… El idioma es elemento fundamental de dominación y de unidad. Esto lo menciona en 1492 Antonio de Nebrija, autor de la primera gramática española, a la Reina Isabel la Católica.

La unidad idiomática debe manifestarse en la prensa. Y lo hace. La prensa escrita de América Latina y España usa menos del 2% de palabras que no son del español común. Casi no aparecen vocablos propios de cada país.

Después de 50 años viendo esfuerzos, alegrías, amarguras y tristezas propias de la carrera, ¿valió la pena?

La respuesta depende mucho del estado anímico. Podemos decir, como Bolívar, que aramos en el mar al preguntarnos por qué y para qué nos esforzamos tanto para llegar a donde estamos ahora. Hay muchas razones para pensar así, con un dejo de tristeza e inconformidad por los resultados. Pero por el otro lado, al ver lo que se logró, creo que sí valió la pena.

Debe seguir la lucha por defender los logros, como lo hicieron los grandes periodistas de otros tiempos. Hay que ver cuánto ha cambiado para bien el país gracias a la libertad de expresión. Por eso repito que sí valió la pena este caminar. Ojalá algún día mis nietos y bisnietos puedan decir que su abuelo y su bisabuelo, junto con sus colegas trabajaron para hacer una mejor Guatemala.

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