¿Sabe la razón de su discapacidad?
Soy hipoacústica desde que nací. No reaccionaba a los 4 meses de edad, pero hasta los 2 años y medio, en el IGSS le dijeron a mi mamá que yo era sorda.
¿Cuándo se dio cuenta de que era diferente?
A los 12 años paso a colegio de oyentes.
¿Antes a dónde iba?
Al Jardín Infantil para sordos Rodolfo Stahl, y luego a la escuela Fray Pedro Ponce de León —del Benemérito Comité Pro Ciegos y Sordos—.
Habla con facilidad, ¿cómo aprendió?
Mi mamá. Eso mismo hago con mis alumnos. Mi mamá recibió cursos de estimulación y todos los días practicaba con ellos los sonidos, y mediante señales fui comprendiendo.
Usted es maestra, ¿fue fácil estudiar?
Fue mi sueño de niña, porque quiero ayudar a muchos niños. Vi a otras maestras y me gustó. Me costó. Estudiaba sentada en primera fila, pues así podía leer los labios y ver el pizarrón. Me gradué hace cuatro años.
¿Qué es lo que más le gusta hacer?
Ayudar a otros niños sordos como yo, a bailar y enseñar a las niñas.
La vimos bailar en el Festival de Talentos en el Teatro Nacional, ¿cómo aprendió a bailar tan bien?
Uso un aparato en el oído izquierdo —lo señala, como si fuera parte de ella—. Oigo la música y cuento los pasos, aunque no logro distinguir voces. Podría llegar a hacerlo con un implante que se hace dentro del oído, pero la operación es carísima. Cuesta cientos de miles de quetzales.
¿Cómo enseña a un niño con sordera?
Primero trabajo con vocales: con su mano en mi cara hago el sonido, para que sientan. Esta es la rutina diaria basada en los métodos oralísticos que se aplican hasta que el niño emite el sonido deseado y lo sienta en su cuerpo.
¿Cuánto tiempo lleva?
Dios mío, si se ponen pilas es muy rápido.
¿Qué la hace feliz?
Ver que mis niños responden.
¿Cuál es su sueño?
Ir a la universidad. Ya lo intenté una vez, pero desistí porque no hay facilidades en el país para los discapacitados. También se hace difícil debido a la situación económica. Me gustaría contribuir más con mi país.