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‘Alguien tiene que rendir cuentas’: familiares y sobrevivientes del edificio en Surfside hablan un año después

Un año después del derrumbe de un edificio de condominios de 12 pisos en Florida, las vidas de quienes perdieron a seres queridos y sus hogares nunca han sido las mismas.

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De izquierda a derecha: El oficial Joe Matthews, el oficial Craig Lovellette y el capitán John Healy, que estuvieron entre los primeros oficiales de policía que respondieron al derrumbe del condominio Champlain Towers South, el 16 de junio de 2022. (Foto Prensa Libre: Rose Marie Cromwell/The New York Times)

De izquierda a derecha: El oficial Joe Matthews, el oficial Craig Lovellette y el capitán John Healy, que estuvieron entre los primeros oficiales de policía que respondieron al derrumbe del condominio Champlain Towers South, el 16 de junio de 2022. (Foto Prensa Libre: Rose Marie Cromwell/The New York Times)

Un año después, la conmoción del derrumbe de Champlain Towers South no ha desaparecido. No para las personas cuyos seres queridos murieron aplastados entre los escombros. Ni para sus vecinos, que salieron vivos pero desposeídos.

Ni para la pequeña comunidad de Surfside, ligada para siempre a una tragedia en la que murieron 98 personas. O para el sur de Florida en general, donde ahora es más difícil vivir despreocupadamente bajo el sol y junto a las olas sabiendo que un edificio de 13 pisos se derrumbó, sin ninguna advertencia, en medio de la noche.

Champlain Towers y sus 135 unidades de condominio habían existido durante 40 años. Muchas personas de Miami conocían a alguien que vivía allí. Durante más de un mes, los residentes vieron cómo los rescatistas no encontraban sobrevivientes más allá de las tres personas salvadas en las primeras horas tras el derrumbe, el 24 de junio de 2021. La demolición del resto del edificio unos días más tarde dejó un enorme agujero a lo largo de la Avenida Collins, el cielo azul brillante un recordatorio constante de los restos nunca recuperados. Herencias destruidas. Sueños perdidos.

“Mi adolorido corazón está roto en pedacitos y no tiene arreglo”, dijo el jueves en el tribunal Eileen Rosenberg, cuya hija, Malky Weisz, murió en el derrumbe.

Hay pocas respuestas. La investigación federal sobre las causas del derrumbe se tardará varios años.

Los sobrevivientes dicen que sus vidas cambiaron totalmente desde ese terrible día. No concilian el sueño fácilmente. Las tormentas eléctricas, que retumban como la caída del edificio, son aterradoras.

Surgieron rencores entre los que lloraban a los familiares muertos y los que no. Para que se pudiera recuperar el dinero y ayudar a los sobrevivientes a que reconstruyeran sus vidas, el terreno tuvo que ponerse a la venta, rápidamente, sin planes para un monumento a las víctimas. Lograr que los legisladores estatales exigieran más inspecciones de los edificios llevó meses de presión.

Como parte de los acuerdos financieros negociados en los tribunales, los que perdieron las unidades de condominio se repartirán US$96 millones. Los que perdieron a sus seres queridos se repartirán unos US$1 mil millones.

Han perseverado. Han descubierto nuevas fuerzas. Han cambiado las prioridades de sus vidas.

Estas son sus historias, en sus propias palabras.

 

He cuestionado mi fe

Ángela González, de 45 años, llamó a gritos a su hija Deven, de 17 años, jugadora de voleibol en la secundaria, cuando el edificio se desplomó. El suelo se derrumbó y cayeron varios pisos. Ambas sufrieron heridas graves. Los restos de Edgar González, su esposo y padre, fueron encontrados dos semanas después.

DEVEN

En cualquier momento me despertaré y todo será como antes. Pero, obviamente, eso no ha sucedido.

Mantuve mis reconocimientos y las clases de colocación avanzada. Pero no fue la mejor idea, porque en noviembre tuve que operarme por tercera vez. Me perdí un mes de clases. Tuve que aprender a caminar de nuevo. Es un asco. Lo odié.

Las tareas sencillas son como escalar el Everest. La que más nos cuesta es la cena. Mi papá solía hacer la cena, así que cuando llega la noche, decimos: “Oh, no hemos puesto nada a descongelar”.

He cuestionado mi fe. Algunas personas dicen que eres una mala persona o un pecador si estás enojado con Dios. Bueno, entonces soy una pecadora, porque estoy realmente enojada porque él dejó que esto sucediera. Pero mi papá me habría dicho: Él tiene un plan, y es posible que yo no sepa cuál es ahora mismo, pero hay uno.

En los días en que nos va bien, olvido que mi papá falleció. O pensaré que está trabajando muchas horas y que va a volver a casa. Pero no lo hace. Entonces te sientes culpable, como si estuvieras bien sin él. Si no lo extrañas, es terrible. Pero si lo extrañas, también es terrible.

ANGELA

La gente se asombra de nuestra resiliencia, y cree que esto es fácil. No lo es. Es mucho más fácil no salir de nuestras habitaciones. Pero decidimos enfrentar esto todos los días.

Si Edgar hubiera sobrevivido, durante todo este proceso se habría comportado de una manera increíble demostrando cuánto nos amaba. Nos habría animado.

Mi cuerpo lo recuerda. Tres semanas después de salir del hospital, me levanté de la cama de un cierto modo y mi cuerpo entró en un shock total. Le pregunté a Deven: “¿Me senté así para buscarte entre los escombros?”. Me dijo que sí.

Estaba doblando toallas nuevas y recordé que alguien nos había comprado toallas para él y para ella el día de nuestra boda. Edgar todavía tenía la suya. Se enfadaba mucho si alguien más la usaba. Me encantaría tener esa toalla.

 

Esto te lleva a lugares oscuros

El oficial Craig Lovellette, de 47 años, fue uno de los primeros policías de Surfside que llegó al lugar del derrumbe. El oficial Joe Matthews, de 47 años, estaba sustituyendo a un operador. El capitán John Healy, de 58 años, corrió hacia el edificio.

OFICIAL LOVELLETTE

No podíamos ver. La fibra de vidrio se nos metía en los ojos. Pensamos que un balcón se había derrumbado. Entonces fui por la parte de atrás. Llamé al capitán y lo desperté.

Los familiares querían entrar corriendo. No sabíamos si el resto del edificio se iba a caer. ¿Alguien detonó una bomba? ¿Fue la construcción?

Esto te lleva a lugares oscuros. Morir dentro de tu casa… tuve pesadillas después. Pensaba en cosas al azar que se derrumbaban, como los puentes.

Todavía nos cuesta orientarnos.

OFICIAL MATTHEWS

Cuando ocurrió, las luces parpadearon en toda la ciudad. Empezamos a recibir llamadas y nos decían: “¿Hay un terremoto?”, “Hay un agujero en el edificio”. “¿De qué estás hablando?”, preguntábamos. Y comenzaron a llamar organizaciones de noticias de todo el mundo.

Recuerdo a Michael Stratton llamando y preguntando por su esposa, Cassie. Una y otra vez. Volvía a llamar. Volvía a llamar. Volvía a llamar. Ella estaba en el balcón, hablando con él ,cuando el edificio se derrumbó. Eso fue duro. Finalmente lo conocí en una vigilia. Es uno de esos eventos que recordaré para siempre.

CAPITÁN HEALY

Tengo mi uniforme preparado todo el tiempo. Así que salí muy rápido.

Miré hacia arriba y vi dónde vivía un amigo. Conté los pisos. Llamé a mi mujer y le dije: “Creo que se han ido”.

Fui al primer funeral, para otros amigos nuestros. Solo había tres ataúdes, porque dos niñitas estaban en uno, juntas.

Nadie sabía quiénes éramos. Ahora, cuando dices que vives en Surfside, te preguntan: “¿No es allí donde se derrumbó el edificio?”.

Al ser un oficial, se espera que no te derrumbes. Podemos ir a todo el entrenamiento del mundo, pero hay cosas que nos van a impactar, y no siempre tenemos la capacidad de controlarlas.

A veces pongo este trabajo y esta carrera por encima de mi familia. He tratado de cambiar eso.

 

Un nuevo aprecio por todo

El capitán Eddy Alarcón, de 52 años, llegó al día siguiente del derrumbe. Era su primer despliegue de búsqueda y rescate en más de 25 años con el Departamento de Bomberos de Miami-Dade.

Tenía todo el entrenamiento. Pero nadie ha tenido este tipo de experiencia, excepto los chicos que fueron al 11 de septiembre. Sueño con eso. Puedo recordar las caras. Las cosas que presenciamos.

Estuve allí durante tres semanas. Todo el mundo estaba muy agotado física y mentalmente. Terminé con dolores en lugares que no sabía que existían.

Lo único que lamento es no haber encontrado una persona viva. Nos entrenamos para salvar a la gente.

Ahora soy especialmente sensible. Tienes un nuevo aprecio por todo. Mi hija empezó un jardín de mariposas. Estoy muy orgullosa de ella.

Toco la guitarra en una banda, Fire Brigade, en la que son todos bomberos. Cuando me siento mal, miro a mi Señor y Salvador Jesucristo, y él siempre me hace reaccionar. Mi terapia es poder hablar con mi mujer y mi hija. No me guardo nada.

Ahora estoy encargado del entrenamiento de los reclutas. Durante los dos primeros meses después del incidente, no pude ocuparme de las operaciones. Estoy haciendo un curso de especialista médico para poder ayudar a nuestros chicos cuando se lesionen.

En mi escuadrón éramos uña y mugre. Cuando todo terminó, tomamos caminos distintos y no hablamos de eso. Extraño a esos muchachos.

Lo volvería a hacer. Probablemente me dolería igual. Pero eso es lo que hacemos.

 

No quedó nada

Deborah Soriano, de 59 años, es una diseñadora de ropa que vivía en el piso 11 y escapó por las escaleras.

Nada es comparable a perder un hijo. Así que pongo las cosas en perspectiva. Soy muy afortunada.

El hecho de haber sobrevivido hizo que mucha gente se enojara: “Ustedes están vivos. No necesitan nada más”. Pero no es cierto. Todos teníamos una vida.

Durante cinco meses estuve viviendo en casa de un amigo. No me atrevía a alquilar algo. Ahora encontré un lugar. Está en el quinto piso. Elegí un edificio que no es alto. Los precios son una locura.

No encontraron ninguno de nuestros objetos de valor. Solo clips. Imperdibles. Abrelatas. Pero ni una pieza de joyería. Una bolsa Ziploc tenía un ticket de la lavandería.

No tengo fotos de mi familia. Cuando todos encuentran fotos, me las envían. Voy a Walgreens e imprimo dos de cada una; dejo una en casa y traigo la otra a la oficina.

Pensé que había habido un ataque terrorista. Luego pensé que mi vecino había dejado el horno encendido. Abrí la puerta y no había nada. No quedaba nadie. Solo estaba yo.

Todo el mundo decía: “Tienes que ir a terapia”. Probablemente sí. Pero sentí que tenía que hacer otras cosas. Me quedé sin documentos.

Es triste, terminar así. No he vuelto a la playa. Mi sobrina vino de Brasil y me trajo un bikini. Quizá ahora pueda regresar.

 

Sé que podría ayudar a esta gente

Bruce W. Greer, de 74 años, trabajó en el acuerdo económico entre las familias de las víctimas y las compañías de seguros, los promotores de un edificio adyacente y otros acusados.

Lo primero que dije fue: “Nunca vas a estar bien. Vas a ser muy infeliz cuando esto acabe”. Les dije que ya había vivido esto: cuando tenía 14 años, mi padre murió a un metro de mí. Sigue siendo el día más importante de mi vida.

Había pasado 60 años tratando de evitar esos pensamientos. Cuando el juez me llamó para pedirme que llevara el caso, le dije: “No, no puedo”. No le dije por qué. Entonces pensé: sé que podría ayudar a esta gente.

Hubo cientos de llamadas por Zoom. Soy como un consejero legal.

Pedí a los demandantes que me mostraran su caso. Algunas de las fotos eran tan gráficas que tuve que apagar la cámara para que no vieran las lágrimas en mis ojos.

He estado soñando con las personas que murieron. Pero también estaba preocupado por todos los acusados. No sabemos por qué se cayó el edificio, así que todo el mundo se convierte en sospechoso.

Cuando estaba en la secundaria, quería ser el que salvara a Richard Kimble, el hombre acusado injustamente en El fugitivo. En este caso, iba a haber mucha gente acusada que no era culpable. Al final, nadie asumió la responsabilidad.

Se esperaba que el fondo fuera de unos US$300 millones, pero el resultado fue de más de mil millones. No hay suficiente dinero; es la forma que tiene la sociedad de devolverte algo. Porque, ¿qué no darías por recuperar a un ser querido?

Este fue mi primer caso en más de 30 años. Me jubilé a los 42 años, la misma edad que tenía mi padre cuando murió. Probablemente no es una coincidencia.

Hice el caso pro bono. Pensé que si conseguíamos que todo esto acabara para todos en un año, demostraríamos cómo puede funcionar el sistema.