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Nuestros genes venidos del mar

El 27 de marzo de 2011, Revista D relató a través de sus páginas el origen del pueblo garífuna.

Vendedora de pan de coco en el muelle de Lívingston. (Foto: Carlos Sebastián, 2002)

Vendedora de pan de coco en el muelle de Lívingston. (Foto: Carlos Sebastián, 2002)

Para conocer un país hay que conocer su historia. Una parte importante de ella son los primeros africanos llegados a estas tierras y la travesía que hicieron los primeros garínagu para asentarse en Centroamérica.

Desde antes del descubrimiento del Nuevo Mundo, en las Antillas Menores habitaban los caribes rojos, producto de la unión entre indígenas arahuacos y caribes, estos últimos de estirpe guerrera, oriundos de la cuenca del río Orinoco.

Con la llegada de Cristóbal Colón, en 1492, empezaron las exploraciones y, luego las consecuentes colonias españolas, portuguesas, inglesas, francesas y holandesas. En uno de esos viajes, un barco lusitano encalló en un arrecife cercano a San Vicente, cerca de las costas de Venezuela, cargado de africanos que habían sido reclutados por la fuerza para esclavizarlos en Brasil. Estos protagonizaron una revuelta y desde entonces se asentaron en ese país. “Los negros adoptaron las costumbres de los caribes. Se pintaban de achiote”, relata el padre Jean Baptiste du Tertre (1610-1687), primer historiador francés de las Antillas.

Los africanos llegados a San Vicente se mezclaron con las caribes rojas. Luego, los hijos de ambos se unieron a otros mestizos y otros negros que llegaban a la isla. Así surgió la etnia garífuna.

En 1763, los franceses -que hasta ese año colonizaron aquel lugar- cedieron el territorio a los ingleses. Estos tuvieron diferencias con los nativos y en 1795 estalló el conflicto. Esa situación terminó mal para los garífunas, ya que fueron desterrados dos años más tarde. Alrededor de cinco mil tuvieron que abandonar su hogar.

Nuevo rumbo

Después de su destierro de San Vicente, los garínagu fueron conducidos, primero, a Baliseau, cerca de la costa venezolana. También se les transportó a Jamaica, Dominica y Bequia. Permanecieron en esos lugares hasta que el Reino Unido determinó a dónde debían llevarlos. Por fin se les condujo en 10 barcos al Port Royal, en Roatán, Honduras, el 12 de abril de 1797. eran unos dos mil 26 “caribes negros” -664 hombres y mil 362 mujeres y niños-, según el antropólogo e historiador Alfonso Arrivillaga. En esa época la isla estaba deshabitada.

Luego, un grupo pidió autorización a la Capitanía General del Reino de Guatemala para asentarse en tierra firme, y concedido el permiso se instalaron en los alrededores del hondureño puerto de Trujillo, donde colaboraron para la Corona Real Española. Allí se encontraron con otras poblaciones oriundas de Haití, y se mezclaron. Por eso en la actualidad no existe ningún grupo de descendientes de haitianos en Centroamérica, porque se les considera parte de los antepasados garínagu.

A tierra firme

Desde Trujillo, los garínagu se desplazaron hacia el este y el oeste centroamericanos.

A Guatemala -cuenta la tradición oral, pues no existen pruebas documentadas- entraron por la Bahía de Amatique, el 26 de noviembre de 1802, liderados por Marcos Sánchez Díaz – Tata Marcos, de quien se desconoce si era haitiano, de las Isla de Trinidad o de San Vicente.

De acuerdo con Arrivillaga, lo acompañaban unas 150 personas que se establecieron en las costas del Atlántico, principalmente en las áreas hoy conocidas como Lívingston y Puerto Barrios, donde se dedicaron a la pesca y a la agricultura – sus cosechas principales eran la yuca, el yampi, el ñame, el arroz, la malanga y algunos cítricos.

Africanos en la Colonia

Desde antes del descubrimiento de América, el mercado de esclavos africanos estuvo dominado por los portugueses, un control que terminó alrededor de 1640. Después de eso, el monopolio fue holandés. En cualquier caso, el rey de España era el único que autorizaba transportar esclavos hacia el Nuevo Mundo. Los beneficiados siempre eran sus protegidos, entre conquistadores, funcionarios reales y líderes católicos de diferentes órdenes.

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Libertad

Aunque la corona española reconocía los derechos de los esclavos negros, costaba mucho para que uno de ellos lograra su libertad. Para conseguirla debían salvar la vida de su amo, o bien, ahorrar durante 30 o 40 años para pagarla. Esto último resultaba beneficioso para los españoles, pues con ese dinero recuperado podrían comprar un esclavo que lo reemplazara. Por eso, los negros preferían comprar la libertad de sus hijos, pues el precio era menor.

La libertad definitiva, sin embargo, se inició con el preoceso de Independencia. Felipe de Aranzamendi, por ejemplo, del grupo de caribes y pardos milicianos de la costa norte, participó en la Conjura de Belén – un frustrado movimiento independentista contra la corona (1813)-. Pero la promesa emancipadora de las luchas de independencia se materializaron para los esclavos en 1823, cuando la Asamblea Nacional Constituyente abolió la esclavitud.

Hoy la Constitución que rige al país incluye un artículo que se refiere a la libertad e igualdad: “En Guatemala todos los seres humanos son libres e iguales en dignidad y derechos”.

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