La fiesta, en la que se visten trajes folclóricos, se baila en el agua y se cantan canciones de hace dos siglos, ha trascendido incluso el ámbito religioso y es hoy día un fenómeno turístico.
Hasta unos cinco mil visitantes se esperaban hoy en el pueblo, relató el alcalde, Rumen Stoyanov, antes de iniciarse una ceremonia en la que se unen la devoción, la fiesta y la superstición.
Los preparativos de este gélido baile comienzan ya la noche antes.
Los “salvadores” de la cruz se reúnen en grupos en lugares secretos, en un remedo de la Última Cena, donde realizan ejercicios de “calentamiento“, tanto por fuera como por dentro, gracias al vino rojo y al aguardiente caliente que, según el alcalde, les “llena de coraje para entrar en el agua fría“.