Lamentaba la decapitación de Antoine Laurent Lavoisier, quien había cambiado para siempre la práctica y los conceptos de la química forjando un sistema que le daría orden a los caóticos conocimientos de la alquimia.
BBC NEWS MUNDO
Antoine Lavoisier, el revolucionario químico que perdió la cabeza en la guillotina por una disputa científica
"Les bastó solo un instante cortar su cabeza, no bastará un siglo para que surja otra igual", dijo el matemático ítalo-francés Joseph-Louis Lagrange.
Reinado del Terror: Uno de los políticos de la Revolución, de pie sobre una pila de cuerpos decapitados entre dos guillotinas, bebiendo sangre de un cáliz mientras llena otro con la sangre de la víctima recién decapitada. (Foto Prensa Libre: Getty Images)
Lagrange y Lavoisier vivieron -como escribió Charles Dickens- en esos que “eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón”… era el siglo XVIII, aquel de la Ilustración y, en Francia, de la Revolución, pero también de lo que hoy conocemos como “El Terror”.
Y en esos tiempos, a pesar de sus logros, Lavoisier tenía ciertos factores en su contra, además de un enemigo muy poderoso.
Un retrato
A menudo las obras de arte retratan momentos. Y, en este caso, retrata también un mundo que estaba a punto de desaparecer.
Pintados por el artista más distinguido de Francia en ese momento, Jacques-Louis David, en 1788, aparece el gran científico Lavoisier mirando con adoración a su brillante esposa, Marie Anne Pierrette Paulze-Lavoisier.
En solo unos años, David, partidario de la Revolución Francesa y amigo de Jean Jacques Robespierre, tendría el control casi completo de las artes en Francia.
Antoine Lavoisier estaría muerto.
Marie Anne quedaría en la bancarrota, pero recuperaría los libros confiscados de su esposo, editaría sus notas adicionales y las publicaría, una década después de su muerte.
Antoine et Marie Anne
Antoine y Marie Anne se habían conocido cuando ella tenía apenas 13 años y su padre Jacques Paulze se vio en la necesidad de casarla rápidamente.
Una baronesa estaba insistiendo en convertirla en la esposa de su hermano, de 50 años de edad.
Marie se rehusaba a casarse con ese “tonto y ogro”. Pero en la Francia borbónica era difícil negarse a los deseos de una baronesa.
La vacilación de su padre, socio principal de una firma de recaudadores de impuestos, comenzó a amenazar su posición con la compañía tributaria.
Había sólo una solución: no podía casarse con el viejo noble si ya estaba casada.
Y Jacques Paulze tenía en mente a la persona adecuada: un joven apuesto y brillante que trabajaba en la compañía de impuestos llamado Antoine Lavoisier.
Él aceptó y, con gran premura, en una gran ceremonia en diciembre de 1771 se oficializó el vínculo.
Ese apuesto y brillante joven
Antoine Lavoisier ya se había hecho un nombre, porque además de recaudador de impuestos había estudiado química.
En aquella época, la ciencia casi siempre era un quehacer de hombres que, aunque tuvieran otros trabajos, contaban con el tiempo y los recursos disponibles para dedicarse a ella.
Por su trabajo en geología y su plan para proveer luz a las ciudades grandes, Lavoisier había sido electo miembro de la Academia de Ciencias de Francia en 1768 cuando tenía solo 25 años.
En la década de 1770 realizó su trabajo más brillante, descubriendo cómo se queman materiales como la madera.
En la época, se creía que a medida que ardían, liberaban una sustancia misteriosa llamada flogisto (del griego phlogistós: ‘inflamable’).
Se decía que esa era la razón por la cual un tronco en el fuego se aligeraba a medida que se incendiaba: porque se liberaba el flogisto. Y se pensaba que los materiales que se quemaban fácilmente era ricos en esa sustancia.
No es así, dijo Lavoisier.
Por un lado, cuando los metales se calientan, no se vuelven más ligeros, sino más pesados, declaró. Y argumentó que eso se debía a que se combinan con un componente del aire: un gas al que llamó oxígeno.
En la década de 1780, Lavoisier usó su teoría del oxígeno para construir un marco completamente nuevo para la química.
Aclaró qué es un elemento químico: una sustancia, dijo, que no puede reducirse a nada más simple.
Recopiló una lista de no menos de 33 de estos elementos, y desarrolló métodos para dividir compuestos químicos en sus elementos componentes y calcular las proporciones relativas de cada uno.
Además, presentó el sistema moderno de nombres que permite que las ecuaciones químicas se puedan escribir en un lenguaje universal que se entienda en todo el mundo.
Lavoisier expuso todo esto en un libro de 1789 titulado “Traité elementaire de chimie” o “Tratado elemental sobre química”, que sentó las bases para el futuro de esa ciencia.
Marie et Antoine
Marie Paulze y Lavoisier fueron una buena pareja desde el principio. Aunque no era tan usual en la época, se gustaban.
En vez de conservar el recato mientras su brillante esposo trabajaba en el laboratorio, Marie Anne entró allí con él, aprendió química, tomó notas de sus resultados e hizo bocetos de su laboratorio y equipo.
Sus habilidades eran invaluables para Lavoisier, sobre todo su habilidad para leer y traducir, así como para comprender y criticar textos científicos escritos en inglés.
Y es que Antoine Lavoisier no era el único intentando resolver la química del aire y la combustión: había otros tras la pista del oxígeno.
Uno de ellos era su amigo, el químico inglés Joseph Priestley, quien lo había encontrado primero e incluso había aislado oxígeno puro, que está mezclado con nitrógeno en el aire pero se puede separar calentando ciertos productos químicos.
Priestley notó que las llamas ardían más intensamente en oxígeno puro. Pero para él, era “aire desloglogistizado”: aire al se había quedado sin flogisto, y trataba de recuperarlo de una sustancia en llamas.
Estudios simultáneos como ese han llevado a los químicos hasta el día de hoy a debatir quién debe realmente ser considerado como el descubridor del oxígeno.
De hecho hay historiadores que argumentan que el crédito es del químico sueco Carl Scheele, quien identificó el oxígeno varios años antes que Priestley. Desafortunadamente, una carta que le envió a Lavoisier describiendo su trabajo nunca llegó y su informe científico se quedó olvidado durante 2 años en una oficina de imprenta.
El caso es que el ambicioso Lavoisier quería estar a la cabeza y necesitaba saber qué estaban haciendo sus rivales. Sin embargo, a duras penas podía leer inglés, así que dependía de que su esposa tradujera documentos en ese idioma para poder desterrar el flogisto y reemplazarlo con su teoría del oxígeno.
La historia se les atravesó
Pero estalló la Revolución y los aristócratas y los recaudadores de impuestos fueron considerados enemigos del pueblo.
Lavoisier era ambas cosas y no se salvó, a pesar de ser un admirado científico y -en su otra profesión- uno de los pocos liberales que había intentado agresivamente reformar el sistema tributario.
Según varios historiadores, la gota que rebasó la copa fue la denuncia del político revolucionario Jean-Paul Marat.
Marat habían nacido el mismo año que Lavoisier, había estudiado medicina y viajado por Europa.
En la década de 1770, era un doctor conocido, residente en Londres, que atendía a la aristocracia, aunque ya era políticamente activo; en 1774 publicó “Las cadenas de la esclavitud”, atacando el despotismo.
En 1777, se fue a Francia y fue médico del conde de Artis, hermano del rey Luis XVI, que luego ser coronado como el rey Carlos X.
Practicar medicina con la aristocracia era rentable, pero Marat renunció en para convertirse en científico.
El germen del resentimiento
Confiado en que la Academia de Ciencias de París, de la cual Lavoisier era un miembro exaltado, lo reconocería como un científico vanguardista, presentó un ensayo sobre la luz, acompañado de numerosos experimentos, muchos de los cuales apuntaban a invalidar las teorías ópticas sobre el color de Isaac Newton.
La Academia Francesa designó una comisión de científicos, que incluía a Lavoisier, y también al entonces embajador estadounidense Benjamín Franklin, para investigar el asunto.
Nueve meses más tarde, la comisión llegó a la conclusión de que los experimentos que replicaron “no prueban lo que el autor imagina que prueban” y decidió que “no los consideraban aptos para la aprobación o asentimiento de la Academia“.
Las esperanzas de Marat de que lo aceptaran como un par se desvanecieron y fueron reemplazadas por un profundo rencor contra la Academia de Ciencias de París y, particularmente, contra Lavoisier, el más vocal de los miembros de la comisión.
Pero no pudo hacer mucho hasta que estalló la Revolución y se convirtió en una figura poderosa.
Fue entonces que se centró en el químico, haciendo circular folletos denunciando su ciencia, sus antecedentes y todas sus actividades.
Adoptó además la filosofía de “si no puedes unirte a ellos, véncelos”, liderando un movimiento para disolver la Academia de Ciencias.
Poco a poco, volvió a su partido y al público contra Lavoisier, justo cuando la Revolución comenzó a tornarse seriamente peligrosa.
“A moi, ma chère amie!”
El 13 de julio de 1793, Marat estaba escribiendo mientras estaba en su bañera, que le servía como escritorio improvisado cuando la incomodidad de una afección crónica de la piel lo limitaba al baño.
Mientras trabajaba, su esposa le informó que tenía una visitante llamada Charlotte Corday, quien decía tener información confidencial sobre un grupo de girondinos fugitivos, lo que despertó el interés de Marat.
Los girondinos eran una rama moderada de revolucionarios que estaban a favor de la disolución de la monarquía, pero en contra de la dirección violenta que había tomado la Revolución a manos de los jacobinos, como Marat.
Al final de la conversación, Corday, una simpatizante encubierta de Girondin, extrajo inesperadamente un cuchillo y lo enterró en el corazón de Marat.
Dicen que sus últimas palabras fueron: “A moi, ma chère amie!” o “¡A mí, mi querida amiga!”.
Corday fue arrestada y, aunque en el juicio se defendió diciendo que mató “a un hombre para salvar a cien mil”, fue condenada y murió en la guillotina a la edad de 24 años.
Como amigo íntimo de Marat y compañero jacobino, el pintor Jacques-Louis David estuvo encargado de planificar el funeral y pintar su escena de muerte.
El asesinato de Marat lo convirtió por un tiempo en mártir. Sus amigos y aliados mantuvieron vivo su rencor contra Lavoisier y lo arrestaron.
Mientras estuvo cautivo, Lavoisier le escribió a un primo:
“He tenido una carrera decentemente larga y, sobre todo, feliz, y creo que mi memoria será acompañada de algunos lamentos y, quizás, alguna gloria. ¿Qué más se puede desear? Este asunto probablemente me salvará de la inconveniencia de la vejez. Moriré con buena salud“.
En 1793 fue tildado de traidor al Estado y sentenciado a muerte.
El 8 de mayo de 1794 Antoine Lavoisier fue a la guillotina.
Aunque quizás sea una historia apócrifa, a menudo se cuenta que cuando los logros científicos de Lavoisier fueron puestos a consideración como una razón para perdonarlo, el jefe del tribunal respondió: “La República no necesita de sabios”.