Para empezar, muchos de nosotros tendríamos que volver a conectar nuestros cerebros y prestar atención al mundo que nos rodea para poder ir de A a B.
BBC NEWS MUNDO
Cómo el GPS se volvió invaluable en sólo 3 décadas (y por qué el riesgo de una falla es tan estremecedor)
¿Qué pasaría si el GPS, el Sistema de Posicionamiento Global, dejara de funcionar?
Quizás eso no sea tan malo: sería menos probable que nos metiéramos en ríos o estuviéramos en peligro de caernos a abismos en nuestros autos por confiar ciegamente en los dispositivos de navegación.
Hay muchas historias sobre ese tipo de idiotez, que se volvió posible gracias al GPS, como la de la pareja sueca que escribió mal el nombre de la isla italiana de Capri en su dispositivo y terminó a cientos de kilómetros de distancia en Carpi, preguntando dónde estaba el mar.
Pero esas son las excepciones.
Los dispositivos que usan GPS generalmente evitan que nos perdamos.
Si fallaran, las carreteras estarían obstruidas con conductores que tendrían que frenar para mirar las señales o consultar mapas. Si tu viaje incluye un tren, no habría paneles de información que te indicaran cuándo debe llegar.
Al llamar para pedir un taxi, te encontrarías con un operador intentando rastrear su flota llamando a los conductores.
Cuestión de dependencia
Probablemente, quienes recuerdan el mundo pre-GPS dirán, con razón, que no era tan terrible; pero hay que tener en cuenta que ahora el mundo está organizado contando con ese sistema y varias cosas que ya se volvieron costumbre eran imposibles antes de que existiera.
Sin GPS, los servicios de emergencia tendrían dificultades: los operadores no podrían localizar a las personas que llaman con sólo la señal de su teléfono o identificar la ambulancia o el coche de policía más cercanos.
Habría caos en los puertos: las grúas de contenedores necesitan GPS para descargar los barcos.
Habría estantes vacíos en los supermercados y fábricas inactivas, mientras que productos y partes esperan, deteriorándose, ser entregados, pues sus sistemas logísticos “justo a tiempo” se detendrían.
El método “justo a tiempo” o JIT (por sus siglas en inglés “just in time”) esencialmente permite que los suministros lleguen a la fábrica o los productos al cliente poco antes de que se usen y solo en las cantidades necesarias. Y el JIT depende del GPS.
La agricultura, la construcción, la pesca, la agrimensura son otras industrias que se verían inmediatamente afectadas.
El enorme costo
Para tener una idea de la dimensión del problema, un informe del gobierno de Reino Unido estableció que el costo de la falta de GPS sería alrededor de US$1.000 millones por día durante los primeros cinco días.
Si se extendiera por mucho más tiempo, tendríamos que empezar a preocuparnos por el funcionamiento de otros sistemas, pues el GPS no sólo es un servicio de ubicación, es también un servicio de tiempo.
El sistema consta de 24 satélites que llevan relojes sincronizados con un grado extremo de precisión.
Cuando tu teléfono inteligente usa GPS para ubicarte en un mapa, está captando señales de algunos de esos satélites, y está haciendo cálculos basados en el momento en que enviaste la señal y el lugar en el que estaba el satélite.
Si los relojes de esos satélites se desincronizan por una milésima de segundo, tu ubicación puede errar en 200 km o 300 km.
Piensa en las redes telefónicas: tus llamadas comparten espacio con otros a través de una técnica llamada multiplexación: los datos se marcan, se mezclan y se descifran en el otro extremo.
Una falla de solo un 100.000 de segundo puede causar problemas. Los pagos bancarios, los mercados bursátiles, las redes eléctricas, la televisión digital, la computación en la nube, todo depende de diferentes ubicaciones que suceden en un momento específico.
Si el GPS fallara, ¿qué tan bien y con qué amplitud, y durante cuánto tiempo los sistemas de respaldo mantendrían esos diversos sistemas funcionando?
La respuesta poco tranquilizadora es que nadie parece saberlo.
De despreciado a invaluable
No es de extrañar que el GPS a veces se llame la “utilidad invisible”.
Tratar de ponerle un valor en dólares se ha vuelto casi imposible.
Como lo expresa el autor Greg Milner en “Pinpoint: cómo el GPS está cambiando nuestro mundo”, es casi como preguntar: “¿Cuánto vale el oxígeno para el sistema respiratorio humano?”.
Es una historia notable para un invento que primero obtuvo apoyo en el ejército de EE.UU. porque podría ayudarle a bombardear a la gente, aunque ni siquiera estaba seguro de necesitarlo.
Una respuesta típica a la propuesta era: “Yo sé dónde estoy, ¿para qué necesito un maldito satélite que me lo diga?”
El primer satélite GPS se lanzó en 1978, pero no fue hasta la primera Guerra del Golfo, en 1990, que los escépticos se convencieron de su utilidad.
Cuando la Operación Tormenta del Desierto se enfrentó con una tormenta de verdad en el desierto, y la arena arremolinada redujo la visibilidad a 5 metros, el GPS le permitió a los soldados marcar la ubicación de las minas, encontrar el camino de regreso a las fuentes de agua y evitar interponerse en el camino del otro.
Fue tan obviamente útil para salvar vidas que, dado que el ejército tenía tan pocos receptores, los soldados le pidieron a sus familias en Estados Unidos que pagaran de su propio bolsillo dispositivos que costaban hasta US$1.000 en el mercado.
Dada la ventaja militar conferida por el GPS, es posible que te preguntes por qué las fuerzas armadas de Estados Unidos permitieron que se convirtieran en un dispositivo que todos podían usar.
La verdad es que no querían, pero no pudieron hacer nada para impedirlo.
Intentaron que los satélites enviaran en efecto dos señales -una precisa para su propio uso y otra degradada y más difusa para los civiles- pero las compañías encontraron formas inteligentes de lograr que las señales difusas fueran más claras.
Y el beneficio económico se volvió cada vez más evidente.
En 2000, el presidente Bill Clinton aceptó lo inevitable e hizo que la señal de alto grado estuviera disponible para todos.
Hasta el día de hoy, es el contribuyente estadounidense el que aporta los mil millones de dólares anuales que se necesitan para mantener el GPS en funcionamiento… y eso es muy amable de su parte.
Pero, ¿cuán prudente es que el resto del mundo dependa de su generosidad?
Graves riesgos
De hecho, el GPS no es el único sistema mundial de navegación por satélite.
También hay uno ruso, llamado Glonass, aunque no es tan bueno. China y la Unión Europea tienen sus propios proyectos bien avanzados, llamados Beidou y Galileo, respectivamente. Japón e India también están trabajando en sus propios sistemas.
Esos satélites alternativos pueden ayudarnos a superar problemas específicos del GPS, pero también pueden ser objetivos militares tentadores en cualquier conflicto futuro, y no es difícil imaginar una guerra espacial que los pueda dejar a todos fuera de línea.
Aunque una tormenta solar lo suficientemente grande también podría hacerlo.
Existen alternativas terrestres a la navegación por satélite. La principal se llama eLoran, pero no cubre todo el mundo, y algunos países están poniendo más esfuerzo que otros en sus sistemas nacionales.
Un gran atractivo de eLoran es que sus señales son más fuertes. Cuando las señales de GPS terminan su viaje de 20.000 km a la Tierra son extremadamente débiles, lo que hace que sean fáciles de bloquear o falsificar, si sabes lo que estás haciendo.
Las personas a las que se les paga por pensar en estas cosas se preocupan menos por los escenarios apocalípticos (como despertarse un día y encontrar que todo está fuera de línea) y más por el potencial de que enemigos puedan causar estragos al enviar señales inexactas a los receptores GPS en un área determinada.
El profesor de ingeniería Todd Humphreys ha demostrado que así se pueden derribar drones y desviar los superyates. Le preocupa que los atacantes puedan freír las redes eléctricas, paralizar las redes móviles o colapsar los mercados bursátiles.
La verdad es que es difícil determinar cuánto daño pueden hacer las señales de suplantación del GPS.
Pero pregúntales a esos turistas suecos en Carpi. Saber que estás perdido es una cosa; estar convencido de que sabes dónde estás y estar equivocado es un problema totalmente distinto.