Al margen de los extremistas, muchos libios temen que el país esté a punto de fragmentarse.
Los combates del mes pasado, en que las milicias tomaron por asalto a Trípoli y Bengazi, hicieron que más de 100.000 personas dejasen sus viviendas y que muchos de los 150.000 trabajadores extranjeros que hay en el país se marchasen. El aeropuerto internacional de Trípoli está virtualmente demolido como consecuencia de la batalla por controlarlo. Durante los combates, ambos bandos bombardearon indiscriminadamente barrios residenciales y secuestraron a civiles sospechosos de colaborar con el otro bando.
“Libia es hoy un estado fallido. Algo muy parecido al Líbano de los años 80 o a Somalía” , expresó el analista libio Ezz Eddin Ukail, hablando desde la vecina Túnez. “Estamos en las puertas de una guerra civil”.
Esta nación petrolera tiene hoy dos gobiernos rivales. Uno, basado en Trípoli, fue instalado por sectores islamistas apoyados por un poderoso grupo de milicias llamado Amanecer Libio, que controla la capital.
El parlamento elegido en junio, integrado mayormente por políticos antiislamistas, se vio obligado a huir y a refugiarse en la ciudad costera de Tobruk, cerca de Egipto y a más de 1 mil 500 kilómetros (900 millas) de Trípoli. Allí instaló su propio gobierno, encabezado por el primer ministro Abdula al-Tini y apoyado por los debilitados militares y por un puñado de milicias.
A lo largo y ancho del país, ciudades, pueblo, tribus y minorías étnicas están tomando partido hoy, aumentando las posibilidades de un conflicto más grande. En buena parte de la franja occidental las milicias que gobiernan la mayoría de las ciudades apoyan a los islamistas de Trípoli, pero las poblaciones de las ciudades están más divididas. En el sur, por ejemplo, el grupo étnico Tabu dijo esta semana que apoyaba al gobierno de Tobruk, luego de que tribus árabes rivales de la zona le brindasen su respaldo al gobierno de Trípoli.
En la práctica, por otro lado, ninguno de los dos bandos gobierna. Las milicias de Trípoli controlan los edificios ministeriales, pero los burócratas y los empleados públicos no acataron sus llamados a que retomen sus puestos y no hay nadie que tome las decisiones.
“Tenemos ministerios sin ministros. No hay nadie en el poder, ni presupuesto”, expresó Adel Sunalla, director de prensa del Ministerio de Cultura. “El gobierno está en un estado de parálisis”.
Libia, pese a todo, sigue exportando petróleo, hasta 740 mil barriles diarios, y los ingresos son depositados en el Banco Central. Ambos bandos quieren que el banco les entregue esos fondos, pero el banco ha tratado de mantenerse neutral hasta ahora, diciendo que espera que los tribunales determinen cuál de los gobiernos es legítimo. Desembolsa el dinero para pagar los sueldos de los empleados públicos y nada más.
En una de las muchas ironías del conflicto, muchos milicianos de ambos bandos están recibiendo sueldos ya que son oficialmente empleados del gobierno. “Le estamos pagando a quienes combaten contra nosotros”, comentó Tarek al-Garoushi, legislador del parlamento de Tobruk. Generalmente se dice que se trata de un conflicto entre islamistas y liberales. Pero en muchos sentidos no es un enfrentamiento ideológico sino una lucha por el poder. Algunas de las milicias que ayudaron a expulsar al gobierno de Trípoli tienen distintas ideologías y lo que las une es el deseo de proteger al país de los sectores pro Gadafi, opuestos a los islamistas.
Libia vive en un estado de agitación desde que Gadafi fue derrocado y muerto en la guerra civil del 2011. Los militares y la policía, que siempre fueron débiles durante la era de Gadafi, jamás se recuperaron de la guerra y el poder se repartió entre numerosas milicias locales, incluidas algunas allegadas a yihadistas al estilo de al-Qaida.
El parlamento elegido en el 2012 llegó a tener una leve mayoría de islamistas, liderados por la Hermandad Musulmana. Pero las divisiones internas entre ese sector y la oposición generaron una parálisis y los distintos bandos comenzaron a aliarse con milicias.
La situación actual estalló cuando un general antiislamista, Jalifa Hifter, intentó eliminar a ese sector acusándolo de ser el responsable de los males que vive el país desde la caída de Gadafi. Su propuesta ganó fuerza y elementos contrarios a los islamistas triunfaron en las elecciones legislativas de junio.
Los islamistas, sin embargo, no se quedaron cruzados de brazos. Fuerzas del Amanecer Libio tomaron por asalto el aeropuerto de Trípoli y luego de cinco semanas de combates controlaban no solo el aeropuerto sino toda la capital. Los islamistas también asumieron el control de Bengazi.
Acto seguido convocaron nuevamente al parlamento islamista viejo, que dice ser la autoridad legítima ahora. El lunes prestó juramento el primer ministro Omar al-Hassi.
Otros países han tomado partido. Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Arabes Unidos apoyan a los sectores allegados al nuevo parlamento, pues se oponen a la Hermandad Musulmana. La Hermandad y sus aliados, por otra parte, tienen el respaldo de Qatar y de Turquía.
Faraj Najm, ex legislador, dice que se trata de una “batalla por el poder y el dinero” y que las milicias que tomaron Trípoli no cuentan necesariamente con al apoyo de la población, lo mismo que en Bengazi.