“Hay un problema con la integración de los jóvenes musulmanes”, constata el politólogo Mehdi Mozaffari, un profesor iraní de ciencias políticas en la Universidad de Aarhus y especialista en islamismo. “Es un problema que no tienen los otros jóvenes de origen extranjero, ya vengan de América Latina o de China, pero los jóvenes musulmanes llegan con sus maletas llenas de conflictos. Han heredado los conflictos de sus padres y están abiertos a una ideología que no tienen otros jóvenes de su generación”, prosigue.
Cerca del 10% de la población de Dinamarca es de origen extranjero. Las estadísticas oficiales censan en 420 mil los habitantes originarios de un país no occidental.
Para los jóvenes hijos de la inmigración, los sucesivos Gobiernos daneses han incidido en la integración a través de la formación y el acceso al empleo. Sin embargo, diez años de políticas de restricción de la inmigración (2001-2011), influenciadas por el Partido Popular danés, un partido de extrema derecha cuyo ascenso no ha dejado de aumentar entre el electorado, han alimentado en muchos el sentimiento de no encontrar su sitio en esta sociedad.
Mjølnerparken, el barrio donde ha vivido el presunto autor de los ataques, tiene la reputación poco halagüeña de ser un reducto de relegación social. En este conjunto de edificios de cuatro pisos, el 86% de la población es de origen extranjero y el 46% está fuera del mercado laboral en uno de los países con la tasa de empleo más elevada de la Unión Europea.
– “Tomarse a los jóvenes en serio” –
Frente a un terreno baldío transformado en zona de juegos, los edificios de ladrillo coronados con antenas parabólicas se disponen alrededor de extensos patios equipados de juegos para niños.
Un oficial de mantenimiento vela por el buen estado del lugar. Durante el día, reina la calma.
Raros son los que aceptan hablar con periodistas. Los que lo hacen, niegan vivir en un ‘ghetto’. “Cuando yo digo a la gente que vivo aquí (…), dicen: guau, y me preguntan cómo es”, explica Nasrin, de 23 años, estudiante de Trabajo Social. Para ella, Mjølnerparken es, ante todo, “una gran comunidad”.
“Cuando trabajas, vas a la escuela, a la universidad, no hay problemas”, afirma Zaharios, de 50 años, de origen palestino.
Un poco más lejos de allí, en las concurridas calles de Nørrebro, el distrito donde se encuentra Mjølnerparken, los niños salen del colegio.
Camilla, camarera de 20 años, se los cruza de camino a su trabajo. “Me gusta realmente vivir aquí, es diferente a los otros barrios de la ciudad, me gusta la gente, el ambiente, hay mucha gente diferente”, dice.
“En los sondeos, los daneses, incluso si dicen que se oponen a la inmigración, se encuentran entre las personas más tolerantes ante la diferencia”, remarca Sune Laegaard, profesor de filosofía política en la Universidad de Roskilde, especialista en multiculturalismo.
Para los musulmanes daneses, hay que ser prudente. Según Jehad al Farra, portavoz del Consejo islámico danés, los ataques han “herido a la comunidad musulmana”. “Tenemos miedo de que los daneses dejen de sonreírnos”, explica. Según él, el presunto autor de los ataques quizá quiso “hacer la revolución dentro de la sociedad porque él no había conseguido tener éxito en la sociedad”.
“Hay que tomarse a estos jóvenes en serio. Hasta ahora no nos hemos tomado en serio el tema de la integración cultural. Hay que meterse en la escuela, desde las clases de infantil”, aconseja Mozaffari. En el caso de algunos jóvenes, “es evidente que la intervención en Oriente Medio se ha percibido como un ataque contra su verdadero país, su verdadero pueblo, conducido por el falso país en el que viven. Esto puede suponer un acelerador”, apuntó.