Además, la sediciosa oposición de Biden sufrió un duro golpe cuando Donald Trump, la personalidad dominante en la política republicana, se vio forzado a responder a un vergonzoso contratiempo legal justo cuando arrancaba un calendario de eventos parecido al de una campaña electoral. La fiscalía de distrito de Manhattan acusó a su empresa, Trump Organization, y a su director financiero de delitos financieros “de gran alcance y audacia”.
No hace mucho, una serie de acontecimientos de este tipo podría haber puesto a prueba las divisiones partidistas de la política estadounidense, pues los alarmados lectores habrían reconsiderado sus concepciones sobre el actual presidente, su predecesor, los dos partidos principales y las medidas que puede tomar el gobierno por el pueblo estadounidense.
En estas épocas, es difícil imaginar que vaya a ocurrir pronto un giro político de tal magnitud.
“Creo que estamos dispuestos a hacer pequeños ajustes; no me parece que queramos hacer grandes cambios”, afirmó Mark Mellman, encuestador demócrata. “El partidismo tiene tan embotado a nuestro sistema que casi no exhibe ninguna reacción a los cambios reales del mundo real”.
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En el creciente drama de principios del verano, el momento de la verdad parece inminente: la revelación de si el electorado estadounidense todavía es capaz de cambiar de opinión a gran escala o si el país, en esencia, está atascado en un cisma del que no se ve salida en el futuro próximo y que tiene dividido aproximadamente al 53 por ciento de los estadounidenses en un bando y al 47 por ciento en el otro.
Los niveles de aprobación de Biden se han mantenido estables en general por encima del 50 por ciento la mayor parte del año, tiempo en que su gobierno ha impulsado su estrategia de vacunas y cheques para vencer al virus y darle nueva vida a la economía. Sus estadísticas son más bajas en temas como inmigración y actividades delictivas, así que los republicanos han concentrado sus críticas en esas áreas.
Este fin de semana, el presidente y sus aliados organizaron una especie de gira de celebración por el Día de la Independencia: Biden se trasladó a Míchigan, uno de los estados pendulares vitales que lo llevaron a la presidencia; la vicepresidenta Kamala Harris, por su parte, viajó a Las Vegas para marcar la vuelta de la nación a la vida en común.
El 2 de julio, Biden no llegó a decir abiertamente que ya habíamos vuelto a los días felices, pero sí festejó el informe más reciente sobre el empleo, según el cual la economía sumó 850.000 empleos en junio.
“La última vez que la economía creció a este ritmo fue en 1984, y entonces Ronald Reagan dijo que era una hermosa mañana en Estados Unidos”, citó Biden. “Pues bien, ahora estamos a punto de pasar el mediodía. El sol está saliendo”.
Sin embargo, ninguno de los partidos tiene mucha confianza en que los electores corran a respaldar a Biden y sus aliados, sin importar cuántos acontecimientos parezcan alinearse a su favor.
Los estrategas demócratas no creen que sea por culpa de Biden, sino que la razón de fondo es la frustrante realidad de la competencia política en la actualidad: el presidente (quienquiera que sea) puede aspirar hasta cierto punto a remediar el escepticismo de los votantes con respecto a su partido o la desconfianza inspirada por Washington, pero no puede hacer nada para promover un reajuste generalizado en el ánimo popular.
Mellman señaló que la división política del país en este momento favorece a Biden y su partido, pues una mayoría de votantes estable, aunque reducida, tiene una opinión positiva sobre el presidente. Por desgracia, incluso los logros significativos del gobierno, como contener el coronavirus o lograr la aprobación de un proyecto de ley importante en materia de infraestructura, quizá solo produzcan ajustes diminutos en el electorado, explicó.
“En el pasado, la aprobación bipartidista de una ley habría sido un logro revolucionario”, comentó Mellman. “¿Será así en la atmósfera actual? Tengo mis dudas”.
Russ Schriefer, estratega republicano, tiene una postura todavía más terminante con respecto a las posibilidades de que haya un movimiento real en el electorado. En su opinión, el retroceso de la pandemia ayudó a que los electores se sintieran mejor acerca de la dirección en que se mueve el país (“por supuesto, la reapertura tras la COVID ayuda en las estadísticas sobre el rumbo correcto”), pero no ha visto ninguna señal de que se hayan dado los cambios que esperaban en cuanto a las preferencias entre partidos.
“No me parece que nada haya cambiado en particular”, dijo Schriefer. “Si acaso, desde noviembre las personas se han ido congregando cada vez más cerca de su propio rincón”.
La necia resistencia de los votantes estadounidenses a los sucesos externos no será en realidad ninguna sorpresa, claro está, para quienes vivieron de primera mano las elecciones de 2020. El año pasado, Trump encabezaba la respuesta a una pandemia fuera de control que mató a cientos de miles de personas y ocasionó el colapso de la economía del país. Humilló a los funcionarios de salud de más alto rango de la nación y ridiculizó las medidas básicas de seguridad como el uso de cubrebocas; amenazó con reprimir manifestaciones masivas con el uso de la fuerza militar; no presentó ningún plan de acción para su segundo mandato, y tuvo una de las actuaciones más autodestructivas de la historia moderna en un debate de candidatos presidenciales.
Con todo, Trump obtuvo el 47 por ciento de los votos y recibió el respaldo de 25 estados. Las trincheras marcadas por agravios basados en la identidad que cavó durante cinco años (en los que puso a los electores de áreas rurales en contra de los de las urbanas, a los votantes de clase trabajadora contra aquellos que tienen un título universitario, a los electores de raza blanca contra todos los demás) lo salvaron de un rechazo arrollador.
No obstante, las fisuras sociales que convirtieron a Trump en una figura tan perdurable también han cimentado a Biden como líder de una coalición mayoritaria con amplio dominio en las áreas más populosas del país. Los demócratas no gozan de una mayoría electoral abrumadora y, por supuesto, no cuentan con una mayoría que los pueda mantener a salvo de la manipulación de circunscripciones electorales en el Congreso, del sesgo del Senado hacia los estados republicanos ni de la ventaja tradicional del partido opositor en las elecciones intermedias. Pero, a fin de cuentas, tienen una mayoría.
Además, si las posturas de Biden hasta este momento han bastado para mantener el respaldo firme de alrededor del 53 por ciento del país, tal vez no requiera un gran logro político (y mucho menos una temporada de logros) para reforzar esa coalición si solo convence a un pequeño porcentaje de los ciudadanos indecisos o críticos.
Faiz Shakir, encargado de la campaña presidencial del senador Bernie Sanders en 2020, dijo que los demócratas no tienen por qué preocuparse por convencer a una gran proporción de la base de Trump. En su opinión, con que Biden y su partido se ganen a una pequeña parte de la comunidad de clase trabajadora que se ha desplazado hacia la derecha en épocas recientes, pueden tener una marcada ventaja no solo para 2022, sino también para después.
“Basta con una estrategia concentrada en el cinco por ciento”, explicó Shakir. “¿Qué sector que represente el cinco por ciento de su base crees que puedas ganarte?”.