Esta simbología ha sido criticada duramente por la oposición de izquierdas y por numerosas organizaciones judías, que niegan esa interpretación de que Hungría fuera una mera víctima del nazismo.
La verdad histórica, por la que las autoridades han pedido perdón en el pasado, es que durante la Segunda Guerra Mundial el Gobierno húngaro y miles de ciudadanos colaboraron activamente en la deportación de unos 450 mil judíos húngaros a campos de exterminio.
Los trabajos de construcción del monumento comenzaron el pasado martes y, desde entonces, grupos de manifestantes han acudido cada día a derribar las vallas que rodean la obra, aunque sin llegar a atacar la estatua en sí.
“Aquí nunca se elevará un monumento nazi. No lo permitiremos”, reza una pancarta colgada por los opositores en la valla de la obra.
Cuando el Gobierno anunció sus planes para el monumento a finales del año pasado, la consternación fue tal que la mayor organización judía, la Mazsihisz, advirtió de que no participaría en las celebraciones oficiales por el 70 aniversario del inicio del Holocausto húngaro, a menos que el Ejecutivo modificara la estatua.
“Los planes no tienen en cuenta la sensibilidad y los argumentos de aquellos que sufrieron los horrores del Holocausto”, indicó en enero la organización.
El primer ministro conservador, Viktor Orbán, respondió con la promesa de sentarse a negociar una vez que hubiera pasado la Semana Santa.
El pasado domingo, Orbán volvió a arrasar en las elecciones generales, al obtener su partido, el Fidesz, el 44,5 % de los votos. Dos días después, y sin haber consultado con los críticos al proyecto, comenzó a erigirse el monumento.
“Es incomprensible que el Gobierno haya iniciado la construcción de este monumento, ya que el primer ministro, Viktor Orbán, había prometido que volveríamos a la mesa de negociaciones después de Pascua”, declaró a Efe Tamás Dési, encargado de Asuntos Exteriores de la Mazsihisz.
Dési recalcó que no ha habido contactos e insistió en que “hasta que no haya un cambio en la práctica de la política de conmemoración del Gobierno”, su organización no participará en las celebraciones estatales del Holocausto.
La subsecretaria de Estado para la comunicación internacional no quiso responder a las preguntas de Efe sobre esta polémica.
De momento, la única reacción ha sido la del diputado del Fidesz Bence Rétvári, rechazando que “extremistas de derechas o de izquierda inciten al odio o generen violencia”, en referencia a las protestas contra el monumento, de las que la Mazsihisz asegura no formar parte.
En las elecciones del domingo, el partido ultraderechista, Jobbik, conocido por sus lemas xenófobos, antigitanos y antisemitas, se reforzó, logrando un resultado del 20,5 %.
En los últimos años, Orbán ha sido acusado de no distanciarse claramente de ese discurso, como estrategia para pescar votos entre el electorado más radical.
Para lavar esa imagen, el Gobierno ha reconocido en los últimos meses la responsabilidad oficial en la masacre de ciudadanos húngaros y el presidente del país, János der, llegó a asegurar que tras la ocupación alemana de 1944, los nazis y “las autoridades húngaras colaboradoras parecían realizar lo que quería la Alemania nazi de Hitler”.
En marzo de 1944 el Ejército nazi ocupó Hungría y dos meses después comenzaron las deportaciones judíos húngaros a los campos de exterminio, principalmente Auschwitz y Buchenwald, con el apoyo de un Gobierno títere formado por el movimiento fascista “Cruz Flechada”.