Eso es optimista. Técnicamente, Johnson debería estar a salvo de otro desafío a su liderazgo por un año. Pero la verdad es más lúgubre: en la política británica, la victoria no existe en una moción de censura. Más bien, tiende a señalar el principio del fin, el comienzo de la muerte lenta de un líder. Theresa May anunció su renuncia menos de seis meses después de ganar la suya (por un margen mayor), mientras que Margaret Thatcher solo duró 48 horas después de la suya. John Major logró permanecer en el cargo después de su victoria. El resultado fue su aniquilación electoral.
Los partidarios de Johnson insisten en que él es la excepción a la regla, que no es, como dijo un ministro en la televisión, un “condenado a muerte”. Hubo una época en la que la mayor parte de los diputados conservadores habrían creído esa afirmación. Ya no. Rechazado por muchos en su partido y mientras enfrenta una reacción negativa de la gente, Johnson ahora está muy herido, quizás de manera fatal. La probabilidad de que lleve al partido a las próximas elecciones se ha desplomado.
Se trata de una caída extraordinaria. En el Partido Conservador, Johnson ha sido durante mucho tiempo el hombre que desafía las reglas de la gravedad política. Mientras estuvo en algún cargo público, sobrevivió a escándalos personales que habrían arruinado la mayoría de las carreras políticas y ha conseguido triunfos electorales que eludieron a sus predecesores. Ganó, dos veces, la alcaldía de Londres, una ciudad laborista, lideró la campaña de la salida de la Unión Europea, que condujo a la victoria en el referéndum del brexit, y en 2019 aseguró la mayoría conservadora más grande desde la era Thatcher.
Pero en días más recientes parece ser inquietantemente mortal. Sus índices de aprobación han caído de forma constante: según una encuesta reciente, el 59 por ciento de los adultos británicos quieren que deje el cargo. En una señal de desaprobación nacional, Johnson fue recibido con abucheos y burlas en un evento del Jubileo de Platino el viernes. No es que sea extraño que un político conservador sea abucheado; de hecho, es bastante común. Es que se suponía que eso no debería pasarle a él.
No es un problema menor para un primer ministro cuya relación con su partido siempre ha sido transaccional. Los conservadores lo han respaldado no porque les agrade o le deban lealtad o porque pensaran que compartía su visión. Lo respaldaron porque creían que era un ganador. Ahora que este ya no parece ser el caso —los conservadores, que sufren la caída en picada de la popularidad de Johnson, están siete puntos porcentuales detrás de la oposición del Partido Laborista—, los diputados están repensando sus opiniones.
El factor más importante en la caída en desgracia de Johnson es el llamado Partygate. En un escándalo que sacudió la política británica, él y miembros de su personal fueron acusados de violar repetidas veces las reglas de confinamiento. Las infracciones iniciaron una investigación policial, en la cual se convirtió en el primer primer ministro en funciones en ser multado por la policía, y a una larga investigación independiente, que descubrió detalles espeluznantes de una fiesta en Downing Street. Se volvió vulnerable ante una de las acusaciones más peligrosas de la política británica: la hipocresía. El público estaba indignado.
No ayuda que Johnson haya mostrado poco arrepentimiento. El primer ministro es bien conocido por su aversión a las disculpas. Incluso en las horas previas a la votación, mientras su equipo trataba de conseguir apoyo con desesperación, él no daba la impresión de haber escarmentado. A regañadientes, en una carta firmada a sus colegas, admitió que “algunas de esas críticas tal vez hayan sido justas”, y luego agregó con rapidez: “algunas menos”.
Pero su grandilocuencia, a menudo muy efectiva, finalmente ha fallado. Los diputados de diferentes alas del partido se han unido en su contra: personajes a quienes nunca les gustó Johnson se han unido a las filas con defensores convencidos del brexit descontentos por su actitud arrogante y con cristianos devotos molestos por lo que consideran su amoralidad. La profundidad y diversidad de la oposición interna que enfrenta significa que no puede descartarse como el empeño de quienes no les gusta el brexit o le guardan rencores personales.
El desgaste de la relación de Johnson con su partido, sin embargo, es anterior a los meses recientes. Los diputados conservadores sienten que sus voces no han sido escuchadas desde que llegó al poder de manera contundente en 2019. Las cosas empeoraron a fines de 2021, cuando le pidió a su partido que respaldara a un diputado suspendido por una infracción de las reglas de cabildeo, y después cambió repentinamente de decisión. Para muchos diputados más jóvenes, fue una muestra de que Johnson no sabía lo que estaba haciendo y de que no se podía confiar en él.
No obstante, el personal de Johnson tiene la esperanza de que puede reconstruir su autoridad. Este año contrató a un nuevo equipo de asistentes para evitar la rebelión. Junto con la guerra en Ucrania, que le permitió jugar al estadista, esta reorganización le dio tiempo al primer ministro. Pero a medida que los esfuerzos para recuperar la confianza se han vuelto menos enérgicos, una sombría realidad electoral se ve en el panorama.
El problema para Johnson es que no hay muchas buenas noticias en el futuro. Después del fracaso del gobierno hasta ahora en concretar la promesa de “nivelar” el país y su decisión de aumentar los impuestos, pocos están entusiasmados con su agenda interna. Esta inquietud ha sido agravada por la crisis del costo de vida, ya que la inflación sigue aumentando.
Es más, las elecciones de este mes en dos escaños contrastantes —Wakefield, una localidad electoral del norte que recientemente ganaron los laboristas, y Tiverton y Honiton, un condado electoral tradicionalmente conservador en el suroeste— podrían resultar perjudiciales. Si resultan adversos a los conservadores, como parece posible, sería un golpe duro. Luego está el pequeño asunto de una investigación de la Cámara de los Comunes sobre si Johnson engañó al Parlamento, generalmente un delito que implica renunciar.
Aunque Johnson puede estar a salvo, en teoría, por otros 12 meses, nadie cree realmente que ese sea el caso. Las normas que rigen al Partido Conservador son poco claras y se pueden cambiar en una tarde. La impresión entre los conservadores de alto nivel es que si la mayoría está en contra de Johnson, se irá antes de que termine el año.
El primer ministro, por supuesto, ha desafiado las probabilidades varias veces. Pero a medida que Johnson intenta superar una dolorosa votación que socava su autoridad, es difícil eludir la sensación de que este gato está en su novena, y última, vida.