Tras el canto de los salmos, Francisco dirigió su alocución ante cardenales, obispos y autoridades civiles y religiosas y con la destacada presencia del consistorio romano, con su alcalde a la cabeza, Ignazio Marino, quienes acudieron a una abarrotada Basílica de San Pedro para acompañar a su obispo, Francisco.
En la primera parte de su alocución, el Obispo de Roma hizo un repaso del 2013 y aconsejó que los católicos recojan, “como en un cesto”, los días, las semanas, los meses que han vivido, para ofrecer todo al Señor.
Y que se pregunten -dijo- cómo han vivido el tiempo que el Señor les ha donado. Si lo han usado para ellos mismos, para sus intereses, o han sabido usarlo para el bien de los otros.
En la segunda parte de la homilía y como Obispo de Roma, hizo varias reflexiones sobre las diferencias sociales en la capital italiana extensibles a todas las grandes ciudades del mundo.
“El rostro de una ciudad es como un mosaico cuyas piezas son todos los que viven allí”, refirió el papa.
Recordó a los presentes “que el que está investido de autoridad tiene mayor responsabilidad, pero también cada uno de nosotros es corresponsable, en el bien y en el mal”.
Reconoció que Roma es una ciudad de “belleza única”, pero “incluso en ella hay tantas personas marcadas por la miseria material y moral, personas pobres, miserables, sufridoras, que apelan a la conciencia no sólo de los responsables públicos, sino de cada ciudadano”.
En la Ciudad Eterna, tal vez se siente más fuerte el contraste entre “la majestuosidad y la carga de la belleza artística”, y las dificultades sociales de aquellos a los que les resulta más difícil sobrevivir, aseguró.
“Es una ciudad llena de turistas, pero también de refugiados. De personas que trabajan, pero también de personas que no pueden encontrar trabajo o realizan trabajos mal pagados y a veces indignos, y todo el mundo tiene el derecho a ser tratado con la misma actitud de acogida y equidad, porque todo el mundo es portador de la dignidad humana”, sostuvo el papa argentino.
Y aventuró que la Roma del año nuevo “tendrá un rostro todavía más bello si todos somos más atentos y generosos con los que están en dificultad”.
La Roma del año nuevo -dijo- será mejor si no hay personas que “la miran desde lejos”, que “la miran desde el balcón, sin comprometerse en tantos problemas humanos, problemas de hombres y mujeres, que al final y desde el principio, lo queramos o no, son nuestros hermanos”.
Y despidió “el Año de Nuestro Señor 2013” agradeciendo por todos los beneficios que “Dios ha derramado sobre nosotros” y pidiendo perdón.
El broche de la alocución del papa fue el canto del Magnificat entonado por la voces del coro de la Sixtina.
Tras la exposición y adoración del Santísimo ante el que oró el papa en imponente silencio de la Basílica, se procedió al canto del Te Deum de Acción de Gracias, para luego finalizar con la Bendición Eucarística del papa con el canto del Tantum Ergo, himno eucarístico compuesto por santo Tomás de Aquino.
El papa fue despedido con el himno navideño Adeste Fidelis.
Una vez finalizada la ceremonia, Francisco salió a la plaza de San Pedro para rezar ante el pesebre que este año ha regalado el cardenal napolitano Crescenzio Sepe y que respeta perfectamente el estilo de los nacimientos del siglo XVII.
El papa, con abrigo blanco, oró de pie mientras la banda de música de la Guardia Suiza interpretaba villancicos y cientos de romanos observaban a su obispo en el último día del año.
El Obispo de Roma se dirigió después hacia los cientos de fieles que no quisieron perder la ocasión de ver al papa, quien, como ya es habitual, besó y abrazó a los más pequeños y dio la mano a los allí congregados.