El viceprimer ministro timorense, Fernando La Sama de Araujo, expresó el lunes a la AFP la “inmensa gratitud” del país por la acción de los ‘cascos azules’, la fuerza de paz de la ONU. Los Cascos Azules de la ONU llegaron a Timor en 1999. El país era entonces prisionero de una ola de violencia a raíz de la victoria del “Sí” en un referendo sobre la independencia.
Ese voto debía supuestamente poner fin a 24 años de conflicto provocado por la invasión de tropas indonesias, luego de la salida de los colonizadores portugueses en 1975. Más de la cuarta parte de la población de Timor fue diezmada entre 1975 y 1999. Timor, un país diminuto del sudeste asiático situado al norte de Australia, recién alcanzó la independencia en 2002.
Sin embargo, la violencia continuó manchando la historia de la joven nación. En 2006, una rebelión en cuadros de las Fuerzas Armadas condujo a enfrentamientos entre militares y policías, que dejaron decenas de muertos y provocaron miles de desplazados. En 2008, el presidente José Ramos-Horta, Premio Nobel de la Paz e icono de la lucha por la independencia, fue víctima de una tentativa de asesinato, pero logró sobrevivir.
Sin embargo, este país de 1.1 millones de habitantes parece haber iniciado la senda de la paz, como lo prueba la ausencia prácticamente total de conflictos e incidentes en las elecciones presidenciales en marzo y abril, así como en las elecciones legislativas en junio. “El pueblo timorense y sus dirigentes han mostrado un coraje y una determinación a toda prueba en su respuesta a los grandes desafíos que han enfrentado”, expresó en un comunicado el jefe en ejercicio de UNMIT, Finn Reske-Nielsen.
Angelo Ulan, un conductor de taxi de 25 años, asegura que ahora conduce “hasta medianoche”. “Ya no tengo miedo (…). Ahora tenemos que unirnos para la prosperidad y el desarrollo”, dijo a la AFP. A pesar de ello, la ONU seguirá presente en Timor, ya que la ayuda humanitaria es todavía vital para este pequeño país afectado por una pobreza endémica.
En 2011, se situaba en el puesto 147 en un total de 187, según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU. La mitad de los timorenses vive por debajo de la línea de la pobreza y el 40% de los jóvenes no tiene empleo, según la organización humanitaria australiana AusAID, y las villas miseria se extienden hasta la capital.
La partida de los cascos azules no mejorará la situación, ya que 850 trabajadores locales empleados directamente por las Naciones Unidas serán despedidos, así como unos mil 300 agentes de las compañías de seguridad. “Pero somos optimistas en cuanto a nuestra capacidad futura en una década para superar estos desafíos con nuestros numerosos amigos de todo el mundo, incluidas las agencias de la ONU para el desarrollo”, estimó Fernando La Sama de Araujo.
El descubrimiento de un yacimiento de hidrocarburos hizo nacer la esperanza de desarrollo y atrajo el interés de grandes potencias económicas interesadas en la estabilización política del país. Hillary Clinton se convirtió en septiembre en la primera secretaria de Estado norteamericana que visitó Timor, un gesto que fue interpretado como una tentativa de contener la creciente influencia de China en el joven país.
China construye el nuevo palacio presidencial timorense y el cuartel general del Ejército del pequeño país. Sin embargo, “como otras jóvenes y pobres democracias, petro-dependientes, los sueños de desarrollo de Timor Oriental amenazan con verse cada vez más afectados por la corrupción y la ineficacia de sus instituciones”, previene Silas Everett de la ONG Asia Foundation.