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Incendio en la Terminal: Esperanzas vivas

"Parece mentira que hace 24 horas todo estaba aquí y hoy nos hemos quedado sin nada", musita Claudia Ajucum mientras dirige su mirada, con desesperanza, al puesto de textiles que durante más de tres décadas le ha pertenecido a su familia y que representaba su único medio de subsistencia.

Gustavo Quiej vivía de venderles comida a otros inquilinos del mercado.

Gustavo Quiej vivía de venderles comida a otros inquilinos del mercado.

Con un gesto de dolor abraza los maniquíes metálicos totalmente destruidos por las llamas que el martes, durante casi ocho horas, consumieron el mercado de La Terminal, zona 4. De pronto, Ajucum se enjuga las lágrimas y asegura que saldrá adelante de nuevo.

Destrucción

Al día siguiente del siniestro, fantasmas de humo se levantan de los promontorios de ceniza; los pasillos están desiertos, casi irreconocibles. El calor vaporoso hace temer el reinicio de fuego. En los locales derruidos se ven restos de prendas quemadas, cajas de plástico derretidas, cuadros de santos que sobrevivieron al infierno y un penetrante olor que les recuerda la realidad a los cientos de damnificados.

Solo algunos objetos de cerámica resistieron al calor intenso, pues en su fabricación son horneados; el resto son aparatos eléctricos inservibles, comestibles evaporados junto con sueños, planes y esperanzas.

Los afectados se aferran a la esperanza de salir adelante a pesar de que el reto es enorme y al crédito. “Mucho producto que tenía no era mío. Yo aún lo debía”, se lamenta Mariano García, vendedor de ropa típica confeccionada en talleres del occidente del país. Con los ojos rojos, por la irritación causada por el excesivo humo y las lágrimas, agradece a Dios por la vida y exclama: “No sé aún qué voy a hacer, pero nos tenemos que levantar, no nos iremos de esta terminal. Ha sido nuestro trabajo de toda la vida. Ni muerto me voy de acá”.

García no es el único con fe incombustible: Gustavo Quiej, vendedor de comida tradicional, tampoco se da por vencido y afirma: “He perdido más de Q35 mil. Yo vivo del día a día, pero sé que algo haré para recuperarme de esta gran pérdida”.

Así como las de ellos, las historias se multiplican, inspiran y desafían.

Treinta y cinco años por la borda
El semblante de Claudia Ajucum luce sombrío, sus ojos luchan por detener la lágrima que no puede apagar su desconsuelo. El incendio  ocurrido en el mercado de La Terminal, zona 4, el martes último, consumió su venta y destrozó la ropa que ofrecía. Se trata de un negocio de herencia familiar  que tenía   más de 30 años. Con la mirada perdida se aferra a los maniquíes metálicos donde un día exhibió vestidos, faldas, blusas, delantales, etc.  

“Hasta de la chatarra veremos si podemos recuperar algo de lo que se quemó”, dice con voz entrecortada.

Calcula  las pérdidas en Q200 mil y la cifra crece con cada día de inactividad.  Ella es la tercera generación que comercializa productos textiles en ese mercado y vio cómo las llamas acabaron con el trabajo de ella y de su familia.

Lo que más le duele  es que estaba pagando sus estudios de  bachillerato. “Trataba de superarme, pero con esta tragedia no sé si podré continuar, pues lo hemos perdido todo”, lamenta.

“Algo pasará”
“¿Cómo empezar otra vez?”, se pregunta Mariano García, quien vendía ropa típica  proveniente del occidente del país   en el mercado de La Terminal, zona 4.  Cree que  para él y su familia las pérdidas por el incendio suman  Q150 mil.

 “No es mío, dependo de los créditos de los proveedores”, cuenta. Con la mirada extraviada, con una camisa celeste ahumada y   un sombrero café, el semblante de este vendedor es de desesperanza. “Espero que nos den la oportunidad de empezar de nuevo”, dice, aludiendo al ofrecimiento  de microcréditos anunciado por el presidente Otto Pérez.

Con cinco hijas y un hijo, el comerciante  se muestra preocupado por el futuro de su familia, pues tenía 40 años de vender trajes típicos en el lugar. “Es mi única fuente de ingresos, mi trabajo de toda la vida, con el que le doy sustento a mi familia. Siento que se acaba mi vida”, comenta.

El afectado relata que a las 3 horas del martes último le contaron por teléfono    lo que ocurría en La Terminal. De inmediato acudió al lugar, pero ya era demasiado tarde, pues  su mercadería se había quemado.

Asegura que aunque no sabe qué le depara  el futuro, no bajará los brazos, pues seis personas —incluida su esposa— dependen de él, y por lo tanto no puede claudicar. “Todavía no sabemos cómo empezar, pero algo tendrá que pasar en el camino”, dice.

“Saldremos adelante”

“Ahora nos tocará empezar de cero y esperar que el Gobierno haga algo para ayudarnos, dice Juan García, quien comercializaba huipiles, pantalones, cinchos y otras prendas típicas en el mercado de La Terminal.

Es padre de tres hijos. De las cosas que más lo aturden es el hecho de tener deudas con sus proveedores, pues se pregunta cómo podrá pagarlas si perdió más de Q100 mil.

Otra cosa que le empieza a robar el sueño es cómo hará para darles  sustento a sus hijos de 17 y 25 años, quienes son estudiantes, uno ya en la educación superior y otro a nivel medio. “A ambos los tenía en una institución privada, pero ahora no sé si podré pagarles sus estudios”, dice.

Relata que a las 3.30 horas unos familiares, quienes también tenían negocios en la Terminal le informaron del siniestro. Para  cuando llegó, las llamas habían consumido todo y solo rescató unas máquinas de coser, pero quedaron inservibles. Pero no se rinde. “Con la ayuda de Dios, saldremos adelante”, concluye.

Estudiaba administración

Fermín Abac   es el mayor de seis hermanos y el responsable de darles sustento a todos; el más joven tiene 3 años.

A sus 23 años  estudia Administración de Empresas,  pero ahora está desconcertado por el incendio. No sabe cómo se repondrán.

Abac  se dedicaba a vender artículos para la cocina —lozas, tazas de plástico y objetos de cerámica, entre otros—.

Se adentra en su puesto, totalmente destruido, y con tristeza empieza a hacer el conteo de los daños. Casi todo fue consumido por las llamas.

Solo quedan algunas tazas y platos cerámicos, ahumados. Calcula  las pérdidas en más de   Q100 mil.

Desde ya contempla que no podrá continuar  en la universidad y ve cuesta arriba poder proveerles educación a sus cinco hermanos.

“No sé qué voy a hacer. Seguramente ya no podré estudiar. Al igual que la mayoría de los inquilinos, este negocio era la única fuente de ingresos para mi familia”, indica.

Vendía refacciones
Gustavo Quiej está desconsolado. Apoya su codo en una endeble mesa de madera  medio quemada y se  sienta  sobre tres botes plásticos. El   martes vio cómo el fuego consumía su único medio de subsistencia.  “No tengo muchas ganas de hablar”, susurra, pero accede hacerlo porque, reconoce: “Sé que ustedes hacen  su trabajo”.

Quiej vendía refacciones a otros inquilinos. “Panes con frijol, licuados, café, tostadas…”.

Su local  quedó destruido y también todo lo que había en él. Perdió su refrigerador, el mobiliario y algunos   comestibles. En total calcula que sus pérdidas llegan a unos Q35 mil.  

Es padre de familia y se pregunta qué hará para  darles de comer a sus hijos. “Es como si me hubieran despedido, pero sin derecho a cobrar indemnización. Lo peor es que perdí el mobiliario, los trastos. Yo vivo al día, le daba el sustento a mi familia con la venta diaria. Espero que alguien decida ayudarnos porque, de lo contrario, no sé aún qué haré”, lamenta.

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