LA ERA DEL FAUNO
Ahora, ¿qué procede?
Las manifestaciones simbolizan una inconformidad muy profunda. Un nivel de protesta lo constituye la palabra, exigencia esta, escrita u oral, magnificada con nuestras manos convertidas en altoparlante cuando gritamos en la plaza. Como respuesta a nuestras palabras hemos recibido vilipendios, el retorcimiento de las leyes, la hediondez que mana del Congreso de la República, el cinismo del presidente y la protección otorgada por el padrote de todos estos: la Corte de Constitucionalidad tomada por tres individuos corruptos.
Cabe preguntarse, después de todo, ¿qué sigue a las manifestaciones? Hay una clase de protesta que gusta mucho a los gobiernos: la de los indignados que revientan su furia por cinco horas, que regresan a sus casas con la sensación del deber cumplido, con la pobre idea de haber asustado a un gobierno, y se sientan a esperar resultados. Otros, sin embargo, propician foros, discuten propuestas, se organizan; saben que es el inicio del cambio; siguen protestando porque eso desencadena nuevas acciones.
Es momento de que tales organizaciones abandonen los libros y definan un liderazgo reconocible por encima de las consignas. En tales organizaciones hay personas capaces, lúcidas que, respaldadas por las demás, bien harían en llamar a un paro total, no uno que concluya cuando entre la noche, sino que espere hasta el amanecer de otra Guatemala. No me refiero al llamado de un anónimo, o a un grito como el mío apenas audible lanzado desde la mar de palabras, sino a la convocatoria liderada con el rostro descubierto de personas cuya trayectoria conocemos, que nos permitirían considerar una posibilidad. Si no se hace en este punto de nuestra historia, aprovechará el vacío algún experto en liderar escuadrones de la muerte.
En algún libro leí que una persona no puede apretar el puño por más de un minuto, con todas sus fuerzas en aumento. Luego vendrá el cansancio, la distensión, el debilitamiento. Su relajamiento es semejante al del pájaro agotado que tras volar varios kilómetros se detiene a cabecear; es entonces cuando llega un felino a cogerlo con la facilidad con la que coge un Congreso a un pueblo distendido, apaciguado. Es la distensión de un país que baña de elogios a la Cicig, que echa flores a Iván Velásquez, pero se cruza de brazos a esperar sus próximos logros, si mucho, interactúa en las redes para fijar una postura.
Lo más importante de una protesta no es solo la protesta en sí, sino el momento del retorno a casa. La importancia comienza al final de la protesta. A partir de allí se conocerá su efectividad. Y según el pulso del relajamiento que toma el gobierno, así calcula sus ataques.
Una de dos: O los puristas de las leyes y de la Constitución se dan cuenta de que les ganan la partida de ida y vuelta, y dejan de hacer poesía con sus conocimientos, o los humanistas congregados se deciden a liderar un movimiento definitivo en contra de la descomposición.
@juanlemus9