PERSISTENCIA
Análisis crítico de Eros y Civilización
Marcuse, en Eros y Civilización, no toma en cuenta estas causas biofisiológicas y psíquicas que conforman el ser del hombre. No establece, en ningún momento, el origen de la civilización como una necesidad propia del humano a causa de su prematuro nacimiento. La civilización, según él, es una fuerza externa al hombre que nada tiene que ver con la esencia de su ser.
Ahora bien, partiendo de la premisa de que la civilización surge del hombre como respuesta a la necesidad de la conservación de su especie, ya se puede establecer el postulado básico de Marcuse, esto es, “que la civilización está basada en la subyugación permanente de los instintos humanos…” y que esto ha sido pasado por alto por los filósofos tradicionales.
La felicidad y libertad del hombre se ven coartadas cada vez más ante el progreso de la civilización.
La felicidad del hombre radica en “el principio del placer” que le conduce a “la libre gratificación de las necesidades instintivas…”. De este modo, felicidad y “principio del placer” están íntimamente relacionados. Es hombre feliz aquel que ha llenado absolutamente “todas” sus necesidades biofisiológicas y psíquicas, de acuerdo con “el principio del placer”. El hombre ya ha probado esta felicidad dentro del útero materno y no la olvida jamás. De ahí su búsqueda eterna del paraíso, ya sea en un más allá después de la muerte o en un futuro acá utópico e histórico.
Marcuse, aunque no analiza “el principio del placer” y sus consecuencias tal y como lo he señalado, estudia y analiza un principio fundamental: “el principio de la realidad”, que entra en conflicto con “el principio del placer”, al frenar el egoísmo de los instintos.
Así se pregunta: “En términos freudianos, ¿es irreconciliable el conflicto entre el principio del placer y el principio de la realidad hasta el grado que necesita la transformación represiva de la estructura instintiva del hombre? ¿O permite la existencia del concepto de una civilización no represiva, basada en una experiencia del ser fundamentalmente diferente y unas relaciones entre el hombre y la Naturaleza fundamentalmente diferente y unas relaciones existenciales fundamentalmente diferentes?”.
Porque “bajo el principio de la realidad, el ser humano desarrolla la función de la razón: aprende a ‘probar’ la realidad y a distinguir entre bueno y malo, verdadero y falso, útil y nocivo…”. En fin, concluye Marcuse: llega a ser un “sujeto” consciente y pensante.
Con ello, establece una nueva ética filosófica, cuyo fundamento no es teocéntrico, sino esencialmente antropocéntrico, y que surge del enfrentamiento de “el principio del placer” con “el principio de la realidad”.
La interrogante de Marcuse sobre la posibilidad de rehacer la civilización en el sentido de convertirla en “no represiva”, con el fin de contribuir a la felicidad y libertad humanas al no coartar o reprimir en demasía “el principio del placer”, conduce a una sociedad utópica, aunque Marcuse advierta: “La idea de una civilización no represiva será discutida no como una especulación abstracta y utópica…”.
Según Marcuse, aunque Freud insista en la “negación de la posibilidad histórica de una civilización no represiva”, su “concepción teórica” contradice o “parece refutar” esta “consistente negación”. A esto se agrega que “… los mismos logros de la civilización represiva parecen crear las precondiciones necesarias para la abolición gradual de la represión…”.
Sin embargo, en “una civilización no represiva” surgiría de manera preponderante la naturaleza instintiva y egoísta del hombre que, libre de todo freno, quién sabe a qué estado humano daría lugar. Ya el mismo Marcuse asevera que “… el Eros incontrolado es tan fatal como su mortal contrapartida: el instinto de la muerte”.