PERSISTENCIA

Aristocratismo en literatura

Margarita Carrera

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Otro de los temas en boga dentro de la sociedad contemporánea es el del aristocratismo en literatura. Este aristocratismo es atacado, con frecuencia, furibundamente, por cierto tipo de intelectuales que piensan que el escritor ha de estar supeditado a normas baratas e insulsas para poder llegar a las masas.

El aristocratismo en literatura, dicen, es repudiable y hasta condenable. Es un lujo que no puede permitirse en los pueblos subdesarrollados, ávidos de fáciles lecturas que los domestique, que les enseñen a obedecer ciegamente dictados políticos, religiosos, morales. Pareciendo, así, que las masas populares, sumidas en la explotación y la miseria, solo pudieran ingerir productos, materiales y espirituales, detestablemente inferiores.

Y piensan que la literatura ha de estar al servicio de una ética edificante, o de religiones y filosofías determinadas que ayuden al hombre a la salvación de su cuerpo (materialismo) o de su alma (idealismo). Por lo tanto, debe abandonar el vuelo aristocrático que logre alcanzar e iniciar su caminar pedestre, para mayor gloria y redención del género humano en este mundo o en el otro.

Esto es, debe dejar de ser literatura y ya no constituir ese especialísimo arte del lenguaje que, encerando el universo entero y, por lo tanto, tocando todo el quehacer humano, no está, sin embargo, supeditado a nada, a excepción del ámbito de lo estético, del cual no puede escapar por ser cabalmente eso: arte del lenguaje, arte de la palabra, arte del verbo inconmensurable.

Claro que no hablamos de una estética regida por principios lógicos impecables, sino de una estética abierta a todos los mundos y a todas las posibilidades del lenguaje, lo cual equivale a una estética que comprenda todas las posibilidades del alma humana, quien, en última instancia, es la que nos transmite el mundo emocional que la gobierna, que la hace vivir intensa y dramáticamente.

Así, cuando escuchamos expresiones como la de que ha de escribirse de manera fácil para que todos nos entiendan, no podemos dejar de sonreír con lástima. Porque sabemos que no hay nada más difícil que lograr escribir de manera fácil. Que lo fácil es lo más difícil y lo difícil vendría siendo el derivado inequívoco de un verdadero dominio de lo fácil.

Tampoco creemos en términos lapidariamente éticos, políticos, o de cualquier otra índole, referidos al arte en general o a la literatura en particular. Por ello, rechazamos la palabra aristocratismo aplicado a la literatura. Nos parece, no solo fuera de lugar, sino impotente, miserable, deprimente.

La literatura no cae ni dentro del aristocratismo ni dentro del plebeyismo. Cae, simplemente, dentro de la literatura que forma parte del inmenso mundo de lo estético, dentro del cual, hasta ahora, no sabemos qué cosa no es permitida.

Lo que sí aceptamos para ella —por ser eminentemente estético— es el término de aristocrática. Y creemos que toda auténtica literatura es aristocrática, basándose en el sentido etimológico de esta palabra que deriva del griego aristos, que significa “el mejor”. Todo lenguaje mejor es literatura siempre y que desnude el alma humana.

No queriendo, en absoluto, decir con ello que lo humilde, lo sencillo, lo insolente, no contengan tal atributo. Son aristocráticos siempre y cuando “lo mejor” los gobierne.

El hecho de llamar a toda literatura aristocrática es afirmar que ella aspira siempre a lo mejor. Y lo mejor nos lo dan lo poetas, quienes son los grandes apasionados, pues como dice un riguroso Aristóteles, “…ningunos persuaden tanto como los verdaderamente apasionados; de aquí es que perturba el perturbador y el irritado irrita de veras…”

Así, todo auténtico escritor es un aristócrata de la palabra, pues es el que mejor maneja este objeto inasible.

margaritacarrera1@gmail.com

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